Tensar la polarización, incitar al odio en un clima de manipulación de redes sociales, acrecentar la angustia en medio de una crisis sanitaria y económica que no cesa, favorecer la hegemonía comunicacional con millonaria pauta del Estado, promover la movilización de la base electoral para desgastar a un gobierno democrático, vender la ilusión del separatismo en base a la entelequia de un “ser nacional diferencial”, y construir la figura de un enemigo a suprimir, configura un peligroso combo que pone al caos como horizonte permanente de ganancias de hábiles pescadores. Para Cornejo la “grieta es entre una Argentina productiva y otra parasitaria”, un discurso tan fascista que enraíza en la bibliografía de Hitler y su propaganda nazi.
Por Negro Nasif
La manifestación de este lunes en Mendoza catalizó, entre otras cosas, un tono violento de un sector minoritario de la sociedad, en una marcha menos pro y mucho más en contra de una figura política concreta. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que a la inmensa mayoría los unió, una vez más, el desprecio hacia la figura de Cristina Fernández de Kirchner, por sobre el resto de los objetivos.
Y es justamente aquí donde se traza una línea que obtura cualquier posibilidad de debate democrático. Cuando el agravio se pone delante de la argumentación y no existen consensos mínimos respectos a determinados valores, la construcción colectiva seguirá plagada de dificultades o, mucho peor, se estimulará el delirio de la erradicación del otro/a, como quien desecha la “grasa militante”.
Decenas de pancartas reiteraron agravios hacia la vicepresidenta de la Nación. Palabras escritas y también voceadas por un sinnúmero de hombres y mujeres que salieron a la calle, desafiando las restricciones sanitarias, “en defensa de la libertad y la República”.
“Kretina”, “chorra”, “ladrona”, “puta”, “corrupta”, fueron algunos de los tantos términos escritos y dichos en lo que ya constituye una naturalización de la violencia carga de machismo. Hasta la propia Cristina Fernández más de una vez tomó con sorna aquello de “puta, yegua y montonera” y, en contraste, reivindicó el derecho a decir lo que se quiera, como efectivamente sucede aquí y en el resto del país sin que las autoridades nacionales tomen ningún tipo de represalia, mucho menos las fuerzas de seguridad locales, garantes de este tipo de expresiones del cambiemismo.
Sin embargo, entre las frases leídas el lunes hubo una repetida en varias pancartas que, más allá de la destinataria, genera un llamado de atención que como sociedad no debemos dejar pasar: “Argentina sin Cristina”.
Sin pelos en la lengua, esta es una clara expresión de deseo de la eliminación del otro/a, la ilusión desaparecedora de una dirigenta política y de lo que representa. “Hay tres cosas que identifican a los K: ineptos, mentirosos ladrones. Aunque la KK mayor puede agregar otro: ASESINA”, decía un trabajoso cartel sostenido con orgullo por una dama mendocina.
“El peronismo hizo de la villa un emblema, de la miseria un orgullo, de la ignorancia un provecho, de la vagancia un modo de vida, del clientelismo un sistema”, señalaba otro gran cartel exhibido por Carlos Crescitelli un asiduo concurrente a estas manifestaciones, quien tiene entre sus antecedentes cívicos haber encabezado a los patoteros que el 17 de agosto pasado agredieron a Seba Heras, reportero gráfico de este diario, para impedir su trabajo periodístico, lo que finalmente ocurrió con la indispensable colaboración de un agente de la Policía de Mendoza.
No vamos a abundar en la historia de cómo nos fue en América Latina, y en la Argentina en particular, con la idea del exterminio. Desde el nacimiento mismo del peronismo que hay gente ilusionada con la posibilidad de “extirpar ese cáncer”, de diezmar “el aluvión zoológico”, y vaya que le pusieron empeño con bombardeos, fusilamientos, proscripciones, persecuciones, secuestros, torturas y desapariciones. Si hasta robaron a sus bebés para desperonizarlos, y no hubo caso.
La experiencia, ya sabemos, nos condujo al infierno del genocidio y, en términos concretos, no consiguió una Argentina sin Perón, sin Evita y sin Cristina, muy vivita y coleando frente a los intelectuales de TV que periódicamente vaticinan “el fin de la doctora”. No está demás recordar que la vicepresidenta, en esta autoproclamada tierra anti K, recibió hace un año el apoyo de más de 435.000 votantes (37%) tan mendocinos y mendocinas como el Cerro de la Gloria.
El fenómeno de la polarización en términos recientes, simplificado en la categoría periodística “grieta”, no lo generó el peronismo, ni Cristina, ni Clarín, ni Macri, ni mucho menos el radicalismo mendocino. Solemos considerarnos el ombligo del mundo, y en Mendoza la Suecia de la Nación, pero en esta no somos enteramente originales. En muchos países de manera cada vez más frecuente se observa cómo ante determinados conflictos se exacerban las contradicciones binarias con una característica cada vez más explícita: agitación de odio canalizado en la manipulación de medios de comunicación y redes sociales.
El difundido documental el Dilema de las redes sociales ofrece una mirada muy interesante y pesimista sobre este aspecto, aunque no ahonda demasiado en el proceso de construcción sectaria del enemigo/a al que, como tal, debe eliminarse de manera virtual, simbólica y -por qué no- física, si se sigue la línea de puntos desde los dichos a los hechos. A nivel planetario sobran los ejemplos.
En los últimos meses el poder económico y mediático en Argentina aceleró significativamente la incitación al odio y ha promovido, con la colaboración fundamental de dirigentes políticos de Juntos por el Cambio, la movilización de diversas expresiones contrarias al gobierno nacional, enfatizando particularmente el encono hacia la vicepresidenta, las organizaciones del campo popular afines al gobierno de Alberto, el populismo, el chavismo, los zurdos, el comunismo imaginario y, por supuesto, el peronismo, ese mal “de los últimos 70 años”.
En ese contexto, hay un aporte intelectual mendocino con pretensiones de originalidad. Desde hace tiempo, el licenciado Alfredo Cornejo, en sus habituales recorridas por TN, Canal 9 de Buenos Aires y la señal de cable de grupo La Nación, viene insistiendo con su particular interpretación de la “grieta”, sintetizándola en dos bandos diseñados para los zócalos televisivos: “Argentina productiva vs Argentina parasitaria”.
No hace falta explicar demasiado de qué lado se posiciona el presidente del radicalismo nacional ni qué se supone qué habría que hacer con esos animales repugnantes, cebados por el populismo, que chupan insaciablemente la sangre y “ponen el pie encima” de los honestos creadores de riquezas.
Lo que sí es fundamental informar y advertir que no es para nada inocente esa articulación del discurso, cargado intencionalmente de prejuicios, discriminación y, en definitiva, odio y violencia, en boca de un especialista en Ciencias Políticas y Sociales (egresado de nuestra prestigiosa Universidad Nacional de Cuyo) quien no ignora que la alusión organicista y parasitaria fue uno de los ejes del nazismo, y otros totalitarismos del siglo pasado, para crear condiciones sociales propicias en Europa con el objetivo final del exterminio de entre 15 y 20 millones de judíos, gitanos, homosexuales, polacos, rusos, etc., por la sola condición de tales.
En varios pasajes del libro Mi lucha, el genocida Adolf Hitler utiliza la figura potente de los “parásitos” para construir el arquetipo del judío asqueroso en la conciencia colectiva de los alemanes, apoyándose en preconceptos muy acendrados. “’Propagarse’ es una característica típica de todos los parásitos, y es así como el judío busca siempre un nuevo campo de nutrición”, dice en su texto quien soñaba con un mundo sin hebreos. Como “parásitos” también se los define en El judío eterno una vomitiva película cuidadosamente producida por Joseph Goebbels en 1940, cuando no había redes sociales pero la propaganda antisemita tuvo su apogeo.
¿Estamos diciendo que Cornejo es Hitler o un nazi? Por supuesto que no, eso sería una rústica simplificación tan precaria como la invención de la “infectadura”. Pero sí afirmamos que su repugnante retórica de parasitismo social a sabiendas de su connotaciones históricas, en el actual contexto que describimos, es una violenta siembra en un campo fértil para las tempestades delirantes de la supresión del otro, el otre, la otra.
Nos consta que su libreto está en línea con la hoja de ruta de la derecha latinoamericana que -en el pago chico- Cornejo ya disputa con Macri, en una carrera agresiva por demostrar quién está en el extremo más distante del “populismo”.