Hoy: Sancho y la disidencia farmacológica

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

“Ángeles terribles, penas infantiles, caballos cansados, van a caminar conmigo otra vez.
¡Oh, puedo oírlos!, mi ancestro, mi protector, mi atormentador. ¿No estoy sola?
Quiero liberarme de la absolución, de la bendición, de las buenas intenciones, de las flores negras azules, del vino envenenado, de la sangre extática.
Aniquilando este sentido de las cosas, nazco a esta hora del amanecer, hora de cambiar.”

 Charlotte Gainsbourg

 

Un amigo ha venido a casa. Nos hemos sentado muy a gusto en los sillones del patio y hemos bebido y hemos fumado y hemos hablado. Hemos escupido misiles. Sancho observa y escucha indiferente tirado en un rincón sombrío bajo la majestuosa bougainvillea, y de vez en cuando se rasca o bosteza. Mi amigo me pregunta la hora y aduce largos trámites que tienen como punto final la búsqueda de una persona por la Terminal de Ómnibus, y se va. A los minutos, Sancho se acerca desperezándose y me pregunta por qué mi amigo habla con voz aguardentosa. No sé che, le respondo, debe ser que pasó su infancia en una Unidad Básica del Partido Justicialista y debe estar acostumbrado a las discusiones a alto volumen con muchas personas hablando a la vez. Ah, pronuncia Sancho. ¿De qué hablaban más temprano?, interroga el perro. De drogas, respondo. Ah, vuelve a articular Sancho. Quiero tomarme una medida de whisky pero son las seis de la tarde de un día de semana y no da. Le expreso al canino las palabras del Subteniente de Infantería que murió General, e imito su voz: “los hay ortodoxos, los hay heterodoxos, los hay retardatarios, los hay apresurados, los hay contemplativos, pero son todos buenos muchachos, son todos peronistas”. A Sancho no le causa gracia mi jocosa alocución. Ok, ok, le digo con toda mi voz, las hay legales, las hay psicotrópicas, las hay ilegales, las hay psicoactivas, las hay duras, las hay psicodélicas, las hay blandas, las hay de moda, las hay pasadas de moda, etcétera y etcétera, pero todas son drogas, ni buenas ni malas. Ah, musita por tercera vez el animal con toda la apatía posible. Mirá Sancho, le señalo intentando llamar su atención, de todos los aportes externos que recibe la psiquis humana, hay algunas moléculas que no se transforman en nutrientes sino que cambian el estado anímico, la conciencia, la percepción y la conducta de forma infrecuente por medio de un principio activo que es la sustancia química que produce dichos efectos en el organismo. El tema da para largo y continúo, no porque el canino demuestre interés, sino porque en mi pendular fluir de la conciencia las ideas se van concatenando como pueden, van uniendo sus bracitos eslabón a eslabón, y de esa manera intento un discurso. Las drogas como delito son una nueva forma de pecado. Delincuentes y pecadores son etiquetados según distintas medidas morales, legales, higienistas, religiosas, prohibicionistas… De ahí la cuarentena y el aislamiento, porque existe el constante temor al escape de la doctrina común, y a la consecuente conformación de contraculturas y de focos desviados difíciles de controlar fuera de la conformidad de la jaula de cristal. Por eso es el junkie a quien hay que encerrar y que curar al mismo tiempo, porque el verdadero problema se da en torno al uso del tiempo libre, ocioso y recreativo del sujeto, debido a que allí se produce un cambio en la vida cotidiana del mismo, activando de esa manera el mecanismo del chivo expiatorio que entiende que los toxicómanos son seres inmundos, deleznables y denunciables. En fin, una intrincada microfísica de poder como sórdido espectáculo de fondo de un público pasivo, ante un simple y natural hecho botánico de plantas que crecen y cobran una dimensión de catástrofe mundial y de guerra constante al mando de laboratorios farmacéuticos, un gran crimen contra Dios y contra el Estado. Por ello el prohibicionismo es el trampolín en el alza del consumo de dichas sustancias vedadas y los argumentos son siempre lo mismo, mero puritanismo exacerbado. En mi rol de padre progresista, le apunto a Sancho que tengo absoluta fe en la ciencia (bonito oxímoron, ¿no?), y no en esos chapuceros que con argumentos débiles, prejuiciosos y subjetivos elogian la supuesta sobriedad del subordinado, y a la vez instituyen un cerco jurídico y moral del ánimo del dominado donde todo se juega en los orificios del cuerpo, y no es casualidad que el órgano más extenso sea la piel repleta de poros, por eso la desavenencia farmacológica tiene la particularidad de aglutinar la disidencia religiosa y política y sexual. El perro me mira tedioso, totalmente desinteresado, y me da la orden de ir a pasear antes que anochezca. Me dice como un niño que quiere hablarme de la Tauromaquia. Veremos qué puedo aprender del arte lidiar toros en la arena sangrienta, y salimos al público espacio verde. Entretanto enciendo un cigarrillo y disfruto con enorme placer de mi droga favorita que se vende en los kioscos a mayores de dieciocho años, con leyendas e imágenes tremendistas en los paquetes que indican que el fumar es perjudicial para la salud, según la ley 26.687. Hace tiempo que ya he dejado de hacerlo en la habitación, abandonando los peligros de fumar en la cama. Mientras Sancho me habla de toros y toreros y de la media verónica, decido que a las nueve voy a tomar una medida de whisky antes de la cena. Quizás beba otra luego de comer, y de esa forma perseguir mi último trago mientras haya luna.

 

+Sancho y todo lo demás