El camino a Salafia o la calle del ejercicio

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

Dicen que para “parar” la cabeza hay que poner en movimiento el cuerpo. En días “tristes”, a veces, salgo a dar una vuelta, camino algunas cuadras y un poco funciona, no sé bien que produce el cuerpo cuando hacés ejercicio, aunque no camino tanto para que se considere ejercicio.

Hace unos días atrás, en un día más gris de lo normal y con la angustia en la superficie, salí a correr, esa sensación merecía medidas drásticas. No corrí ni 4 cuadras, nunca fui muy amante del “entrenamiento” pero seguí caminando y por Vistalba me crucé con muchos ciclistas que no respetan ciclovías, peatones ni normas de tránsito. En un momento caminando por la tierra, después de que evitara caminar por la pequeña vereda imperfecta, levanto la vista y me encuentro con una calle a la que los árboles la convierten en una especie de túnel. Arranca ancha y se va haciendo angosta, o eso parece, invita a entrar. Siempre custodiada por esos árboles que se dejan caer sobre ella. Y ahí, en ese momento exacto me acordé del “bosque”, justo antes de adentrarme en esa calle que me llevó en el tiempo a los 12 años, al barrio de los empleados de YPF.

En el barrio de la destilería había un lugar que se llamaba o nosotros le decíamos el bosque de Salafia, yo nunca supe bien porque el nombre a pesar de que alguien me contó la historia. Íbamos ahí a jugar algunas veces, como por temporada, eran unos cuantos árboles juntos. Los más grandes contaban historias para asustarnos, ir de noche era adentrarse en una película de terror. Creo que fui una sola vez cuando ya no había luz y salí corriendo con el Diego después de escuchar unos ruidos. De día jugábamos, a veces éramos Brigada A o los Thundercats, íbamos al cañaveral que había al final y hacíamos espadas. Me viene la imagen de un árbol de membrillos que estaba justo en el centro pero no sé si es así. Hace unos años pasé otra vez por ahí y me pareció muy chico para ser un bosque, eran apenas unos 15 árboles ya secos.

Ya empieza a ponerse el sol y emprendo el regreso. Casi llegué hasta el final de la calle. Con los últimos rayos de sol uno se siente “abrigado” bajos esos árboles. No sé si fue la larga caminata y el ejercicio o esta calle que fue un túnel del tiempo. Volví a casa sonriendo. Y pienso volver a caminar por esa calle para hacer ejercicio.

 

 

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