Indescriptible, no por falta de palabras, sino porque ninguna que no sea pensada desde la poesía funciona al querer contar lo que se vivió la noche de este viernes en el teatro Las Sillas. Por eso desde EL OTRO invitamos a cada integrante del recital Atmósfera a compartir una poesía de las que hicieron resonar en el aire del teatro que, repleto de público, aplaudió y lloró con elles.

Otro gil de Barba

1

¿Qué es ser yo?
¿en qué carajo consiste?
PASARE A EXPLICARLO
mi nombre es Gerardo Montenegro y soy poeta
¿Qué es ser poeta?
todavía no estoy seguro
ando por ahí escribiendo unas rimas
que suenan más o menos bonitas
a veces
a veces ni riman
ni suenan
ni son bonitas
para mi
capaz para otres
si lo son
no se
no sé qué es ser poeta
y nunca pero nunca
lo voy a saber
pero, entre todo este desconocimiento
siento que lo soy
y desde el serlo, siento una responsabilidad
que solo yo me pongo
o que capaz siento que otres me ponen
pero no debe ser así
debo ser yo
que falsheo cualquiera
y encima me creo importante
además de creerme poeta
me creo importante
pero ¿Qué tan importante puedo ser?
si desde ya, esto lo estoy escribiendo creyéndome nadie
sintiendo que tengo que dejar todo
hacer un paso al costado
o dos
o más
dejar absolutamente todo
e ir a trabajar 8
o 12
o 16 horas de mi vida a un laburo que odiaría
pero me daría para comer
¿Qué carajo puedo hacer?
¿puedo seguir escribiendo?
¿puedo dar un paso para el costado?
¿puedo simplemente tirarme bajo las sabanas a soñar?
puedo hacer cualquiera de las cosas antes dichas
pero nunca
nunca
sabré cuál es la correcta
porque no existen respuestas correctas
solo preguntas
y alguna aproximación a lo que decimos que es la verdad
que es la felicidad
alguna aproximación a lo que conocemos
o creemos conocer
como la realidad.

LEO FEDERICI

Leo Federici

Fortificación

Cerrar la puerta
para que nadie entre
unos días
como reparación
Se fundió un par el software
que me conecta con la realidad
Pero ahora siento a pleno
Un día sí
Como tres no
Pensar en los conceptos de nuevo
Mover los personajes
las fichas
las piezas
Moverse los intestinos
de huevo
No tener miedo
como fiebre
A veces necesito
que me alienten
que no me dejen esperando
la grúa
que te dicen que ya llega
y no viene
Donde se tiene la marca
se producen los quiebres
Decodifico la línea
ardientemente
pero no me abstengo
en el encarnizamiento
de atentar
contra los músculos viejos
que siguen
adheridos
a mis huesos
No canto la propaganda
para sentirme apto
Cerrar la puerta
para que nadie entre
Fortificarse sin agregantes
como método
de no anticiparse
a los que todavía está verde
y sin curar
– la insuficiencia
de la forma
que adoptamos
tiene un principio:
El no llamado a la fuerzas interiores
por estar
aniquiladas.

CANDELA MORÓN FERNÁNDEZ

Candela Morón Fernández

Las manos, envolviendo mi nuca, sudan un líquido agrio. Mis uñas partidas, barro de sangre
y tierra, se incrustan astillando la carne de cuero duro que recubre a tiras mi cuello.
Los pies se hunden en un fango caliente de estiércol propio y ajeno, macerado por
semanas.
La nariz, apretada contra el muro, sangra despacio, en cámara lenta, y mis espasmos la
despellejan al frotarla involuntarios.
Las pocas pestañas que no ardieron en el incendio se me pegan entre sí. Me da igual, de
todos modos no hay mucho que ver, sólo el muro y las alimañas que lo trepan hasta
alcanzar mi cabeza y metérseme por los oídos. Sin embargo, hago un esfuerzo y me miro el
torso desnudo. Busco frenético, con los ojos empantanados, más abajo que el pecho, más
arriba que el sexo.
Busco frenético, despego violento, sólo con la fuerza de mis párpados hinchados, las
pestañas chamuscadas.
Busco frenético, frenético, frenético. Busco. Busco y encuentro.
Justo en el medio, camuflado tras las costras de barro seco.
Mi ombligo, mi ombligo.
El terror se apacigua.
Mi ombligo.
Dejo de hundirme las uñas en la nuca.
Mi ombligo.
Entre esta masa informe de hombres de rostros sin rasgos que apretamos la nariz contra el
muro, me hallo. Me hallo en mi ombligo.
Mi ombligo, que tiene una vuelta más que el de Pedro y tres más que el de Esteban, que lo
tiene salido por una hernia.
Pienso en el ombligo de Carla, en el de mamá, en el de mi abuela, que tuvo que apartar su
panza inmensa cuando a los cinco años le pedí, con la remera en alto, que me lo enseñara.
Mirando mi ombligo no tengo miedo cuando oigo que gritan:
-¡El pan no alcanza!
y nos fusilan a todos.

VERA JEREB

Vera Jereb

El jardín

SEMBRAR EN EL CENTRO de este laberinto de hormigón,
una semilla.
El jardín es el emerger del ser humano como sujeto
por fuera de la naturaleza.
Construyo mi jardín que no tiene espacio definido,
es un jardín itinerante, ambulatorio aparece cuando
ando perdida. Al principio, sólo crecen las
desordenadas hierbas, la maleza enmarañada donde los
insectos hacen sus cuevas.
Mi jardín está repleto de zumbidos que susurran
nombres, murmuran los secretos del mundo pero yo
nunca alcanzo a descifrar el lenguaje de las alas,
le pertenezco a la tierra.
Yo deambulo, como mi jardín, entre pasillos de adobe
que rozo con mis huellas digitales – que también son
laberintos dentro de mi corpórea definiciónYo deambulo por escaleras de hierro, afilo mis uñas
en los escalones – que también suenan como el
chillido de los enjambresYo deambulo cuerpo a tierra, entre pantanos donde
veo mi rostro -que también se oscurece como las
noches eternasEn el rojo de mis párpados se figuran las flores
fecundas abriéndose como mi genitalidad carnosa,
como mi boca a la que se le pudren las palabras,
como las heridas de mi especie.
Veo el suceder de la naturaleza, cómo frutadas
polinizan mi cuerpo desde lo visual y yo desperezo
mis extremidades acalambradas.
Suelo necesitar cerrar los ojos para observar con
claridad, me distancio de lo construido para
habitarlo desde lejos y reconocerme desde las
alturas es reaprenderme como otra, como mirarse al
espejo y entender que una es esa que la mira pero
que es más que esa que la observa.
Mi vuelo lo construyeron los pájaros e insectos que
habitan mi jardín, fue un acto necesario, para
aprender a mirarnos.
¿Y si los frutos cayeran para arriba? ¿Si yo soy la
tierra y magnetizo lo fértil? ¿Si todos los frutos
que nazcan de las semillas que planté me orbitan e
impactan contra mi pecho?
Me caerá el jugo entre las tetas, como gotas
náufragas. Seré barro creador porque mi carne es
desierto, veo mis manos de arena deshacerse frente al
tacto y ahora, compacta/edificada/ensamblada tras el
líquido pegajoso me conformo como materia. Soy el
envase corporizado que delimita sus partes con
claridad, creadora de catástrofes pero que en los
cataclismos del caos se redefine.
Me amo como trinchera y como frontera, la que se
palpa como territorio y se siente conectada a los
centros. Los centros donde la fuerza gravitatoria
ata las extremidades, esos centros que obligan mi
aterrizaje.
Sin embargo, mi jardín no es una constante, está sin
estar como holograma de las necesidades, como una
parte de mí que se proyecta impredecible en los
lugares.
Una noche recorro las calles con los ojos cerrados,
mi cuerpo está sitiado entre avenidas de dos
carriles, salto las acequias en una memoria corporal
que me despega del suelo.
Huelo las esquinas, sé dónde estoy y mis pasos
reconocen las veredas rotas por las raíces de los
árboles antiguos que irrumpen los sueños concretos.
Los perros huelen mis instintos y lamen mis
tobillos. Los gatos corren entre mis piernas y
maúllan mi nombre.
Abro los ojos y está ahí, aguardando por mí en una
esquina. Nadie lo ve. Nadie lo huele. Nadie lo
siente. Para mí resplandece y escucho su canto. Me
acerco.
El pájaro de hierro con el pico puntiagudo y la boca
abierta, acompaña desde mi nacimiento fuera de
jaula. Recorre mi jardín en movimientos rectos, se
acomoda en las alturas y observa secreto/silencioso
el acontecer. Aun cuando todo se seca, permanece
expectante. Tengo dudas, quizás ese ave metálica
salió de mí o quizás, y más probable, estuvo desde
antes habitando mi jardín, aguardando que lo recorra
como forastera hasta entender que aquello era
propio, hasta cultivar con las manos sedientas de
barro, hasta crear mi propia fosa, hasta trepar las
cúspides de los árboles que luego desplanté con la
fuerza de la bronca.
Aun recuerdo el arbusto florido de mi ingenuidad, me
alimentaba de unas flores pequeñas y rosas, hervía
agua de manantial y bebía en silencio unos tés de
inocencia, tan despacio que sentía mi esófago
brotando entero y mis palabras se endulzaban, me
alimentaba y cumplía un ritual.
Después de las catástrofes del cuerpo, de la
corrupción de mi memoria, del cultivo de la culpa y
el asco como espinas en el estómago burbujeante, el
florido arbusto se convirtió en un pozo en mi jardín
y sus raíces profundas yacían como venas desarmadas
queriendo escapar.
Mi jardín era la masacre de los sueños.
Mi jardín fue un campo de batalla, mi cuerpo en el
desastre: un arma de resistencia.
Mi jardín muta y me refleja. Cada vez que lo
encuentro es un paisaje nuevo, un horizonte que
espera mi visión para terminar de ser. Una noche
llegué a él mientras trataba de encender un
cigarrillo en el patio de mi casa, sobre el techo
escuchaba los pájaros. Una bandada en su canto
nocturno. Me subí a verlo y la noche se contrae
cuando lo habito, el cielo es la cúpula estrellada.
Donde estaba mi ingenuidad tiré una semilla, la
alimenté con lágrimas. Esas que salen con sabor a
deseo y miedo,
vértigo/amor/inseguridad/transparencia/sueño/vínculo
. Esas que hablan de una en relación a otre. Toda la
noche estuve llorando y cantándole a mi jardín hasta
quedarme dormida. Para mi abuela no hay peor pecado
que el de quedarse dormida llorando, para mí los
sueños te salan como si los sumergieras en el
océano.
Un día, mi jardín aparece en el medio de la calle y
veo el brote de lo que he plantado.
Hay una maceta con un aloe vera de espinas pequeñas,
algunas protegiendo hacia arriba y otras hacia los
costados, el cuchillo ha atravesado algunas de sus
puntas. La savia curativa y gelatinosa, fría la he
pasado sobre mis heridas, sobando el dolor mientras
repito mi nombre hasta el hastío.
Para que sanen, para que la piel se regenere. Las
quemaduras, mi piel ardida después del incendio,
después del goce y de la bronca. A ella también la
curo. Recuerdo que esta planta me la regaló mi
abuela paterna en mi preadolescencia, la puse en mi
jardín, nunca la saqué de su maceta. Parte de no
saberme con territorio fijo, saberme despatriada,
saberme ambulatoria, saberme imprecisa e instintiva,
saberme con cicatrices, marcada pero no
condicionada.
Mi jardín aparece sobre tu cama, bajo las sábanas.
Hay un árbol con las ramas delicadas contorsionando
su existencia de corteza. Sobre tu cama, lo veo
crecer impulsado por un amor fértil y juego a
esconderme en mi jardín, el árbol da sombra.
Dormimos una siesta eterna, me gustaría que recorras
conmigo el jardín pero sólo alcanzo a mostrarte mis
heridas y siento que tus caricias son el roce de las
ramas en mi piel y siento en tu vientre lo
espiralado de las marcas de la corteza y rozo tu
tiempo plantado. Beso tu raíz profunda como si te
conociera bajo tierra, como si mi jardín ascendiera
en tu habitación y pudiese habitarlo desde todos los
ángulos.
Hacemos el amor en la copa de nuestro árbol, hay un
cruce inevitable de mi jardín y el tuyo, un árbol
florido que se repite en tu imaginario y el mío. Nos
amamos fervientes, entre las horas de las primaveras
que parecen eternas pero que el primer viento sopla
su fertilidad.
Un día, acostades con la luna sobre los rostros,
vemos sus frutos nacer y despacio, muy
paulatinamente, cosechamos lo que sentimos nuestro.
Compartimos el néctar en un rito sagrado.
Siento que mi jardín te pertenece aunque huela a mí,
aunque en él me vea y me habite, aunque en él me
sienta propia, siento que ha florecido por tu
presencia. La naturaleza muta, es cíclica e
instintiva.
En abril siento como el jardín se hace distancia,
las primeras heladas cubren de escarcha los frutos
maduros sobre la tierra.
Estoy despoblada, sin embargo, aun siento en mi boca
el jugo, me quito el corazón con las uñas afiladas e
implanto un carozo en su lugar.
Nuestro árbol vacío, mi jardín invernal no me da
miedo. Reconozco en él la belleza de lo cíclico, lo
recorro con amor, lo visito con dulzura. Nos
encontramos en mi jardín, nos tomamos las manos.
Sembramos, vimos crecer, disfrutamos lo nuestro.
Ahora, me llevo mi jardín a que continúe deambulando
tras mis pasos, a que siga siendo el respiro de
libertad en mis tardes de encierro, a que aparezca
donde menos lo espero y más lo necesito. Vos también
volverás a tu jardín que nunca terminé de conocer
pero que alcanzo a oler en la distancia su tierra
mojada.
Regreso en soledad a habitarlo, deseosa de
sembrarlo, siempre crecerá todo lo que plante.
La naturaleza seguirá dándome sus frutos, mi lengua
esperará el sabor nuevo. No lloraré por el ciclo
cerrado ni marchitaré mi memoria. Crearé el bosque
con el que siempre sueño para estar cada vez más
cerca de habitar mis propias utopías.

 

 

 

 

Infidelidad y feminismo

 

“Hablemos”