El deslumbrante film del cineasta sanrafaelino significa, entre todas las cosas, la reflexión de lo humano, la espera de los sueños, y que estamos a tiempo de recuperar lo perdido. Entrevista con Tato Moreno.

Por Richard Quevedo
Fotos: Coco Yañez

Estas líneas de pensamiento y procesos fuertes, más que de “crítica” o de soslayar tecnicismos cinematográficos, quieren afinar desde hoy en adelante lo que crean estos proyectos. Obras como Arreo invitan a entender que la calma del cosmos puede sumergirse en un lugar remoto como Bardas Blancas, en los ojos de un perro, en las aguas cristalinas amenazadas por el mundo moderno y hasta en dios, quien siempre le atiende más el kiosco a los depredadores de lo natural.

Vivimos inevitablemente buscando historias, la felicidad en paquetes dorados, en los shoppings, en esa zona que nos atrapa y nos deja en estos tiempos frente a espejos mentales, a rincones del ser que tienen un tope que no van más allá de las formas establecidas, de la vorágine llena de vértigo y alarmas de la ciudad. La noticia de este film, desde hace dos años, trasciende nuestros bordes existenciales, las fronteras entre lo salvaje del progreso y la divinidad de la tierra.

¿Cómo fue el origen de Arreo y hallar la profundidad del relato?

Este documental es una consecuencia de uno anterior que se llama De ida y vuelta, que tiene que ver con la vida de los chicos de una escuela de Ranquil Norte, que van intercalando días de clase entre el campo y la ciudad, y el director que cada 18 días hace 100 kilómetros para buscar a los chicos y llevarlos a la escuela. Empecé a entender sobre la realidad del campo, la tercerización, la explotación de la tierra, el tema de los jóvenes que se van a la ciudad.

El que había sido director de la escuela de Ranquil fue el contacto para llegar a Pancho Parada, quien se ofreció a ayudarme a buscar familias para hacer el proyecto. Seis meses de viajes y yo no encontraba esa empatía necesaria con nadie, para poder contar algo. Un día Pancho me dice que bajáramos hasta Bardas blancas así conocía a su hermano Eliseo. Fue conexión instantánea. Empezamos a hablar con una empatía tremenda, con muchas similitudes en nuestras vidas (la misma edad, dos hijos), humanamente. Le conté del proyecto y él me dijo: “Yo siempre soñé que alguien iba a venir hasta acá e iba a contar esta historia”. Fue el mandato que selló la concreción del documental y una amistad fuerte entre los dos. Ahí le dije a Eliseo que no importaba el tiempo que me tomara hacerlo, no iba a imponer una historia. Usar mi dinero para la realización también me daba esa libertad.

Definimos hablar de la tierra, del desarrollo, la explotación, el derecho y la propiedad de la tierra. La idea era que los temas se dieran solos, sin planearlos. Ese contexto hace que a todo el público, acá como en Italia, Austria, Nueva York o México, el contacto le sea inmediato. Es la premisa que yo necesitaba lograr, es como que yo dejo la cámara, me voy y el espectador comparte con Eliseo y la familia. Ahí la gente siente que recupera algo que ha perdido.

¿Hay una reflexión en la película sobre lo existencial?

Todos sabemos que es una época jodida para el ser humano, de ambición, de perseguir escalones que apuntan más a tener que a ser. La gente busca satisfacción en cosas pero no está plena. Cuando lo vi a Eliseo me pasó que noté ese orgullo por su propio trabajo, el valor de la pasión, la lucha del día a día, algo que no vas a dejar de hacer nunca, valores fuertísimos casi perdidos.

Hay un profundo respeto en todo lo que rodea a este film. No victimiza, muestra y dignifica un trabajo tan valioso como los puesteros, una cultura que está perdiéndose. Vi en mí también un cambio grande, una experiencia profunda, el valor de vivir con tan poco y bien. Pensé que lo tenía que compartir con la gente.

¿Cómo explicás el trasfondo político de Arreo?

Tengo la profunda convicción de que todo es político. Creo que uno de los males de hoy es la intención de abolir la ideología. Es por eso que la realización audiovisual, o lo que sea, a veces se para en un lugar de objetividad, de observar, y para mí eso es una falacia, porque la fotografía, el punto de vista que elegiste y ese encuadre que comunica es único, y donde te parás hay un montón de uno.

Elijo qué realidad te quiero mostrar y en eso soy muy consciente. En todo lo que hago hay una gran cuota de ideología. El documental como género tiene algo fascinante y si vos lo dejás te hace descubrir cosas. Arreo no quiere bajar línea porque el público tiene que tener la opción de pensar por él mismo.

¿Cómo canalizás el fenómeno de la película, los premios, el boca en boca, qué se valora más?

Con Arreo terminé de comprobar y sentir que lo que me mueve a mí, en el audiovisual, es hacer documentales. Ha sido una experiencia de vida reveladora, fue alucinante filmar en esas condiciones, con pocos recursos. Aprendí en el campo a esperar y que el paisaje es otro personaje, tenés que dejar establecer esa relación. Siento que empecé a madurar como documentalista, a aprender más.

Arreo definitivamente es una película de la gente. Llegó a 10.000 espectadores en la Argentina, algo inédito para el género, superó a películas de ficción. Nosotros hicimos un preestreno en Malargüe en el cine Tesauro, emocionante, porque todavía no salía a nivel nacional, era para la familia Parada y para la gente de ahí, y muchos que fueron se quedaron afuera esperando para verla. Fue increíble.

Después de la película, la familia se abraza frente a la pantalla, sintiendo una plenitud enorme. Ahí sentí una reivindicación. En ese momento Eliseo sube y dice: “Gracias Tato por hacer esta película con tanto respeto”. Ese fue mi mayor premio, el mayor significado.

La opresión que hace entrever el documental está en una tácita medida, en la justa, en la que vemos todos los días, pero este lado no responde con inocencia, sino con una seguridad de que por esas tierras se lucha fuerte, con sudor, con el amor a las historias mínimas, con esperanzas de que no se extinga la actividad, con el espíritu de los ancestros que fueron dejando el legado.

Arreo nos lleva a revisarnos por dentro, nuestro vivir, las miserias que hay que cambiar. Tato Moreno narra apasionadamente, como si se encontrara en el primer día en que fue a buscar la historia de una familia enorme de convicciones, respeto y humanidad. Afirma que no la encontró tal como la quería contar, sino que sucedió algo mejor: la historia vino por él, por obra y gracia de la causalidad.

 


A pedido del público, sigue Arreo en Mendoza.
Hoy a las 20 hs. se exhibe en Cine Universidad
(Maza 240, entre España y Mitre, Ciudad de Mendoza)