En la calesita.

Por Juan Pablo Barrera

En la plaza López de Rosario había una calesita, creo que aún está. Quedaba a unas 7 u 8 cuadras de la casa de mi abuela que era justamente de apellido López, pero yo descubrí mucho tiempo después la coincidencia. A la tarde dormíamos un rato de siesta para que nos llevaran a la calesita, ahí estábamos con mis primos y mis hermanos, yo creía ser muy bueno para sacar la sortija, eso me permitía una nueva vuelta gratis. Hasta que un día mi viejo me dijo: – No la saques más. – En un tono que no se correspondía con la destreza que yo estaba mostrando.-

Yo me subo al caballo gris oscuro, no pienso hacerle caso a mi viejo y voy por la sortija, el calesitero tiene una muñeca prodigiosa, hago mi mayor esfuerzo y no logro agarrarla, casi me caigo, pero los héroes nos arriesgamos. Mi viejo me mira, yo pienso una nueva estrategia mientras voy dando la vuelta, cuando estoy a punto de llegar nuevamente veo que mi hermano que casi no mostraba interés en la sortija la agarra, mi viejo se agarra la cabeza. Yo siento que he fallado, mi hermano se da vuelta y me la muestra alegre; yo le sonrío.

Cuando finalmente para, mi viejo se sube a la calesita y nos dice que nos bajemos. Solo queda mi hermano bajo la orden de no sacarla otra vez. Yo no entiendo mucho lo que pasa y entonces ahí me explica y me destruye: – No ves que hace que la saquen ustedes porque sabe que yo voy a pagar otra vez una vuelta para todos. – Y pone cara de obviedad.-. No contesto nada pero por dentro repaso las veces que la saqué y me siento estafado.

Hace unos días fuimos a una calesita cerca de casa en Luján, yo fui con mis hijas, mi hermano con sus hijos y también iban mis otros sobrinos.  Estaban todos los primos como alguna vez nosotros en la plaza López.

Los más chicos deben ir acompañados por mayores. Acá no hay nadie con la sortija. Antes de que se ponga en movimiento el carrusel, mi hermano, el que agarró la sortija esa vez me dice: – ¡Guarda que te mareas! – Y arrancó esa webada. No entiendo cómo de ser un AS arriba de la calesita he pasado a ser este señor que se marea mientras da vueltas agarrado fuerte a una vaca mientras mis hijas están chochas subidas a unos unicornios.  Ruego que una de mis sobrinas no quiera subirse otra vez. Mi hermano se ríe, también mareado.

No quiero hacer un final de autoayuda, ni nada por el estilo, pero ¿Qué nos pasa? Me cuentan que subirse a un columpio también marea, que se yo que pasa. ¿Será que crecemos y jugamos poco, que guardamos al niño? ¿Somos más rígidos? (y no lo digo físicamente). No sé.

Hace unos días, uno de mis primos dijo que su sueño era comprar la calesita de la plaza López, para subirse cuando quisiera, hasta no marearse más, aunque yo sospecho que será para jugar con las ilusiones de los niños como todos aquellos calesiteros de muñeca prodigiosa a los que no era fácil robarle la sortija.