De la mano de EL OTRO, el escritor y músico Carlos Acosta acerca los cuentos que componen Casa de Amar, un libro/disco íntimo y lleno de poesía. El Baldío es el quinto texto de este libro sentimental.

Foto: Jo Thomatis

El baldío estaba entre mi casa y la casa de María Helena, un lote grande con paredes de adobe de lo que fue una casa, con un montón de cosas viejas que para nosotros serían los mejores juguetes…

A María Helena la veía poco, no íbamos a la misma escuela pero los dos teníamos 11 años, en el 71, cuando nos cambiamos en el 70, ella ya vivía ahí, del otro lado del baldío.

La medianera de mi casa no era muy alta, era de adobe, y el parral del patio estaba sostenido por caños enterrados en el suelo, por ahí me subía y miraba el baldío que tenía al frente toda una pared muy alta sin entrada, vaya a saber desde que tiempo nadie entraba, solo podíamos verlo María Helena y yo desde nuestras medianeras.

Una siesta de otoño me trepé por los caños del parral decidido a bajar del otro lado, sabía que tenía que saltar dos metros y que luego para volverme debería inventar algo para trepar, había un tacho de 200 litros que me serviría, también muchas maderas, hierros, cajones y quizás adentro de las dos piezas destruidas encontraría otras cosas.

Cuando estaba buscando la forma de descolgarme de la medianera, desde el otro lado me gritaron ¡cuidado, es peligroso! Fue la primera vez que escuché la voz de ella, me asombró que nos encontráramos ahí en ese mismo momento. Me puse de panza sobre la pared y con las piernas colgando me deslicé y salté… Ya estaba en el baldío. Me sacudí la ropa, estaba lleno de tierra y la miré, sintiéndome valiente le dije ¡no pasó nada!, te ayudo y te bajas…

– No , no me dejan… contestó ella.

Había muchos yuyos altos en el baldío, caminaba lento viendo con atención el suelo, pensaba si habían arañas o alguna víbora, podía ser, y tenía que andar con cuidado.

– Uy ¡¡¡¡mira lo que encontré!!!, le dije …

– ¿Qué, qué es?

– Una lata grande de galletas y tiene tapa y el vidrio esta sano y al lado una cartera de mujer, de cuero, también varios zapatos viejos de mujer y de hombre.

– Uy ¡¡¡mirá allá, atrás de esas maderas!!!, me dijo, me indicaba desde su medianera, estábamos muy ansiosos y queriendo descubrir todo…

– Es una mesita de luz

– ¿Qué tiene adentro?

– Tiene muchas telas de araña, le dije. Con cuidado abrí la puerta de abajo. No tiene nada.

– Fijate en el cajón…

– Abrí el cajón con cuidado

Saqué todo el cajón y lo puse sobre el tacho de 200 litros, hay papeles, y un collar de perlas, pero creo que son de plástico.

Fui hasta la medianera y se lo mostré de cerca, vi que María Helena tenía la cara redonda y nariz chiquita con el pelo corto y con rulos, me estiré para darle el collar, pero no alcanzaba.

– Esperá que busco algo para subirme.

En ese momento escuche la voz de la madre:

– Bajá de ahí, qué te podes caer ¿Qué estas haciendo?

– Nada mamá, solo miraba el baldío.

Yo me quedé callado, María Helena se bajó de su escalera, dejé el collar en el cajón y rodé el tacho hasta mi medianera para subirme.

Cuando baje al patio, ya sabia como volvería mañana para seguir descubriendo todo lo que había en el baldío.

Después de comer esperaba que mis padres se fueran a dormir la siesta para ir.

Empecé a juntar las cosas que me gustaban y que me servirían para jugar, la lata de galleta podría ser un acuario o un casco de astronauta, un cajón lleno de partes de un motor las usaría para hacer un pista de carrera de autitos…

– ¡Hola!

– ¡Hola!

– Mis papás están durmiendo y escuché ruido en el…

– Sí, es la mejor hora para venir, le dije.

Le llevé el collar, puse unos adobes y un tablón como un andamio y ella lo agarró…

– Es muy bonito, dijo, lo voy a lavar bien, ¡seguro son perlas!

Desde el andamio le conté que iba construir una pista para autitos, que primero haría un piso de adobe, un cuadrado como de dos o tres metros, bien parejo, que lo mojaría y lo emparejaría muy bien y empezaría a trazar la pista, que tendría curvas, bajadas veloces y un puente. Que le pondría arbolitos y una estación de servicios hecha con las partes de motor que había encontrado, y si quisiera podríamos hacer carreras.

Ella me dijo que no tenia autitos pero que le gustaría ayudarme, pero que era difícil que la dejaran ir a jugar.

Durante una hora mas, María Elena desde la pared me seguía indicando, allá, mirá, ¿qué es? Y yo levantaba cosas y se las mostraba y nos asombrábamos e imaginábamos juegos y aventuras.

Ella me decía que hiciéramos una casita , que había muchas maderas para el techo y llevaría tortitas y tomaríamos el té adentro.

Le dije que haría un hueco en mi medianera y pasaría una manguera para que tuviéramos agua y regar un poco el tierral.

Luego, cuando eran cerca de las 4 de la tarde, ella se despedía y se iba, sus padres estarían levantándose de la siesta.

Durante muchos meses y varios días a la semana nos encontrábamos con María Helena, ella siempre desde la medianera, seguíamos descubriendo cosas viejas e inventábamos nuevas historias y juegos que nunca concretamos, pero que en nuestra imaginación eran geniales y nos divertíamos mucho.

Un día volviendo de la escuela vi que en un gran camión estaban cargando los escombros de la pared del frente del baldío.

En el almuerzo mis padres hablaban de que habían comprado al lado y que harían un galpón de la Camionera Mendocina.

A la siesta salí a la calle y fui a ver desde la vereda, también salió María Helena y nos sentamos en el cordón de la calle con las piernas colgando hacia la acequia.

– Qué pena, le decía, ya no podremos jugar más.

– No te preocupés, podemos juntarnos en la vereda y jugar lo mismo

Inmediatamente se paró y agarró dos maderitas y me dijo: ¡carreritas de barcos por la acequia!

 

 

Las perlas de un collar

Entre las cosas viejas

En el cajón, en una siesta

El baldío y tu voz

 

Dos maderitas van…

Como barcos de mar

En una acequia

Sin marineros

Y todas las veredas.

 

Un casco de astronauta

Un acuario de lata

Una escafandra llena de peces

Cuando todo era magia.

 

De adobes y de tablas

Construyó un andamio

Para alcanzarte y ver tu pelo

Y la mano tocarte.

 

En tu cara hay luz

Por el sol de las tres

Montón de escombros

Desesperanza

Tu risa y correr…

 

Casa de Amar: Los Hermanos

Casa de Amar: La bruja del amor…