La Skandalosa Tripulación elevó la bulla más eterna para el Cebolla Cara, junto a un grupo de artistas que hicieron un homenaje con el sabor del cielo.

Texto: Richard Quevedo
Fotos: Natalia Granados

Cuando encendés una llama infinita, una canción sin final, o una melodía que las personas empiezan a reconocer por siempre, pasan estas cosas: la capacidad de que la masa que asiste a un homenaje empiece a ver el mundo con otras esperanzas, con otros ojos, con una sonrisa que cambia los esquemas y la luz que hay en las miradas cotidianas.

Las crónicas, según los manuales y las estructuras, pertenecen al tiempo que sucede detalladamente, o que describe los hechos. De alguna manera son instrucciones que nos enseñan cómo debemos vivir. Pero simplemente el Universo Cebo trata de otras cosas, de otros mundos más cercanos y más coloridos, más de amor y no tanto de subirse a lo lógico o normal.

El locutor que abre las puertas de las emociones dice: “Vamos a gritar fuerte esta noche, gente. El Cebo nos abraza con su sonrisa sin siquiera tocarnos”. Y en breves segundos, Luchi, de Leones y Galaxias, empieza a manejar el timón de un barco que zarpa el mar de sonrisas, de sentimientos y banderas.

Las canciones del Cebolla, versionadas por otros artistas, comienzan a calar profundo, a hacer explotar lágrimas en mis costados, en las caras de los/las que agitan los brazos cuando la luz del Bustelo atraviesa los umbrales del alma.

La tripulación se va agrandando cada vez más, en una noche que da para “mover el culito y hacer fiesta”, repiten varios de los que salen a escena.  La grandilocuencia de la frase repercute más cuando el cóctel Perras on the beach y los Usted señálemelo disparan el Haciendo fiesta, afirmando que la noche va a ser larga y que, aunque parezca suficiente la lista de temas, es interminable.

Hay un impasse, el Cebolla como interconexión planetaria aparece en las pantallas, se ríe, dice cómo será la próxima canción. Se ríe, improvisa voces, hace de los momentos en donde aparecen problemas algo celestial. Dice que esta noche hay fiesta en Guaymallén, y se sigue riendo, improvisa momentos, se cuela en las fibras íntimas del público, no solo ahí, en lo que las imágenes pueden mostrar, sino que eternamente hay una bulla en las cabezas que no se puede callar. Se ríe, siempre se ríe.

Amor es la palabra que resume la sinergia que hay entre el público y los familiares de la Skandalosa del Cebo, quienes levantan las manos, orgullosos y llenos de la más eterna alegría, cuando el Guille los saluda. La unión de tantas almas se ve reflejada como un faro en el escenario, de la cumbia al reggae, de eso al punk rock, a las voces que comulgan el camino al río, a la calle que el Cebo supo transitar. Lo demás son apenas palabras que se disipan y flotan por ahí, como se pierde el vapor del sudor en el techo del auditorio.

En esos tramos de felicidad y tristeza aparece nuevamente “el niño fiesta”, para decirnos, con voz desgarrada y milagrosa, que “quisiera saber…”. Y nos hace dudar a muchos/as si de verdad también nos preguntamos esas cosas, y otras más, si vale la alegría, si realmente siempre nos mostramos tal cual somos, o si nos dimos cuenta de que al mundo simplemente se lo recorre viviendo, no imitando el vivir. Se puede volar si soñamos bien alto. Vivir, en lo sucesivo, es encadenarse a lo establecido y recurrente.

Las más de dos mil almas que colmaron el Bustelo seguramente se fueron con un poco menos de ira, o esos sentimientos que en ciertos momentos nos separan como humanidad. Hay banderas que especifican el fenómeno de la Skandalosa, la leyenda viva del Cebo que tiene mil formas en todas las remeras, un símbolo de los instantes convertidos en fiesta.

La banda nos regala las últimas dos canciones, como una oda irrepetible, una poesía inclaudicable. “Esta noche se alinearon los planetas”, repiten todos al unísono, invocando un solo nombre, un solo rostro, aquel de la sonrisa más genial del rock mendocino. Los techos del Bustelo ya son el cielo, las luces se apagan, las nubes están más bajas que nunca. El niño hace un tiempito que se fue de gira y se llevó a los que, de alguna manera, compartieron un momento con él. Nos dejó el paisaje de las canciones en la mente. La gente hizo lo suyo: el aguante al aguante. El niño y su tripulación crecen a pasos agigantados, y nos hacen flotar por el espacio sideral.