Hoy: Sancho y la industria del miedo

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

Está noche la pasaré muy bien, me siento vivo y al mundo lo voy a voltear al revés, yeah, y estaré flotando en éxtasis. Así que no me detengas ahora, porque me estoy divirtiendo. Soy una estrella fugaz saltando a través del cielo, como un tigre desafiando las leyes de la gravedad, soy un auto de carreras pasando como Lady Godiva. Voy a seguir y seguir, no hay forma de detenerme. Estoy ardiendo a través del cielo, yeah, doscientos grados, por eso me llaman el señor Fahrenheit, estoy viajando a velocidad luz.”

Queen

Sancho me pregunta qué quería ser cuando niño, y le respondo rápidamente que equilibrista de circo, todo esto mientras hablo por teléfono con Pablo que me pregunta qué es lo que dije y yo le respondo en tono jocoso que estoy hablando con mi perro. Mi amigo se ríe desde otro punto geográfico, luego cortamos la comunicación y mientras guardo mi teléfono en el bolsillo el perro me mira esperando que complete la contestación. No sé por qué che, le digo, debe ser que siempre me ha parecido osado y valeroso el arte de vivir por encima del abismo caminando en la cuerda floja. Sancho arquea sus cejas, hace una mueca rara, estornuda dos veces y se va a la parte del patio donde hay sol. Yo lo acompaño y le digo que tal vez por miedo no me convertí en un acróbata de las artes circenses, de esos que usan ropas ajustadas y coloridas. Ambos tenemos nuestras espaldas sobre un colchón de pasto seco a mediados de agosto, mirando al sol y absorbiendo sus rayos. Planificamos nuestros actos en función del miedo, le digo encendiendo un cigarrillo de manera complicada. ¿Y cómo es eso?, me pregunta el canino rascándose la espalda en el pasto de manera ocurrente. Existen distintos miedos que lo único que hacen es alimentar una industria muy rentable, le respondo, como por ejemplo el miedo a perder el trabajo y a no volver a encontrarlo, el miedo al pasado, el miedo a parecerse a otro país del tercer mundo, el miedo al fracaso y a la soledad, miedo al dentista, el miedo a la rutina, el miedo a la enfermedad y a Dios. De todos esos miedos que nombraste, ¿cuáles son los tuyos?, indaga el perro. La mayoría, le respondo, y muchos más que no aparecen en la lista enunciada. Ah, masculla. Los miedos circulan rápidamente, le digo encendiendo otro cigarrillo, ¿no le tenés miedo acaso al hongo nuclear o a los misiles en la isla de Cuba? Paranoico, me responde, esos miedos ya pasaron de moda. Ahí está el tema, le digo a Sancho echando humo por la nariz, desde que los creadores del orden social garantizaron la seguridad y la protección a través del diseño de puentes sólidos por los que se podía transitar, la tarea primordial ha sido la de proteger a los individuos del infortunio, la precariedad y la inseguridad. La seguridad como tema de agenda, continúo, es un caballito de batalla de todas las propuestas políticas, ¿quién no va a querer seguridad en las calles?, la respuesta es casi inadmisible, ahora bien, cuando esa seguridad se traduce en el sacrificio de víctimas que deben ser expuestas a los pies de un gran cadalso para justificar todo accionar por más sanguinario que sea en nombre de la seguridad, estamos ante un gran problema. Pensá en las empresas de seguridad privada, le digo al canino que no hace distinciones entre lo público y lo privado, en quiénes están autorizados a llevarlas a cabo, pensá en las alarmas, en los cercos, en las cámaras, en las rejas, pensá en el pedido de más cárceles o en la baja de la edad de inimputabilidad; esta industria nos transforma en vigilantes del prójimo y consumidores ávidos y fanáticos del miedo. Sancho tose porque el humo del cigarrillo llega a sus narices. Los medios masivos de comunicación, le digo, hacen de la producción del riesgo y la incertidumbre un aprovechamiento de valor comercial y político, ya que para pensar se necesita tiempo extra de ocio y abstracción, y eso genera un miedo incontenible a muchos. Sancho se levanta y se sacude el pasto seco de su lomo. Esta industria que crea miedos, continúo, posee remedios masivos y exitosos para clamarlos temporalmente, dando lugar por un lado a las soluciones que ofrecen tanto los negocios como los seguros privados de las entidades comerciales y financieras, y por el otro, a los discursos y las prácticas de la seguridad ciudadana y democrática que nos llegan como el agua del cielo en un día de lluvia. Los miedos se aplacan, no se erradican desde sus raíces. No entiendo nada, dice el perro. No te hagas problema, respondo, y a los segundos le digo que los individuos que institucionalizan día a día el consumo de la industria del miedo lo hacen como una fuente de realización, identidad, inclusión, reconocimiento, prestigio y estima social, ya que el potencial del miedo puede ser transformado en cualquier forma de rentabilidad política o comercial. Sigo sin entender, repite Sancho. Mirá, le digo, el miedo es un rasgo constitutivo y positivo del ser humano, es un modo de habitar este mundo, y revela nuestra finitud y nuestros límites, está asociado al peligro y a lo amenazante, y puede generar susto, pavor, espanto, timidez, temor, ansiedad o estupor. Pienso en la diferencia entre encontrar la luz o perder el miedo a la oscuridad, y mientras Sancho se va al interior de la casa enojadísimo y balbuceando ininteligiblemente, aprovecho para llamar nuevamente a Pablo y preguntarle por esa dupla de shampoo y acondicionador que evita la caída del pelo. Él me responde que está de oferta en todas las farmacias y que me apure a comprarla antes que suba el dólar. La alopecia es un miedo que poseo desde hace algunos años y que no le he nombrado a Sancho, que se encuentra en el interior de la casa sin ningún atisbo de miedo aparente, escuchando Cheek to Cheek (I’m in Heaven) en la voz de Fred Astaire.