Invadido

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

Nunca imaginé semejante invasión. Sospecho que recién ahora me doy cuenta, mientras ocurría el avance conquistador estaba embarcado o distraído en el fragor de la batalla amorosa. Sé muy bien que todo tiene que ver con el significado y el significante de las cosas, más allá de cualquier aspecto lingüístico o psicoanalítico de los mismos. Pero con el encendedor en la mano a punto de prenderme un pucho caigo en la cuenta que la invasión ha llegado a niveles insospechados.

Mientras exhalo la primera bocanada de humo y aprieto con fuerzas el encendedor azul que me regalaste miro cómo desde encima de la mesada de la cocina la taza blanca con dibujos de Picasso en el que tomabas café yace ahí desde que la dejaste, han pasado apenas 5 días, pero sigue ahí, estoica. Aún con la borra del último que compartimos. El pucho va por la mitad, la sensación de haber perdido todo territorio propio se acrecienta cada minuto, cada lugar al que miro hay algo en lo que estás, o tiene que ver con vos: El imán en la heladera, el beso que dejaste en la servilleta de papel que dejé justo debajo del imán, el escritorio que pintaste en el cual está la computadora vieja en la que intento escribir aún sin éxito.

Intento poner una pausa, entender que es una significación sobre objetos que solo son cosas. Que soy yo el que ha favorecido a este avance incontrolable. Apago el pucho y pienso en dejar de fumar, te molestaba el olor a humo. Ni el sillón es mío, estás ahí, ni siquiera mi cama. Una cosa hubiese sido vivir juntos, pero no. Toda esa invasión ocurrió gradualmente, en los días en los que nos veíamos. Entiendo que el último pico de contagios originó esta cuarentena breve (en nuestro caso) que nos llevó a una convivencia corta que tal vez desgastó lo nuestro. Y si bien yo había notado esa capacidad de los objetos de ser mucho más que cosas, esa significación iba cambiando, se iba llenando de vos, porque mi cepillo de dientes siempre tuvo ese significado hasta que vos usaste el tuyo de micrófono mientras te bañabas.

Hasta ayer miraba con nostalgia esos nuevos significados de las cosas. Te extraño, no me dí cuenta como avanzaste sobre todo, sin embargo, debo reconocer que tus métodos de conquistas me parecieron tan innovadores que no entiendo porqué he de extrañarme el haber perdido casi todos mis bastiones. Y digo casi todos porque mientras te escribo este mail me estoy acordando de que tengo guardado en el tercer cajón de este escritorio que en los próximos días estaré lijando y eligiendo un mejor color, un llavero con el escudo de Central que usaba en el departamento anterior. Sé que incluso compartimos mirar algún partido de fútbol pero nunca llegaste a que mi equipo se relacionara del todo con vos, ese llavero me lo regaló mi viejo y entonces ya no podías invadirlo aunque no me arriesgué.

Te mando un beso grande, este correo electrónico que fui escribiendo en etapas y dudaba en enviarlo, te llegará antes que la encomienda que mandé llena de cosas que conquistaste y que preferí no romper como si sucedió con otras que se partieron en mil pedazos.

Y ahora pienso, otra vez, que quizás cada pedazo sea el significado del significante de la nada que es hoy todo esto lleno de objetos y cosas que no son, pero fueron y serán.

 

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