Al cielo.
Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras
Algunas veces leo el diario desde el teléfono y recuerdo que en la ola de calor extrañaba la montaña, no el mar ni una pileta, la inmensidad de la precordillera eso deseaba. No hago trekking, tampoco cerros, muy de moda en estos tiempos, soy un simple turista o visitante. Disfruto su majestuosidad, su fresco nocturno, el bucito al atardecer y que “No hay mosquitos” diría mi hija más chica. A unos cuantos metros sobre el nivel del mar, la energía montañosa renueva. Y no entiendo como lo de Malargüe no es un escándalo, no sé cuántas hectáreas de cordillera en manos de un privado.
En la mitad de enero mientras el ventilador hacía un ruido inversamente proporcional al aire que tiraba (a más ruido menos aire). Miraba por la ventana del departamento un pedazo de cielo. Casi perdido en ese pedazo celeste o quizás sufriendo los efectos del calor me acordé que hace unos meses atrás, en medio de una terapia alternativa, me dijeron: “Mirá más al cielo”. Soy un tipo que se acerca desde la duda a casi todo pero que también tiene esperanzas y busca señales, aunque dude de las mismas (sí, complicado). En ese momento se cortó la luz y no dude en putear a Edemsa.
Hoy, que estoy tirado en medio de la montaña, en una parte que aún no ha “cedido” el gobierno, me pierdo nuevamente en el cielo, en este caso con tonos rosados que tiene el atardecer de verano. Y ahí logro recordar lo que me habían dicho de mirar, quizás buscando alguna señal, un signo que me conecte con algunas ausencias.
Una de mis hijas practica una coreo de tik tok que haremos más tarde, mientras la otra busca tréboles de 4 hojas. Ante la inmensidad uno se siente tan chiquito. En ese momento me acuerdo de estar sentado en el asiento de atrás de una rural Fiat 125 blanca con unas líneas azules y otra celeste, tenía unos 9 años, la vecina de al lado de casa parada en el puente mientras yo la miraba embelesado por la ventanilla, me dijo: – ¿Querés que toque el cielo? A lo que yo respondí que sí o eso creo porque ella estiró sus brazos bien para arriba. Me miró y dijo: – Ya está, todo es cielo. Me sentí un boludo, dudé, me pareció fantástico, todo eso junto. Solo me reí, mi viejo se subió al auto y nos fuimos mientras sacaba la mano para despedirme.
“- Encontré uno” grita mi hija mientras corre con el trébol de 4 hojas. Yo me levanto y me estiro con los brazos bien arriba tocando el cielo.