¿Hasta cuándo? Por ahora.

Por Juan Pablo Barrera | Foto: Seba Heras

“Naranjas: La vedette… tienen tan buen gusto que la eligen a usted”.  El tipo que está parado delante de mí acaba de tirar ese “slogan” como una construcción publicitaria que lo enorgullece y yo no puedo más que sentir vergüenza ajena.

Ahí estoy mirando atónito, en una entrevista grupal que parece más una charla motivacional para emprendedores; somos más de 20 personas para acceder a un trabajo que promete ganancias de esquema Ponzi y debe de serlo. La necesidad de trabajo es tremenda y la cantidad de gente que busca un segundo trabajo también. Es verdad que la plata no alcanza pero la precarización, el trabajo en negro, que paguen miserias para tener más ganancias (¿hasta cuándo?) me resulta triste de un sistema que ya conocemos, pero no está quedando otra más que someterse (por ahora). Es como dice Wos: “No hace falta gente que labure más, hace falta que con menos se pueda vivir en paz”.

El tipo sigue hablando, aunque me cuesta escucharlo, ha perdido mi atención. Tiene un traje negro, sin corbata, zapatillas negras con ribetes blancos, un corte moderno, tendrá casi 60 años y no lo aparenta. Todavía repaso la incongruencia de su frase. Cuenta que el vendía esas naranjas en Paraguay. Me acuerdo de los Simpson y la frase de Homero: -“el matrimonio es como pelar una naranja”.  Me sonrío. Los más jóvenes están entusiasmados, ponen ejemplos de gente que ha ganado mucha plata invirtiendo y vendiendo en cripto orange, y ahí entiendo el porqué de esa frase publicitaria forzada.

Decido levantarme para irme, las promesas de ganancias siempre es a costa de los más débiles, la base de la pirámide nunca ganará ni un décimo de lo que están prometiendo y algunos nada. Mientras me arrimo a la puerta el hombre dice: – Señor, no se vaya. ¡Si usted! – afirmó.-. Sentí que todos me miraban, entonces aceleré el paso “fingiendo demencia”, el tipo volvió a insistir: – Señor, usted el pelado de campera gris, no se vaya, los más viejos pueden ser parte de esta nueva concepción laboral.

Lo de pelado no me pareció correcto pero lo de viejo me molestó, apenas giré la cabeza sobre mi hombro para mirarlo, con el desprecio al maltrato, el enojo y la frustración del tiempo perdido en busca de un segundo trabajo. La puerta está a metros; levanté mi mano haciendo el movimiento como si tirara algo hacia atrás sobre mi hombro y en ese momento me tropiezo con un cajón de naranjas paraguayas que tenían en la entrada y que una chica se preparaba para repartir al final de la charla; trastabillo y no caigo, aún me miran (o eso creo), alguien se ríe, la chica quiere darme el cítrico, su cara me convence.

Espero el micro, en la columna que sostiene el cartelito de los recorridos hay pegado un sticker que dice: “lucharemos para que veas más a tus hijos que a tu jefes”. Mientras pelo la naranja como una mandarina tengo la sensación que el trabajo está sobrevalorado.  Me doy cuenta que, quizás, el capitalismo también sea un esquema Ponzi más allá de cualquier libertario. Me recuerdo que los trabajadores producimos ganancias y es absurdo que se pondere a “empresarios”, en su gran mayoría explotadores. Muerdo la naranja y está tan ácida que dan ganas de escupirla, pero no lo hago, miro el teléfono, me sobra tiempo para llegar a la próxima entrevista.     

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