Recreo.

Por Juan Pablo Barrera

(Una vez más la realidad intenta imponerse, pero evitaré hablar de los decretos del “gobierno del diálogo”, la criminalización de la protesta, las detenciones arbitrarias, la doble vara de la sociedad y de algunos pocos vedetismos sindicales. Voy a intentar que este escrito sea un soplo de aire fresco, pero quizás fracase como las paritarias que siguen dejando sueldos indignos).

Es el segundo recreo, jugamos al “ladrón y al policía”, el mástil es la “cárcel”, la pequeña pared que da a los jardines es la “casa”; estamos haciendo esto porque los de séptimo no nos dejaron jugar al fútbol. Yo creo que la humillación que sufrieron en el primer recreo de que unos pibitos de quinto grado le ganaran 2 a 0 hizo que nos robaran la pelota de medias que la mamá del Corcho había donado. Las lágrimas de José Gómez (el Corcho) fueron contenidas mientras estábamos en el aula por la promesa que nos hicimos de recuperar la pelota, para nosotros era una Tango Adidas Mundialista.

Había que esperar el momento, seguir el plan, la hora de “manualidades” (así se llamaba plástica antes) la pasamos planeando como recuperarla. Básicamente era esperar que la sacaran para jugar y ahí en alguna corrida de algún rapidito agarrarla y correr como nunca hasta el grado. Lo elegimos al Juanjo, chiquito, escurridizo, el Jorge era la segunda opción, y los otros serviríamos de “cortina” para los posibles perseguidores. Estaba todo listo, los minutos no se pasaban más, la profe insistía en recortar no sé cómo el papel glasé pero nadie prestaba atención.  A minutos de que sonara el timbre, Juana se da vuelta me mira y dice: – ¿Y sino la sacan? ¿Si la guardan?” ¿Para qué se van arriesgar?- Mientras masticaba muy alevosamente un chicle y se hacía un rulo.- La odié por un momento, me enamoré en otro, lo miro al Seba que estaba al lado mío y de atrás Martín dice: – No se van aguantar gozarnos. Sonó el timbre.

¡Era el momento! Desde el mástil miro a los que están en el arco imaginario que da al sur del patio de la escuela y no veo que saquen la pelota, “tal vez se las quitó la Seño” pienso, mientras simulo ser un “ladrón” atrapado. Juana tras líneas enemigas me hace seña que ahí está la pelota. Había que esperar que vinieran para el lado del mástil, que fuera alguno hacia allá levantaría sospechas. Quedaban pocos minutos para el final del recreo y la pelota cae a unos metros y Juanjo corre como nunca, agarra la pelota, un grandote le tira una patada lo desestabiliza pero sigue, empezamos a correr atrás de él para cubrirlo, pasa por abajo del tobogán de jardín y se saca dos más de encima, yo choco y caigo con un melenudo, los dos desde el piso vemos como mi escurridizo compañero da una vuelta al mástil; ya toda la escuela mira la escena, las maestras intentan poner orden, pero todo está desmadrado; ya corren alumnos de otros grados alentando a Juan José, ya es un mundo de gente. Y cuando parecía que lograba entrar a la galería le aparece de frente uno de ellos y en el giro se la da de lleno contra el bebedero, se pega en la frente, se corta la ceja, cae, hay sangre, se escucha el “uhhh” generalizado y Jorge que estaba enojado por ser nuestro plan B agarra la pelota y se mete al aula.

Festejamos, el Corcho lloraba de alegría, cuando entró la Seño nos sacó la pelota pero ya no importó, a Juanjo se lo llevaron a la salita y después a su casa, 3 puntos y una semana sin ir.

Hace unos días lo vi a Jorge y me acordé de ese día, me sonreí en el auto durante varios minutos, tuvimos momentos y partidos memorables pero esa doble humillación a los de séptimo el mismo día está entre los más recordados por todo 5to B.  

 

Espero este escrito haya cumplido su objetivo, lo hizo conmigo al escribirlo, espero lo haya hecho con usted al leerlo.  A veces hay que unirse para recuperar la pelota.