De la mano de EL OTRO, el escritor y músico Carlos Acosta acerca los cuentos que componen Casa de Amar, un libro/disco íntimo y lleno de poesía. Roculé es el sexto texto de este libro sentimental.

Foto: Jo Thomatis

Roculé llegó a la casa en el 79, justo había una habitación con un solo pensionista, Don Castro, el cafetero, vendía café en una bicicleta de esas grandes con un canasto adelante donde ponía los termos y las tortitas. Se levantaba muy temprano preparaba el café y salía a vender.

Venía de San Rafael, tenía 35 años, había sido ciclista casi profesional en su pueblo hasta los 25 y chofer de reparto. Acá en la ciudad consiguió  trabajo de taxista, tenía carnet profesional y le había costado mucho al principio por no conocer Mendoza, pero en poco tiempo se aprendió las calles y pudo hacerlo bien.

Comía con nosotros, él no sabía cocinarse y había arreglado un precio para que mi mamá le hiciera de comer, mientras almorzábamos nos contaba de sus recorrido en bicicleta por Valle Grande o el Nihuil, decía que extrañaba andar en bicicletas durante horas por las rutas sin pensar…

En poco tiempo ya era parte de la familia,  todos los días almorzando con nosotros, se hizo amigo, era buena gente.

Tenía cuerpo delgado y con movimientos rápidos, eran inconfundibles sus pasos rápidos en ojotas por la galería, era simpático, medio pelado de ojos claros, tenía cara de francés, no nos hablaba de su familia en San Rafael, nunca vino nadie a visitarlo en los 3 años que vivió en la casa.

Se hizo muy compinche de Don Castro, muchas veces le ayudaba a arreglar su bicicleta de reparto, emparchar pinchaduras, sacar y poner las ruedas, cambiar los cables del freno. Don Castro que era un cincuentón gordito, le decía:

-Yo puedo andar todo el día arriba de la bicicleta cargada de termos pero arreglarla, ni mamado.

Una tarde vino con su novia Isabel, se las presentó a mis viejos y contaron que iban a ser padres en 6 meses.

Isabel era bajita y robusta muy simpática y le encantaba hablar, y jugar a la canasta, cosa que a mis viejos les encantaba.

Don Castro decidió dejar la pieza para que Roculé viniera a vivir con Isabel que estaba ya con una panza enorme, así fue que empezaron su convivencia. Don Castro se fue a una pensión cerca de la Terminal de Omnibus.

El día que estaba por parir mi viejo los llevo hasta el Hospital Emilio Civit , en su Rambler modelo 66  , salieron a esperar el nacimiento de María Emilia.

Cada vez hacía más horas arriba del taxi, a veces trabaja de noche y parte del turno de día, era muy guapo y quería lo mejor para su familia.

A los 2 meses de nacer María Emilia, Isabel se volvió a quedar embarazada, durante los próximos 9 meses vivieron en la casa, jugaban casi todas las noches a la canasta mis viejos e Isabel, y Roculé cuando tenía un día libre.

Cuando nació María Laura, la segunda hija, la piecita les quedó muy chica y se fueron a vivir a una casita de Luján, habían pasado tres años que estaban en la casa, tres años, una pareja y dos hijas.

Cada tanto venían Roculé y su familia a visitar a mis viejos, las niñas iban creciendo, recuerdo haberlas visto por última vez cuando tenían 6 y 4 años, después ya no vinieron más.

Una tarde estaba en la calle San Martín cerca del zanjón de Los Ciruelos, y escucho el silbato de los afiladores de cuchillos, siempre me gustó el sonido de esos silbatos, son inconfundibles, únicos, cuando veo venir en bicicleta al afilador … era él, estaba igual pero más viejo, no había cambiando su calvicie, tenia el mismo cuerpo de atleta y su sonrisa de francés.

Me contó que Isabel y sus hijas estaban muy bien, las niñas grandes, me mostró una foto ya señoritas. Se había cansado de trabajar en el taxi todas las noches y dejarlas solas en la casa. Me contó también de Don Castro, que lo vio hasta el año 95, le vendía café en la parada de taxi de la calle Catamarca y que fue Él quien le dio la idea del trabajo de afilador un día cuando hablaban…

-Si vas a cambiar de trabajo, tiene que ser a independiente, mírame a mí, yo soy mi patrón, trabajo todos los días, y todo lo que gano es para mí, ando por la calle, hablo con la gente, soy feliz, le dijo.

Roculé se había quedado pensando en lo que le había dicho Don Castro…

Me dijo que un día arreglando la bici a su hija agarró un cuchillo como destornillador y se acordó del silbato de afilador que le había regalado a sus hijas un día que había ido a visitarnos a la casa, ahí decidió ser afilador de cuchillos y tijeras.

Me contó que salía desde Luján y que llegaba hasta Las Heras, que le encantaba andar en bicicleta todos los días y que era feliz.

 

Roculé

Silba y pedalea
sueña y no piensa
La vida va…

Días de amor
tan simple
y ver la gente y
andar y andar…

La vida va y va
y va.
Verlas crecer
ir y volver
y pedalear
silbar… soñar
y andar y andar
La vida va.

Pasan calles y años
para encontrarse
La vida está.

Días de algún recuerdo
toda la risa
La vida va.

 

 

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