Sobre esperas y llegadas.

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

Tener una relación a distancia es difícil. Uno necesita de la piel en algunos momentos. La tecnología acerca pero no se siente. Hace un tiempo y a la antigua empezaron una relación chateando por Facebook, una red social casi en desuso y más para estos menesteres.  Evitaron Tinder y “me gusta” va “me gusta” viene, a mitad de la pandemia, más o menos, Mauro se animó a enviar un mensaje, Florencia respondió varias horas después y casi por cortesía (es lo que él supone). Y así estuvieron mensajeandose casi un año y medio. Hoy por fin se van a conocer en vivo, sentirse la piel, La química de las “energías” ¿Besarse por primera vez? ¿La recibe con un beso en la boca o en la mejilla? Virtualmente ha pasado de todo como para mantener la compostura de dos que apenas se conocen.  Pero a decir verdad “apenas nos conocemos”(Piensa Mauro)

Una nena de unos 3 ó 4 años grita:- “Vení abuela” cada vez que aparece un pasajero en la puerta corrediza de la sala de espera, se abren y se iluminan rostros. Por un momento deja de pensar en Florencia, en como recibirla, todavía tiene tiempo, el vuelo de ella está demorado. Y observa lo que pasa. Una chica de unos 14 y su hermano más chico que viajan solos corren abrazarse con la que debe ser la prima y su tía, con una alegría contagiosa.

Mira detenidamente, elabora una teoría que puede ser efímera, que más o menos sostiene que: “en las salas de espera de llegadas hay alegría, que la gente está contenta de llegar o de volver, por lo menos en su gran mayoría”. Es lo que nota. Mientras sigue prestando atención se olvida de su espera ansiosa, de la inflación, de, otra vez, las paritarias a la baja, de la inseguridad. Todavía hay turistas post vendimia dando vueltas. La pequeña sigue pidiendo por su abuela, espera que ese portal mágico la traiga hacia su voz.  

Ve incluso como aquellos que se acercan a los que sostienen el cartelito con el nombre sonríen a modo comunicativo. No es que vaya a la sala de espera de los aeropuertos para poder sostener su teoría, es lo que ve hoy y le alcanza. Su celular vibra y lo saca de su “estudio”.

La aplicación que permite seguir los vuelos le avisa que avión está “en zona” y entonces se inquieta un poco, se levanta camina a la sala de embarque y vuelve. La nena por fin se abraza con su abuela que apenas puede terminar de cruzar la puerta corrediza, la mujer llora de emoción, la niña sonríe. El padre de la hija e hijo de la mujer agarra la valija y se lo ve contento.  Él mira en la pantalla de los arribos, la abuela camina de la mano y la nieta le pregunta si le trajo el regalo.  “El capitalismo” piensa él de manera muy reduccionista, está nervioso. Le llega un mensaje de Florencia:- “Aterrizada”. El imagina mil formas distintas de recibirla y en todas siente que la va a cagar. Esa mujer sabe casi todo de él y sin embargo lo invade la inseguridad. Quiere comprar agua, se le ha secado la boca, pero desiste porque le quieren cobrar casi en dólares. Pasa por embarque, ve que también hay alegrías, pero confirma que hay más en los arribos.

Está parado ante esa puerta corrediza, ya no puede prestar atención a lo que pasa con los demás, solo puede pensar en las mil posibilidades y en Flor. Parece la nena gritando que aparezca su abuela, pero él no grita, aunque quisiera. Y de repente de ese portal mágico aparece ella cargando una pequeña valija gris, se sonríe, el no reacciona, ella se acerca tímidamente, él sabe que tiene que hacer algo pero no sabe qué y entonces ahí la abraza con fuerza, ella se sorprende,  siente que ella no responde igual, pero en realidad es porque le atrapó los brazos en su efusividad. Agarra la valija y desaparecen para de una vez por todas conocerse.

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