Pedacitos chiquititos

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

–  Pedacitos chiquitos, muy chiquitos, de algo que anda dando  vueltas, así me siento, como sin fuerzas, pero con la liviandad para volar, para dejarme llevar…

–  ¡¿Vos me estas jodiendo?! No vengas con lo del universo. Me parece una vendida de humo. 

 

El Bocinazo del camión de la basura lo obligo a pisar el acelerador de golpe,  el auto tironeo un poco y estuvo a punto de pararse en plena calle San Juan, le seguía dando vueltas ese dialogo imaginado e inconcluso, quizás,  para una obra de teatro que jamás haría. La pareja que lo atendió en esa tienda hindu le disparo ese idea en la cabeza.  Comprarse  un almohadón aromático para el cuello, carecía de cualquier rigor científico pero siendo un hombre que algunas veces se entrega y se deja llevar por los consejos accedió a intentarlo, ya que el único “daño” seria económico pensó.

  

–  El cuello duele cuando uno anda cargando cosas que no le corresponden, todo dolor corporal tiene una explicación fuera del cuerpo, mas emocional, mas mental…- Le explicaba como si tuviera una maestría Mary mientras desayunaba…

–  Puede ser… -contesto sin estar convencido del todo – aunque seamos sinceros… ¿Quien está convencido del todo de algo?…

 

Al doblar por Lavalle intento volver al dialogo imaginario, pero se le fue diluyendo la historia que había pergeñado mientras esperaba el verde. Tenía ese problema: Imaginaba historias que duraban un suspiro, tal vez la inmediatez de los tiempos, de que todo es ahora, las redes sociales, o justamente la necesidad de que no todo sea inmediato, a un momento cualquiera lo convertía en historia. Bien no estaba claro, quizás eran dos problemas, quizás ni eran problemas,  el punto es que parecía que Lucio no lo explotaba.  

 

Casi en Costanera se pone a la par un auto,  una mujer fuma y escucha muy fuerte un tema de Las Pelotas, no canta, él mira, siempre mira, a veces exageradamente, acelera un poquito para que su auto no esté a la par. 

 

–  Atende el teléfono por favor. – Dice el mensaje que llega al celular – Ella ve que el celular se ilumina en el asiento del acompañante, pero no agarra el aparato, maneja, fuma y ahora canta con fuerza. Siempre soñó con cantar, pero no pudo convencerse de hacerlo.

 

Los viajes suelen disparar más las historias difusas, a la altura de la terminal una chica corre con una mochila negra, parece ser de Los Rolling, el resto de los que están en la parada con la pasividad del que espera parecen clavados, el colectivo arranca, la chica ya no llega, el colectivo ya dobló,  se perdió de la vista mientras él no puede pasar a un gol gris que parece va paseando. 

 

–  “Perdí el micro, espero el que viene, tengo para una hora más, te quiero”. – Escribió en su celular con sus dos dedos “gordos” a una velocidad que no tenían ni los profesores de los cursos de mecanografía, caminó hacia la parada mirando el celular, como esperando la respuesta, o tal vez como “stalkeando” otra cosa…

–  “Ok”.  –Así frío llega del otro lado, y hace la espera un poco más larga – 

 

El camino hacia el sur está lleno de historias que se pierden por el acceso y desaparecen a unos 18 km. Ahora canta él, casi a los gritos, desafina un poco, sólo un poco. La idea de poder contar una historia, llevarla más allá de ese “entretenimiento” mental nunca ha sido muy sólida, tiene probablemente otras ideas más sólidas, que son las que no le permiten construir flexiblemente algo flexible.  

Lo pasan un par de autos, se abre atrás de un Fiesta y acelera para superar un micro, se da cuenta que es el mismo que no alcanzo la chica de la mochila, mira al chofer, con cierta bronca inexplicable, por el espejo, parece un buen tipo… tiene cara de cansado. 

 

–  Yo me acuerdo antes esos asientos que tenía el chofer del micro ¿Te acordas? como todas tiritas plásticas, redondas. -Le comentaba con entusiasmo Martín a su hermano sentados en el último asiento del expreso por Drummond. Hacia tanto que no viajaban en el transporte público, que le parecía toda una novedad estos micros todos largos de ahora, los había visto pasar, pero todo es distinto cuando uno está arriba.

 –  Sí, sí esos que parecían como muchas cuerdas plásticas – respondía Fabian con el mismo entusiasmo-

Mientras un pibe que parece volvía de la escuela levanto su mirada del celular para tratar de adivinar a que se referían esos dos del último asiento. 

 

Después de pasar Boedo, le corre la sensación de que hoy no será igual, aunque el efecto realidad empieza a notarse desde ahí, a la altura de Araoz  su celular se ilumina en el asiento de al lado, intenta ignorarlo, maneja como viendo la ruta sin notar el paisaje, sabe que en Azcuenaga más allá de cualquier sensación que ya ha experimentado, terminan de evaporarse esas historias. Desacelera. Cuando sale del acceso para tomar la salida y entrar a Lujan entiende, viendo la inmensidad de la montaña de fondo, por primera vez que esas historias son pedacitos chiquitos de él que se dejan llevar porque son livianos y vuelan… en un inmenso universo. 

 

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