La Aplanadora del rock dio un concierto musical perfecto y emocionante, signado por símbolos políticos y mensajes claros del momento actual. Santiago Maldonado fue otra vez el hilo conductor.

Por Richard Quevedo

Foto: Richard Quevedo

No hay ahora mismo palabra alguna que describa completamente el vuelo poderoso que es Divididos. Significantes de este trío son el virtuosismo, la magia del sonido que sale del bajo de Diego Arnedo, la potencia inusitada de Catriel, y que Mollo cada día canta mejor. Ninguna de esas cosas serían noticiables o novedosas, excepto si se tratara de una banda de rock que acabase de arrancar.

Mucho anteojo hay en la noche y otros ojos que esperan una maravilla mejor que la vez anterior. Sí, el universo hermoso, Divididos hoy va en paralelo de acuerdo a los submundos -también hermosos- que hay en la música nacional, sobre todo porque hay mucho por decir fuera del mensaje oculto y de las entrelineas en las canciones.

Dice mucho que Ricardo Mollo, a modo de introducción, proyecte su voz dulce y atronadora en unas pantallas cantando el himno argentino, vestido con guardapolvo blanco, con los ojos brillosos de un patriotismo aggiornado, de esos que hablan más de ponerle el cuerpo del arte a las cosas y no las armas o la espada.

En su presagio la banda quizás vea una noche difícil, por eso solo los genios entienden que a los asistentes de este viaje a la perfección, hay que recibirlos con una seguidilla impecable, clásicos que suscitan la comodidad y el tanteo del espacio/tiempo de la gente normal y de los que pueden ver más allá. Suenan, en medio de agradecimientos y elogios al paisaje alvearense, Cajita musical, Paisano de Hurlingham, Haciendo cosas raras…

Hay una intención en la lista de temas. Divididos confirma, de alguna manera, que es una banda política como todo lo que nos rodea. Afirma que no hay egos, ni pose a pesar de los casi 30 años de carrera. Pone sobre el escenario el misticismo, la grandilocuencia sonora y el monstruoso rugir de las guitarras.

Mollo es un buen pibe, se ríe con la gente, es un niño que no es inocente, le tira guiños celestiales a Sandro y a Luca… A la gente le gusta eso, y después del rabioso fragmento de La rubia tarada, coreado por los que pagaron la entrada y los nostálgicos que miran desde los techos de las casas de alrededor, alguno de esos les contará a sus herederos “¿Sabías que Divididos toco una vez en el patio de la casa?”

Fuera de los delirios, y volviendo a lo perceptivo y lo exacto, el cantante traza el primer punto de inflexión de la noche, pide cuidar la montaña de la minería a cielo abierto, el público asiente por unanimidad, la canción lo describe de mejor manera: “que no te vendan un buzón, que no ecualicen tu razón…”.

La velada es potente, enorme, hay espinas de amores que matan, de saludos a la Pachamama, de pilchas mejores, zapatos, alpargatas, de sexo, de poder, de gente que cree que solo fue a ver solo un show musical.  Hay espejos sociales regados en letras memorables que impactan en el corazón, el espíritu del guía que es Atahualpa y la pasión del folk. Las miradas intercambiadas entre Ricardo y el público se desean como instrumentos de comunión, con una copa en la mano dice con halo de angustia y pena sacudiendo a la noche y al ánimo de los detractores de las causas justas: “Yo a ustedes los veo, y eso es bueno, y dicen que cuando se brinda se pide un deseo y mi deseo es que aparezca Santiago Maldonado y este acá con nosotros, que se cumpla”.

El niño Ricardo ahora se convierte en un ser paternalista y tierno, quien insiste en la aparición mientras el público se divide (valga la metáfora y redundancia) en opiniones y aplausos. “Menos política y más música dice uno por ahí”. Suena tremendamente remarcado, a propósito de lo simbólico y lo coyuntural, Huelga de amores. Resalta Mollo, en la pieza siguiente, “Un chalchalero no es un Benetton”, hundiendo a la banda en un lugar profundo, de compromiso artístico, discursivo, político, humano.

Se van yendo los últimos temas. Cae a la fiesta el Carpo Napolitano sucio y desprolijo. Se va el flojo agite poguero de Libre el jabalí, resplandece el alma de Luca en Crua chan y Netweek. Divididos los redime. Mollo baja y saluda a los que más puede, deja enseñanzas en todos los sentidos, un sabor confundible. En ese océano salvaje vive la chica y conviven almas situadas en dos lugares, dos pogos, dos miradas. Nos deja puesta la lupa en que nos volvemos a nuestros hogares.

¿Divididos, las pelotas?, eso se lo dejamos al folclore y a la jerga rockera. Sí, (estamos) Divididos desde siempre, desde el aula hasta Alvear.