De mundial V.

Por Juan Pablo Barrera

Cuando compré el auto en el 2015 que la bocina no funcionara no fue un impedimento para la adquisición, no pedí rebajas ni nada, es verdad que los primeros días alguna que otra vez intenté tocar y me acordaba que no tenía después de apretar el volante, un día se me cruzó uno adelante y merecía el bocinazo, presioné pero no tenía sonido, esa misma tarde lo lleyve al mecánico pero no sé qué historia con el fusible y no lo arregló. Han pasado 8 años y algunas veces en algún semáforo he pensado en un bocinazo pequeño para que dejen de mirar el celular y arranquen, pero he llevado bastante bien lo de no tener bocina me ha ayudado a trabajar la paciencia, eso creo a pesar del “dale” que digo cuando no avanzan con el verde.

Van 56 minutos del segundo tiempo y Paises Bajos (Holanda) nos empata en una jugada preparada de tiro libre, es una trompada, mis hijas están al borde del llanto, yo no lo puedo creer, tengo miedo, la sensación que todo se termina es tan cercana. Eso que pasó, anímicamente, lo golpea a un equipo que hace 2 minutos era semifinalista. A mí era como si hubiesen pegado un balazo en una rodilla, mis hijas me preguntan ¿Por qué no estas triste vos? – Esto todavía no termina, no hemos perdido.- respondí con un semblante de confianza increíble. Sumamos cábalas y gritamos con las atajadas del Dibu y enloquecimos como nunca con los goles de una tanda de penales. Terminamos agotados pero el sufrimiento nos impulsó al festejo y ahí salimos a la calle en el auto con una bandera argentina cruzando el techo a festejar el pase semifinales y yo con la certeza que mis hijas ya no se olvidarán de este momento.  

Era una caravana de autos todos tocando bocina mientras flameaban banderas argentinas. Los que pasaban por la calle y entre los autos gritaban, te alentaban. Y yo no podía responder… no tenía bocina, les dije a mis hijas que iba a simular que tocaba bocina total no sabían si era yo el que tocaba o no, se rieron, yo me sentí ajeno, quise por un minuto tener la bocina de un Scania, disimulé y en la próxima esquina retomé para volver a casa pensando en no sé qué del fusible. 

El partido con Croacia fue distinto, el funcionamiento y el resultado permitieron cierta tranquilidad y menos sufrimiento lo que no permitió dimensionar que el domingo: ¡Vamos a jugar la final de la copa del mundo carajo! Ese es un tema de terapia, lo del sufrimiento, incluso lo habrán leído en algunas crónicas, como que el sufrimiento es el que permite alegrías valederas. Una locura. Entre cábalas pensaba que será la sexta final de la historia para Argentina y la primera que mis hijas tienen conciencia del evento y me emociono.

Salimos a festejar, otra vez caravana, ahora más autos, más gente, más banderas, menos desahogo por lo que explicaba del sufrimiento, más ruido, más bocinas, mis hijas festejan igual, se han pintado la cara como todos los partidos y son felices con los bocinazos ajenos. Yo presionó el volante y nada. Pienso en vender el auto por un segundo, un bocinazo ajeno me pide que avance. El festejo tiene todo, le falta algún bocinazo propio nada más.  

Me parece algo tan hermoso la alegría compartida, la sensación de estar todos en la misma, esa necesidad de sonreír, cantar, gritar, bailar por el resultado de un partido de futbol. Emociona que olvidemos lo olvidado, que se hayan callado los detractores de mundial y festejen perdidos entre multitudes. La felicidad es contagiosa y cuanta falta nos hacía contagiarnos así.  

El domingo es la final del Mundial de fútbol, vamos a tratar de ser los mejores en la más importante de las cosas menos importantes. Quizás haya caravanas más allá de cualquier bocina.