Una peluquería en pleno centro de una ciudad que conserva espacios donde el tiempo no ha cambiado casi nada. Crónica de nuestro reportero gráfico Apprentice.

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“¿Cortito o regular?”, pregunta el peluquero, como pidiendo permiso al cliente para comenzar su faena.

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“Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros
sus animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,
¿afeitaba al espejo?” (*)

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“Era más chico que un tarro de gomina Brancato
mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada
hacia un lado, él el decía: “servido”.

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(*) Los fragmentos incluidos en esta crónica pertenecen a la poesía “El peluquero”, de Jorge Boccanera.