De la mano de EL OTRO, el escritor y músico Carlos Acosta acerca los cuentos que componen Casa de Amar, un libro/disco íntimo y lleno de poesíaLos cuatro es el tercer texto de este libro sentimental.

Foto: Jo Thomatis

Ramón, José, Patricio y Juan.

Los cuatro en una misma pieza, las cuatro camas, un ropero y una mesa chiquita con dos sillas.

Los cuatro trabajaban de pintores  en los edificios del Barrio Unimev, un complejo de  muchos departamentos, era abril del 77, se habían juntado en la obra y alquilaron la habitación porque les salía más barato, todos los días iban a trabajar y volvían y comían y dormían juntos, hermanados por la necesidad y la vida.

Patricio era chileno, había llegado hace un par de años como tantos otros huyendo de la dictadura, simpático y educado, tenía las manos muy blancas y limpias, vivía lavándose las manos, era prolijo al vestirse, humilde, de ropa sencilla y siempre limpia. Oficial pintor.

Se había hecho muy amigo de Juan, un Flaco de barba y de anteojos de marcos negros grandes y vidrios con mucho aumento, siempre estaba leyendo algún libro, callado, de andar liviano.

Los días sábados salían a la noche, eran muy unidos, Juan se reía mucho de los chistes en chileno que decía Patricio, eran aliados y se cuidaban.

Ramón venia del norte, con cara de boliviano, rasgos duros, un solitario malo para adentro, malo y enojado con sí mismo, tomaba todos los días un litro de vino cuando cenaba, y me parece que cuando trabajaba también.

José también era solitario, un tipo de unos 55 años,  gordo, osado, enérgico y nervioso, religioso y creyente. Había trabajado en el ferrocarril en el coche comedor, un porteño que se había venido a Mendoza en su último viaje en tren cuando lo despidieron.

Convivieron casi un año, hasta que se terminó la obra.

Los veía cenar, la mesita en el medio de la habitación, sentados los cuatros, a veces cocinaba José para todos, la mayoría de las veces compraban fiambre: mortadela, salchichón y salame. Comían sánguches y hablaban del trabajo o se contaban historias de sus pasados. Cuando Ramón empezaba a levantar la voz era señal que había que irse a dormir, Ramón tomaba su vino y se ponía denso y era mejor no discutir.

Se sabían, al tener que compartir la habitación y las penas,  aprendieron qué hacer y cómo moverse cuidando molestar lo menos posible, un comentario gracioso que descomprimía, un silencio a tiempo, ordenados, ocupando el espacio justo, la comprensión de saberse pobres, aceptarse en esa condición y tratar de estar bien, concentrados en cumplir con el trabajo para poder ahorrar un poco de plata para sentirse más seguros con la vida que les tocó.

José siempre estaba de buen humor, llevaba una cruz colgada al cuello agarrada con una piola de trompo, siempre citaba algún párrafo de la Biblia, un día confesó que lo único que no podía dejar de hacer era cada tanto tener un encuentro amoroso con alguna prostituta, y cada tanto salía un sábado con ropa limpia y zapatos, y al domingo dormía todo el día.

El Patricio y el Juan de tanto salir a los bailes consiguieron novias. Juan fue el primero en anunciar que dejaba la pieza, que se iba a vivir con su pareja que tenía dos hijos, y alquilaron en el barrio San Martin una casita.

Patricio conoció una chica chilena y se fueron a vivir juntos a Rodeo del Medio.

José decidió volverse a Buenos Aires, allá tenía una hermana y un sobrino, eran su única familia.

Ramón fue el último en dejar la pieza, una semana después de quedarse solo, lo veía triste, cuando comía en la mesita en el medio de la pieza era otra persona, el mismo gesto de enojo pero con mucha tristeza en la cara y en el cuerpo. No dijo a dónde se iba.

Un día después de un par de meses me encontré con Patricio en la calle y me contó que Juan iba a ser padre, que de José no sabía nada y que a Ramón en una pelea en el Ferrocarril Belgrano lo habían apuñalado y matado, que lo vio en el diario y que en la foto estaba tirado en el suelo, y que se veía que llevaba en el cuello una cruz atada con piola de trompo.

 

Los Cuatro

Andaban la vida los cuatros
compartiendo la piecita
comían y trabajaban
eran pobres y se sabían.

Patricio era chileno
venido por el Pinocho
Ramón del norte duro
obrero y golondrina.

Barbudo y bueno era el Juan
calladito él leía
el José que cocinaba
en el tren y por las vías.

Dos que se enamoraron
uno volvió a Buenos Aires
al otro en una pelea
en la calle lo mataron.

Se aprendieron por un año
hasta que se separaron
cuatro camas en la piecita
se quedaron sin sus almas.

Los cuatro se acompañaron
porque pobres se sabían
vivieron como pudieron
eran solos y eran buenos.

Cada uno con sus sueños
sus recuerdos y añoranzas
se cuidaban como hermanos
eran solos en la nada.

 

Casa de Amar: Juana de Lavalle

Casa de Amar: Julia y Alfredo

“Mis personajes tienen riqueza por el simple hecho de vivir”