El próximo 23 de julio Leonardo Dolengiewich presentará su segundo libro, Colibríes feroces, a las 20:30 en la sala 3 de la Nave Cultural, con entrada libre y gratuita. EL OTRO, en entrevista con el escritor, se acerca al juego de sus microficciones que presentan laberintos de sangre, belleza y la búsqueda constante de la perfección. ¿Por qué consideramos inconfesables nuestras pulsiones más primitivas?

Fotos: Coco Yañez

¿Qué hace Leonardo Dolengiewich?

Soy escritor y también soy estudiante de Psicología. Creo que nutro mutuamente las dos cosas, saco mucho material de un lado para el otro constantemente, sobre todo del psicoanálisis, me analizo desde hace 15 años. Estoy por publicar un libro de cuentos que se va a llamar La gente no es buena, esa idea y lo oscuro que tenemos todas las personas, esas cosas inconfesables que todos tenemos, como querer tener sexo con nuestros padres, o cuestiones egoístas como la envidia son las que trabajo en mis textos.

¿Por qué colibríes feroces?

Un día me desperté con ese título en la cabeza, Colibríes feroces, porque hay una doble cuestión con ellos: los colibríes son como maquinitas perfectas que pueden suspenderse en el aire y también son un símbolo de belleza. En algún punto mi idea es que mis textos cumplan con esas dos cualidades: belleza y perfección. Puedo escribir un texto en un minuto y corregirlo en dos años. Hablo de la perfección más como búsqueda que como encuentro.

La cuestión de la ferocidad es porque siempre me gustó mucho la figura del oxímoron. Y este es un título así, el colibrí como símbolo de belleza y “feroz” es el último adjetivo que alguien le pondría a un colibrí. Mis textos tienen esa búsqueda de lo feroz.

¿Cómo fue gestado este nuevo libro?

Cuando se me vino la idea a la cabeza el libro no tenía ningún texto de colibríes. Un día escribí una microficción con un colibrí y realicé una consulta en Facebook para que la gente me contara todo lo que representaban para elles y a partir de ahí escribí seis, siete textos más que están en el libro. Además me gusta mucho laburar los libros como productos completos, que esté bien diseñado, trabajar en conjunto con el ilustrador, que en el caso de mis dos libros es Elías Rodríguez. Me gusta ordenar, también, los textos y que todo salga a la calle como un producto integral y eso es Colibríes feroces.

¿Por qué creés que es un rasgo tan humano el esconder “lo inconfesable”?

Vivimos con demasiados ideales impuestos, demasiado “deber ser”. El psicoanálisis me ayudo a desprenderme del deber ser. Está bueno poder decir que no. Llevándolo a la literatura juego mucho con romper eso. Por ejemplo los niños, está bueno descubrir que los niños son violentos, que odian, que desean y un poco juego con eso. Me gusta construir textos incómodos que le sean espejo al lector, un espejo incómodo. El arte que a mí me gusta consumir y crear tiene que interpelar, pinchar.

¿Por qué debe “pinchar” el arte?

Mi consumo artístico es absolutamente masoquista. Es “pegame que me gusta”, es “mostrame verdades descarnadas de mí mismo”. El arte edulcorado no me va. La cosa oscura, la depresión, cuestiones que te arrastran por la mierda humana y que en algún punto uno se reconoce en esa, eso me va. Yo juego con eso siempre desde el humor en mi literatura, aún en los textos más terribles que he escrito hay humor y eso me gusta. Lo que yo quiero hacer con el lector es ponerlo a reírse de cosas que no se puede reír, ponerlo a reírse de la muerte de un niño, del incesto.

Tu literatura es jugar todo el tiempo, hay laberintos que recorrer y casillas que llenar y eso que unx llena es con elementos que rechaza pero que conoce muy bien…

El recurso fundamental de la microficción es la elipsis, el omitir elementos para que justamente el lector sea el que escribe el final en su cabeza  y siempre lo que se omite es lo fundamental. Hay otras microficciones que juegan con la dulzura pero en mi caso siempre es lo más terrible y siempre esta cosa de que el lector lo termina de completar porque sabe que eso existe y que eso que rechaza lo tiene adentro suyo.

¿Alguien te dijo alguna vez “lo que haces es terrible”?

En cuanto a temáticas no. Sí me ha pasado de gente a la que no le gusta la microficción o mi microficción por una cuestión de que requiere a un lector muy activo, que si no conoce un término seguramente ahí está la clave del texto y lo tenés que ir a googlear. Hay mucha gente a la que eso le rompe las pelotas y me lo han dicho.

También me han dicho que soy críptico, pero yo no siento que sea así. Ana María Shua dice que, como en las artes marciales, hay que usar la fuerza del lector para hacerlo caer y en algún punto todos tenemos nociones de ciertos conceptos aunque no los sepamos en profundidad. Me gusta esto que decía Borges de escribir para un lector más inteligente que uno y yo le agrego un lector activo.

¿Qué autorxs recomendás a la hora de leer microficción?

El autor que más me gusta, Raúl Brasca, es argentino y contemporáneo; Ana María Shua, Víctor Lorenzo, Manuel Ortiz Soto.

Aquí en Mendoza está  Débora Benacot, Carolina Fernández, Juan Manuel Montes, Roque Grillo, Leo Mercado, Greta Martínez y Jorge Aguiar.

¿Hay alguna microficción de tu autoría que sea tu preferida?

La última de La buena cocina (su primer libro), que se llama Fugitivo, creo que ha sido mi punto más alto. Estaba viendo una película con Jean Claude Van Damme a las 2 am procrastinando para no estudiar y se dio exactamente este diálogo y yo escuché la última línea y dije ‘qué bueno sería que terminara de tal manera’, y lo que hice fue solo modificar esa última línea:

FUGITIVO

-¿Y por qué te buscan?

-Por algo que sucedió hace unos años, un asalto en el que murió una persona.

-¿Te quieren ver preso?

-No, bajo tierra me quieren.

-¿Para tanto? ¿A quién mataste?

-No maté a nadie.

-¿Entonces?

– En aquel asalto el muerto fui yo.

 

La historia de la foto: Coco Yañez

 

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