El feroz aumento de las tarifas eléctricas obliga a los pequeños productores a reducir sus chacras y sembrar cada vez menos. Agricultores familiares de Lavalle pagan veinte mil pesos de energía por mes para regar sus cultivos. El campo estrangulado por la política tarifaria de Cambiemos.

Fotos: Coco Yañez

Fabián y Cristóbal Cardozo.

Están organizados de manera solidaria, tienen tierra fértil disponible, cuentan con agua subterránea para regar, conocen el oficio de producción y comercialización, en los últimos años aprendieron a cultivar verduras orgánicas y a romper con los intermediarios para vender a precios justos. Generan sus propias semillas, trabajan todo el año, venden todo lo que producen en forma directa… ¿Qué puede salir mal?

“En 2015, nosotros pagábamos $3500 de electricidad. Hoy gastamos $20.000 en promedio por mes, usando la mitad del agua”, sintetiza Cristóbal Cardozo para explicar la razón fundamental de la grave crisis que vive un sector muy importante de pequeños y medianos productores, quienes dependen del consumo eléctrico para el riego.

Siguiendo la ruta de la producción primaria de verduras que llegan a las mesas de los mendocinos y mendocinas, EL OTRO visitó la localidad El Paramillo, en el departamento de Lavalle. Alrededor de 150 productores hortícolas tienen sus chacras en ese lugar. “Los Cardozo”, como los reconocen los lugareños, son una de las familias que cultivan tomates, melones, sandías, acelgas, cebollas, berenjenas, pimientos, choclos, zapallos, achicorias, ajos, y otras tantas hortalizas estacionales.

Organización solidaria

Este diario entrevistó a Cristóbal y Fabián Cardozo, mientras acondicionaban tomates cherry debajo de unos árboles. “Estamos preparando las verduras para venderlas el sábado en la feria del Barrio Cano (de la Ciudad de Mendoza)”, nos cuentan, y a continuación explican con entusiasmo porqué las berenjenas que están empacando son más chicas que las que habitualmente encontramos en las verdulerías. Se trata de hortalizas frescas y orgánicas, es decir, no manipuladas genéticamente y cultivadas sin agrotóxicos.

“Los Cardozo” forman parte de la Asociación Colonia de Agricultores de Paramillo, una agrupación solidaria integrada por diez familias (más de 60 personas) que viven fundamentalmente de lo que producen. Actualmente se encuentran en tierras que pertenecían a un exempleador que los dejó abandonados, despedidos sin las indemnizaciones que compensaran legalmente todos los años de trabajo. El predio quedó, primero, en poder del extinto Banco de Mendoza. Luego, el anterior gobierno se los cedió a los trabajadores bajo el concepto de empresa recuperada. Sin embargo, la actual gestión de Alfredo Cornejo promovió una ley de expropiación que pone en riesgo la continuidad de las familias en el lugar.

Recurso vital

Fabián explica el funcionamiento de la bomba de agua.

El Paramillo es uno de los tantos parajes de Mendoza que no cuenta con riego de superficie. Allí solo se puede cultivar con agua subterránea. Actualmente, para realizar una perforación de 150 metros se necesitan alrededor de 1,5 millones de pesos, a lo que hay que sumar una bomba eléctrica que permita la extracción.

La Asociación, con el indispensable apoyo del Estado, adquirió en años anteriores la infraestructura básica para contar con el recurso vital. Esto les permitió generar su propio trabajo, producir sin patrón, aprender, innovar, invertir, experimentar nuevas formas de comercialización. “Trabajamos no solo para comer, también para vivir dignamente”, resume Cristóbal tranzando la filosofía de la organización.

Sin embargo, el continuo y desmesurado aumento del servicio eléctrico se fue convirtiendo, desde 2016, en un obstáculo que amenaza con tornar inviable este tipo de emprendimientos.

Menos producción, menos trabajo, menos alimentos

“En los últimos tres años tuvimos que abandonar la mitad de la tierra. Hacíamos 20 hectáreas, pero con el tarifazo de la luz los costos eléctricos nos dan solo para cultivar menos de 10”, se lamenta Cristóbal, mientras Fabián explica que “estamos dejando de plantar ajo y cebolla porque se necesita mucha agua, y hay que pensarlo dos veces cada vez que hay que prender la bomba”. “Además, tenemos que pagar casi $3000 a Edemsa por mes por el mantenimiento eléctrico”, agrega su hermano quien le muestra a este diario una boleta de luz de casi diecinueve mil pesos.

No se trata de un hogar donde el aire acondicionado se pone en 24° para ahorrar electricidad, aquí no derrochan energía por “estar en remera y en patas” en invierno. Los productores hacen malabares para consumir menos energía, como regar siempre durante la noche cuando la tarifa es más baja, o evitar excederse en el consumo modificando, por ejemplo, las dimensiones de los surcos. Pero siempre el resultado es el mismo: producen menos y reciben una factura cada vez más difícil de pagar.

Tomates orgánicos: $25 el kilo.

Desde el prejuicio más ignorante, se suele sostener que los pobres no quieren trabajar, que buscan vivir de arriba, que en el campo se necesita mano de obra y no se consigue, que los “planes” del gobierno generan desocupación… Pero esto no se verifica en la práctica.

¿Dónde está el Estado?

Cristóbal y Fabián Cardozo, como cientos de obreros rurales independientes, reclaman que el Estado subsidie la tarifa de electricidad y el gasoil que necesitan los pequeños productores para mover sus tractores. Entretanto, resisten con sus familias en una economía de subsistencia, comiendo las verduras, frutas, chanchos, gallinas, ovejas y corderos que cultivan y crían, y “changueando” más de una vez en la zona para conseguir “unos pesos para los gastos de la casa y la escuela de los chicos”.

“El día que se rompa el pozo no sé si podremos seguir laburando, porque lamentablemente no tenemos capital ni acceso al crédito para repararlo”, reflexiona con incertidumbre Cristóbal y, siempre esperanzado, rescata la lucha de las familias agrarias organizadas: “Si no tuviésemos la base que fuimos construyendo en los años anteriores, con el pozo, la bomba, la producción orgánica y la experiencia de la venta directa, ya prácticamente hubiéramos desaparecido”.

El tarifazo aprieta. También ahorca.

 

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