Mudanza

Por Juan Pablo Barrera

Cuando éramos chicos, mi mamá decía: – “¡Mudanza!” – te daba un pequeño pellizco mientras te deseaba suerte.- Desde ahí yo sé que cruzarse una mudanza trae buena suerte. No me hacía falta confirmar con nadie más, ni en ningún libro este augurio, lo decía mi madre y listo.  Ni siquiera buscaba confirmar que alguien estuviera cargando muebles. La suerte siempre es bienvenida aun para los exitosos que no creen en esta variable.

No sé bien de donde viene esta idea o el origen de esta creencia extendida, yo la sigo trasmitiendo a mis hijas que desde hace un tiempo cada vez que ven una mudanza gritan avisando y deseando suerte. Ellas fueron quienes me interrogaron sobre esta costumbre y no pude ir más allá de mi infancia, googleé y todo pero no hay demasiada explicación al ritual.   

He repasado mis mudanzas mientras buscaba una respuesta. Dicen que es todo un duelo mudarse, más allá de lo renovador o liberador que pueden ser algunos movimientos. Pero hay una mudanza que todavía me duele: A los 16 años dejamos el barrio de la destilería de YPF, donde viví gran parte de mi infancia y mi adolescencia.  Nos criamos con mis hermanos en un barrio obrero que nos regaló una niñez única. Pero en épocas de privatización y menemismo de los 90’ decidieron demoler el barrio, es decir tirar abajo las casas, tapar la pileta del club con escombros y destruir historias. Si bien cuando nos mudamos ya varios lo habían hecho cada mudanza que veía me generaba más angustia que sensación de suerte.  Lo que más me dolía, mientras venía sosteniendo un mueble en la parte de atrás de un camión 350, más allá del vacío que suelen generar esas situaciones, era no tener la chance de jamás volver a ver “la casa, mi casa”.

En la actualidad hay una playa de secuestros de autos, varios ya abandonados, donde yo vivía hay un Renault 12 azul, lo sé porque hace unos meses atrás fui de “casualidad” a rescatar mi auto que fuera remolcado por la grúa por estar mal estacionado. Mientras hacían el papeleo recorrí el lugar y me paré en algunos lugares que sirven de referencia como un mástil que había en la plaza que aún sigue en pie, ubiqué el lugar donde estaba la que era mi casa. Camine con los ojos vidriosos, aguante el llanto para que el encargado del lugar no me viera llorar entre medio de los autos.

Mientras volvía manejando, aun asimilando un duelo que todavía no asimilo del todo después de tantos años, me cruzó una Ford F 100 con una heladera, una cama y un colchón que a duras penas sostiene una soga y un pibe. Entonces grito:- ¡Mudanza! Me pellizco y me deseo suerte.

Al otro día “agarré a la cabeza” (Diría mi abuela quinielera) el número de la patente del Renault 12 que ahora está donde estaba la casa 26 del barrio destilería. Las 3 cifras. Quizás fue suerte, quizás casualidad, quizás todo pasa por algo. (También las mudanzas no solo las físicas)