Por Julio Semmoloni

La caída de un gobierno de origen formalmente republicano puede producirse como consecuencia de su insostenible gestión errática, aun ideológicamente y por inercia siempre dirigida en un sentido final predeterminado. Las patrañas y los engaños suelen ser eficaces en un principio, pero efímeros porque tarde o temprano hay que saber y poder sobrellevar la sinuosa estratagema. El tiempo acumula bagaje y hace imposible soportar todo esa pesada carga.

No se requiere la cobarde acción de los conspiradores ni el pérfido obrar de la traición. Tampoco la amenaza (inexistente) de una asechanza sediciosa, pues el aprendizaje histórico sigue lacerando las entrañas memoriosas del pueblo reprimido. Ingobernabilidad o desgobierno son formas sucedáneas surgidas de la torpeza y la negligencia. Es necesaria una continua ineptitud para que sea suficiente el daño no enmendado durante la inexorable crisis provocada.

Las instituciones del estado de derecho funcionan por sí solas en tiempos de constitucionalidad. Dan estructura legal y legítima a un sistema político. Pero de la voluntad y el talento de quienes las ocupan depende el sostén transitorio de cada mandato.   No basta con cumplir un ritual burocrático. Se precisa una disposición anterior al boato de los cargos jerárquicos.

El gobierno de Macri es el primero no peronista desde 1983 cuya estabilidad no es tan dependiente de la correlación de fuerzas políticas. Está apoyado por el establishment, poderoso y demandante, pues de él proviene y lo representa. Si las variables económicas no se descontrolan, tal vez se mantenga inmune a la fustigación opositora. Pero es vulnerable a la heterogeneidad de intereses que caracteriza el poder real. La derecha, ante una eventual crisis inmanejable, podría preferir otra variante inocua, aunque no sea del palo, en vez del actual gobierno propio y en riesgo de ir a la deriva.

La progresividad estadística ya expresa el sostenido deterioro de variables que definen un estado de estanflación con caída del consumo y los salarios, mayor desempleo y aumento del déficit fiscal y comercial. Un combo explosivo que sería letal para cualquier otro gobierno al que no votó casi la mitad del electorado. Si bien algunos ingredientes del cóctel son inherentes a la lógica de cada mandato conservador-liberal (bajos salarios, desempleo creciente, disminución del consumo), la indeseada adherencia de variables incompatibles con el repetido modelo está causando demasiado malestar en los perjudicados directos y una alerta enojosa en ámbitos próximos a la intimidad gobernante.

Según el Indec (cuyo desempeño no es confiable), la actividad económica en 2016 se desplomó 2,3 por ciento. Registró un leve repunte en el bimestre final del año anterior, que repercutió favorablemente en enero, pero ahora admite una caída de 2,2 por ciento en febrero, promediando para el bimestre inicial una disminución del PIB de 0,4 por ciento. Como las declamadas y muy esperadas inversiones externas no llegan (ni parece que lo harán), a catorce meses plenos de gobierno macrista, la producción total de bienes y servicios muestra un cuadro de notorio estancamiento económico con elevada inflación.

Este dato de febrero se agrava al compararse la situación actual con otros comportamientos previos. En el cotejo desestacionalizado con el mes anterior, el PIB de noviembre y diciembre de 2016 mejoró transitoriamente, pero eso mismo ya no ocurrió con enero de 2017, y febrero malogró la breve serie al caer respecto de enero otro 1,9 por ciento. En términos estacionales, la comparación del último febrero con los de años anteriores no arroja buenos augurios para lo que viene. Hay que retroceder hasta febrero de 2011 para encontrar valores de actividad económica inferiores a febrero de 2017.

La sensación general, a menudo probada en concreto con datos verificables, es que la productividad general del país va contrayéndose y deja en el camino cada vez más excluidos. El sector industrial, castigado por doquier, no solo reporta numerosos cierres de empresa; también presenta una nociva expansión de su capacidad ociosa. Este fenómeno de percepción colectiva -cuyo peor síntoma es el miedo a perder el trabajo- no ocurrió nunca durante los doce años y medio del kirchnerismo.

Resabio de la apropiación unilateral de decisiones estratégicas permitidas por el avieso desinterés en la cosa pública del macrismo, se está consumando una transferencia inversora y tecnológica a Estados Unidos que prácticamente desahucia el perfil industrial latente desde siempre en el país, reanimado y vigorizado en la década populista. En su condición de presidente de la nación, Macri inauguró en Houston, con gran satisfacción de su parte, una planta de Tenaris (subsidiaria de Techint) para la inminente fabricación en Texas de tubos de acero sin costura. Hasta no hace mucho, Tenaris de la Argentina exportaba ese mismo producto al país del norte.

El efecto contrario inmediato de esta sumisión privada argentina al prepotente nuevo trato comercial de Trump, provoca la cesantía de 1.500 operarios calificados y resiente severamente en lo social y económico a la ciudad de Campana, uno de los polos industriales tradicionales del país. Es tan absurdo, que interpretado sarcásticamente significa propiciar un modelo de sustitución de exportaciones, vale decir, dejar de venderle tecnología y valor agregado a la economía central del mundo, para remplazar dichas ventas por el envío de productos primarios sin elaboración alguna (limones, por ejemplo).

Paolo Rocca hace tiempo que no simpatiza con el mercado laboral argentino. Le parece demasiado costoso, por lo tanto no es la primera vez que resuelve distribuir su valiosa producción, tal cual lo hiciera en otros países similares a la Argentina, pero con salarios inferiores a los de acá. Porfió con el gobierno de Cristina sin darle tregua, pero durante esas pujas debió resignarse a medidas oficiales de protección del empleo y el poder adquisitivo de los salarios.

Figura estelar de la Asociación Empresaria Argentina, que reúne a los titulares de las principales empresas, Paolo Rocca lucía disgustado por esos años de populismo, rezongando en el seno de la entidad contrapoder más temible del país, que en Techint de Brasil pagaba sueldos equivalentes a la mitad de los percibidos en la Argentina, y en su filial de México, los salarios equivalían a un tercio de los cobrados en Campana.

Parece el colmo del desaire y la ingratitud a la ciudad que Techint eligió como sede matriz, cuando se mudó en la posguerra de la Italia en ruinas. Pero como principal contribuyente del municipio, la corporación fue aún más lejos en su infame conducta fiscal. Tenía una cuantiosa deuda impositiva con la comuna, y para retener la menguada fuente de trabajo la intendencia PRO de Campana favoreció al imperio industrial de Paolo Rocca con una quita de 40 millones de pesos.

En el afán de suplicar inversiones foráneas genuinas que no llegan según el manual neoliberal de otra época, Macri inmoló su mayor expectativa tras la visita al colérico Trump. Cómo lograr ese vano intento, cuando el titular del Banco Central fomenta el libre ingreso de millones de dólares convertidos en pesos adquiriendo Lebacs a una tasa anual altísima, y después reconvirtiendo esas letras en dólares para fugarlos del país a los bolsillos de especuladores que aprovechan la bicicleta financiera.

Tamaño desaguisado acumula demasiada carga muerta sobre una estructura debilitada. El país conducido por sus propios dueños también puede volver a temblequear, y el gobierno caer por su propio peso.