Soy docente de un CENS y de un CEBJA, doy clases en un penal. Profe tumbero, que le dicen. Si las escuelas de los barrios se caen a pedazos, no van a querer imaginar lo que es una que funciona dentro de una cárcel.  Abandonen toda esperanza si entran acá, este es el último círculo del sistema educativo, un infierno dantesco.

Por S.L.

Foto: UNCuyo

El escenario es complicado, una escuela y una cárcel conviven en el mismo tiempo-espacio. Dos instituciones disciplinarias juntas y separadas a la vez: la penitenciaria y la educativa, en el mismo lugar. La distancia es tan infinita como contradictoria. La primera tiene como función el traslado y la custodia, la segunda el ejercicio del derecho a la educación. Para la primera la educación es parte de un tratamiento psicológico para la reinserción social del delincuente, para la segunda un derecho fundamental a priori de todos los ciudadanos. Dos visiones bastante lejanas de una misma cosa, que termina siendo bien diferente. La primera acciona sobre la segunda, la segunda (de la mano de sus funcionarios) acciona contra sus propios empleados (los docentes).

Así el estado de situación donde los docentes, último círculo de todos los posibles, rasos trabajadores de segunda categoría, intentan dar clases. Para esto necesitamos poder acceder al sector donde se encuentra el espacio escolar (en terminología penitenciaria sería lo que se entiende por una escuela, aunque lejos esté de serlo); por lo general  llegábamos allí a través de un pasillo oscuro que atravesaba el salón vacío donde funciona la Universidad y la dependencia abandonada donde mucho tiempo antes funcionaba la cocina, no era un gran camino que diera gusto recorrer pero era cercano y nos permitía acceder de manera veloz y segura a la escuela.

Foto: UNCuyo

Hace unos días, el servicio penitenciario cerró de manera unilateral esa puerta con un candado y nos obliga a transitar por patios interiores que dan a todos los pabellones y demás recovecos de una ciudad oculta, como es el penal de Boulogne Sur Mer. Este camino es por demás peligroso, los docentes podemos quedar en medio de cualquier gresca que surja, podemos ser robados, golpeados, violentados sin que nadie se entere. Estamos literalmente “regalados” en el centro de un penal, solos, separados por muros del resto del mundo y de las cálidas oficinas donde los funcionarios de la Dirección General de Escuela dirigen los rumbos educativos de un lugar que conocen de oído y pocas veces visitaron.

Nuestros estudiantes nos apoyan, fueron los primeros en indicarnos que pasar por ahí es peligroso. No tenemos nada contra la población del penal, pero a diferencia de los funcionarios, caminamos y conocemos lo que allí sucede: la cárcel es un lugar donde todo tiene un precio y es valor de cambio para otras cosas. Igual vamos a dar clases, vamos de día y salimos de noche, pasamos por pasillos oscuros y por patios de barro, y ahora también por donde están los pabellones de la cárcel. Solo espero que se garantice el derecho a la educación y que los funcionarios de la DGE sean responsables de nuestra seguridad.

Disculpen que escriba como un encapuchado, a cara tapada, sin que se me vea el nombre.  La situación es más complicada de lo que puedo contar, y no quiero que las represalias me dejen sin trabajo, como ha sucedido con varios de mis compañeros. Soy apenas un profe tumbero, un piquetero de la educación.