EXCLUSIVO | En el contexto de la asunción del presidente Gabriel Boric en Chile, EL OTRO recorrió el abismo entre el oriente financiero de Santiago y el epicentro del Estallido Social. Crónica de un paisaje urbano en proceso de resignificación.   

COBERTURA ESPECIAL | Segunda parte

Texto y fotos: Negro Nasif

 

“Si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”, sentenció el entonces candidato presidencial Gabriel Boric, en julio de 2021, cuando celebró su triunfo en las elecciones primarias.

Ocho meses después, la fisonomía urbana de la capital del país registra las marcas de las vidas y las muertes, los símbolos de una crisis o, dicho en términos de Antonio Gramsci, claroscuros entre el viejo mundo que se muere y el nuevo que tarda en aparecer, donde surgen los monstruos.

 

Santiago de Chile | Octubre de 2019 Foto de Susana Hidalgo

 

Esta foto que tomó Susana Hidalgo en octubre de 2019, durante los primeros días del Estallido Social, es una de las imágenes más potentes del llamado despertar de Chile, un monstruo de fuego y humanidad en los claroscuros de un parto inesperado, en la elegante Plaza Italia, en el mismísimo centro de la rotonda donde el antiguo régimen entronizó a Manuel Baquedano, héroe militar de la Guerra del Pacífico y jefe accidental de la República de Chile, durante el siglo XIX.

Desde aquel octubre el monumento ecuestre se constituyó en el núcleo de las protestas sociales y teatro de guerra de las criminales represiones de las fuerzas que desplegó el presidente Sebastián Piñera. El bastión en pugna.

 

 

 

 

 

Luego de innumerables intervenciones populares sobre la representación del viejo régimen, y los persistentes e infructuosos intentos de restauración de la figura del prócer vandalizado, el gobierno en decadencia retiró con honores a Baquedano y su caballo, y los restos mortales del soldado desconocido que se encontraban en el interior del pedestal que todavía pervive en el círculo de tierra arrasada.

“En la crisis se abre algo que evita el automatismo de la existencia. Y surgen nuevos monumentos vivos, hechos de sangre, de gritos, de bronca. En la crisis se suspende la normalidad”, escribió hace un año la doctora en Ciencias Sociales de la UBA, Cora Gamarnik, en una reflexión en sus redes sociales a propósito de la disputa simbólica alrededor de la estatua de Baquedano.

 

 

 

 

 

El 11 de marzo pasado, el mismo día en que asumió Gabriel Boric como presidente de Chile, EL OTRO pudo confirmar la vigencia del planteo de la profesora Gamarnik, mediante un registro fotográfico en torno –literal- de la rotonda que custodiaban tanquetas urbanas y pertrechados agentes de Carabineros, ante la posible amenaza de una manifestación que nunca ocurrió.

La normalidad impermanente también se verificó días más tarde, cuando nuevas pinturas cubrieron de colores el pedestal y una pancarta con el rostro de Anna Cook, la DJ lesbiana de 26 años, asesinada en 2017 en circunstancias aún no esclarecidas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Plaza Italia y Plaza Dignidad designan hoy el mismo lugar en el lenguaje callejero, y permiten intuir con bastante precisión, por derecha e izquierda, el posicionamiento ideológico de quienes lo nominan. Desde allí recorrimos la histórica Alameda, de una vida comercial e inmobiliaria anulada en octubre de 2019 y, al mismo tiempo, de expansiva vitalidad estética, de rabia hecha friso continuo en las inagotables expresiones superpuestas, capas de una suerte de gigantesco objeto arqueológico urbano, instalación performática en constante rebelión. Memorial de lucha inacabada y exigencia de justicia por los crímenes de Estado y libertad para los presxs políticos.

 

 

Unimos, a pie y en metro, la Alameda con la cercanía de los cerros, poniente y oriente de una ciudad dividida por un abismo socioeconómico evidente en la fisonomía territorial de las últimas cinco décadas. Distancia que también puede ser recorrida en apenas 15 minutos, en automóviles insoslayablemente importados, a través de una moderna autopista de concesiones privadas, fragmentos subterráneos y peajes tan caros como exclusores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el sector oriente de Santiago se erige la Manhattan aspiracional de las clases dominantes. La autodenominada Sanhattan, capital financiera noventosa, cliché de rascacielos y palmeras de molde mayami. Centro de la cuna del neoliberalismo que Boric, al calor del Estallido y el Apruebo, prometió enterrar.

Aquí también la normalidad parece suspendida en un tiempo y un espacio que, fuera de su contexto, bien podría ser un recorte de cualquier ciudad latinoamericana, desigual y colonizada por trazos de aristocracia británica, avergonzadas raíces indígenas, criollismos de doble apellido, mestizajes y gestos grotescos de la cultura yanqui. Como la banderita chilena que no hace mucho Piñera le ofreció a Donald Trump, sin sutileza alguna, como estrella del sur de la gran bandera norteamericana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De Dignidad a Sanhattan, de Sanhattan a Dignidad, atravesamos una y otra vez la densidad santiaguina de atmósfera smog y calor a plomo, la hospitalidad de sus habitantes y el sabor Venezuela y Haití de miles de inmigrantes/as que atienden bares, comercios, restaurantes y hasta las puertas rentadas de los baños públicos de una ciudad donde todo se vende y todo se paga, y más temprano que tarde se duerme en tenso orden, ni bien cae el sol.

 

Una semana con Boric