La protesta iguala.

Por Juan Pablo Barrera 

Ella sonríe y yo me derrito, obvio que no lo sabe. Quizás me tiemble un poco el teléfono mientras le saco como 3 fotos por apretar con cierta torpeza, ella achina sus ojos, atrás una bandera que dice “El trabajo es digno si el sueldo es digno”. Estamos en medio de una marcha que reclama en una provincia que condena las protestas sociales y que tiene los sueldos más bajos del país. “Qué brillante la persona que pensó en esa bandera en el nudo vial” -Le digo mientras le devuelvo el celular. – Ella solo sonríe y me desarmo otra vez.

Soy un nadie, ella es mucho más, ella es ella, mientras yo, un simple administrativo que sabe usar bien el Excel, pero la protesta iguala. Nos perdimos del grupo de empleados con los que decidimos ir a la movilización. Una corrida cuando los caballos de la policía nos arrinconaban sin razón y ahí nos alejamos los dos entre toda esa gente. Estamos cerca de una columna de la CGT, desconozco a los compañeros de lucha y quizás también un poco a mí.

Caminamos entre la multitud y para mí solo está ella. No hemos hablado antes, si bien algunas veces cruzamos saludos en el trabajo, no hemos tenido una charla; suelo pasar desapercibido, quizás sea alguien simpático pero mi sonrisa no es la magia de los rocanroles ni nada parecido.

Me animo hablar y elijo lo absurdo de la meritocracia, ella coincide (quizás por compromiso) y también de la importancia de la cantidad de gente “marchando” por las calles de esta ciudad que simpatiza con otro tipo de “marchas”. Me sonríe un par de veces más mientras cantamos “el pueblo unido jamás será vencido”. Le hablo de la lucha de clases, y ahí empiezo a excederme. Siento que ese fue el momento, cuando teoricé sobre marxismo pero de oído. Yo sabía qué hacía agua por todos lados pero la soberbia del que no sabe y cree que puede dejar de ser nadie es incontrolable. Incluso no acepté y descarté de mala manera un par de correcciones que le hacía a mis consideraciones proletarias. Ya no volvió a sonreír. Lo noté tarde, en el momento en que me dijo:- “Soy Socióloga y tengo un doctorado en…” ya no escuché el final. Quería desaparecer como un nadie, pero ya no era posible. Me di vuelta y me fui caminando en contra de la marcha en busca de un tres tiros.   

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