Impersonal.

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

Tengo un tipo sentado casi enfrente que fuma unos Parisienne aunque no sé si todavía existen esos cigarrillos negros. Lo hace con tantas ganas que quisiera volver al tabaco. Desde que lo dejé tengo momentos en los que volvería a darle una seca, pero “promesas son promesas” me repito en la cabeza mientras espero llegue mi hamburguesa con papas de esas cervecerías modernas en las que te sentás en bancos altos y compartís la mesa con muchos desconocidos.

Llegué antes que mi cita que prefirió este lugar más impersonal para evitar, probablemente, que uno se haga la idea de que esto puede ir a algo serio. No es una cita a ciegas, como era antes, ahora uno tiene información de las redes, fotos, aplicaciones que permiten el acercamiento virtual. Pero en el cuerpo, para alguien como yo que no hace esto habitualmente, se siente como se sentían aquellas citas.

La moza está sobrepasada. En estos lugares las propinas se dejan de antemano en un frasco mientras uno paga el pedido y después te vas a sentar donde puedas, te dan un número que después alguno de los que reparten grita entre las mesas. Yo no debería estar comiendo pero con los nervios no almorcé y no quiero devorar delante de Carolina, así se llama a quien espero. Entonces me vine temprano y después con la panza llena todo es más fácil, o eso pensaban las abuelas que te decían que comieras a toda hora.

Alguien se quiere sentar al lado mío, pero le aviso que espero a una persona, es un mesón largo tan impersonal que agradezco me respete la “reserva”.

Ya he terminado de comer, faltan unos 5 minutos para la hora pactada. A mí para ser sincero me hubiera gustado algo un poco más personal, apenas un poco. Me dan ganas de fumar, debe ser la ansiedad y que el pucho post cena es el que más me cuesta. Allá a lo lejos me parece ver que se acerca, pero con tantos filtros que se usan en las redes uno no sabe bien. Yo por las dudas le avise donde estaba, yo también he hecho uso de las bondades tecnológicas.

Llega apurada, debo decir que a ella no le hacen falta filtros es fiel a lo que mostraba, está linda, me saluda con puñito mientras yo amagaba beso. La miro como quien estudia a quien le interesa, son segundos. Y en eso me dice: – ¡¿Podes creer que ahí está mi ex?! Yo que puedo creer en ese momento todo lo que me diga, miro para todos lados, más por decoro que otra cosa, ni se quién es el ex.

Lo impersonal del lugar se volvió muy personal para ella. Al lado mío una chica grita: – ¡Veintisiete! ¡Veintisieteeee! Ella finalmente se sienta en el espacio que yo había guardado, le estoy por proponer que nos vayamos pero antes de que alcance a pronunciar palabra. Tengo al lado un tipo que la mira fijamente, yo ni existo y me parece que está bien. Me corro un poco. Ella también lo mira y en ese momento me quiero levantar pero no tengo lugar, el tipo de al lado come un lomo con todas ganas. Se dicen algo, ella se levanta y él va detrás. Miro la escena como una cámara que se aleja y toma altura en una especie de plano cenital  Y me veo ahí sentado tan personalmente impersonalizado. A lo lejos escucho que dicen: ¡Treinta y dos!  Me prendo un pucho que me convidó el de los parisienne y miro las historias de Instagram.

 

 

Nota: El fumar es perjudicial para la salud.

Ni Parisienne, ni ninguna cervecería han auspiciado esta crónica. (Por ahora)