En diálogo con EL OTRO, la doctora en Antropología Sabrina Yáñez pone en debate cómo durante mucho tiempo ni siquiera se pensaba en la idea del “instinto materno” y la manera en que los Estados, de la mano del capitalismo y el patriarcado, inventaron ese concepto para poblar naciones, integrar ejércitos, y obtener mano de obra para el progreso económico de las industrias, ejerciendo significativamente un control sobre el cuerpo y la subjetividad de las mujeres.

Texto: Milagritos Contreras
Fotos: Cristian Martínez

Durante mucho tiempo se nos hizo creer a las mujeres que, por tener la capacidad de gestar, estábamos obligadas a ser madres. Respondiendo a mandatos sociales, a lo que nuestra cultura patriarcal nos ha impuesto. Sin respetar nuestras decisiones, libertades individuales y colectivas. Un pensamiento que aún continúa muy arraigado en sectores conservadores y la propia Iglesia Católica.

“La maternidad será deseada o no será” 

En un momento de crisis para el patriarcado, donde nuestro país atraviesa un gran debate por la legalización del aborto, EL OTRO dialogó con la doctora Sabrina Yáñez, becaria  postdoctoral del Conicet, integrante del IDEGEM-UNCuyo y ALUMBRA, quien basándose en distintas autoras desmitifica el “instinto materno”:

“En 1976, la poeta y teórica feminista estadounidense Adrienne Rich escribió ‘Nacemos de Mujer. La Maternidad como experiencia e institución’, en donde hace la primera distinción detallada entre ‘dos significados superpuestos de maternidad: la relación potencial de cualquier mujer con su capacidad de reproducción y con los hijos; y la institución, cuyo objetivo es asegurar que ese potencial -y todas las mujeres- permanezcan bajo el control masculino’. Es decir, al separar la institución de la experiencia, Rich realizó una dura crítica de la sujeción de las mujeres a la maternidad obligatoria, regida por mandatos y prácticas dictadas por el heteropatriarcado y por los intereses económicos y políticos de cada momento histórico y a través de diferentes culturas”.

Bajo este análisis, Yáñez intenta explicar que la maternidad vista tanto desde la experiencia como de la institución no son temas separados, pero la diferencia radica principalmente en que la institución está todo el tiempo interpelando a la experiencia; ya sea a través de las políticas sanitarias del Estado, las religiones y sus prácticas, la ciencia médica, los medios de comunicación y las redes sociales, espacios por donde, además, circulan ideas del prototipo de madre, al cual ninguna mujer puede llegar. Porque todo dependerá de los privilegios con los que cuenten, un prototipo donde la madre tiene que ser heterosexual, contar con una serie de recursos, estar vinculada a un varón o formar parte de una familia nuclear, con suficiente tiempo y disposición para dedicarse plenamente a sus hijos e hijas, y con exigencias cada vez menos alcanzables.

Por supuesto, no se niega que entre una madre y su hijo o hija se pueda crear un vínculo afectivo, pero de ahí al mandato social de que las mujeres, por el solo hecho de serlo, tenemos la obligación de ser madres, es caer en una visión errónea de la vida. No todas las mujeres tenemos el deseo de ser madres, ni está en nuestros planes, por eso es importante respetar las decisiones y deseos de cada una, totalmente despojados de cualquier dogma religioso o creencia impuesta que no hace más que avasallar nuestras propias decisiones.

Fue entre los siglos XVI y XVIII cuando comenzaron estos procesos del control de los Estados sobre el cuerpo de las mujeres. Al respecto, la antropóloga cita a Élisabeth Badinter, historiadora y filósofa feminista francesa: “Badinter menciona que hubo 200 años en donde las mujeres no se quejaron por haber suprimido supuestamente ese instinto maternal, porque no amamantaban, no criaban ellas a sus hijos e hijas; esto sucedía particularmente en clases medias y altas. Justamente las mujeres de los sectores rurales y empobrecidos eran las que realizaban las tareas de crianza, de alimentar a esos niños, muchas veces a costa de la vida de sus propios hijos e hijas, no pudiendo amamantarlos, porque generalmente se instalaban en la casa de familias pudientes. Razón por la cual muchos de esos niños y niñas morían”.

Al mismo tiempo, la becaria del Conicet remarca la paradoja sobre este supuesto “instinto materno” afirmando que “si durante 200 años esta realidad de las mujeres con sus hijos se sostuvo, y estuvimos buscando en registros históricos y no encontramos ninguna queja por parte de las mujeres de esa situación, es porque definitivamente ese instinto no existía”.

El instinto se define como impulso natural hacia determinadas conductas.
La naturaleza como la entendemos está siempre atravesada por nuestros filtros culturales, afirma la integrante de ALUMBRA, quien además agrega que “no podemos dejar de vincular este mito del instinto con nuestras ideas de la naturaleza que tienen contenidos y objetivos políticos, es decir, lo que vemos de la naturaleza ya está mediado y filtrado por nuestra propia cultura”.

En consecuencia, Yáñez suma a la discusión a aquellos sectores conservadores y la misma Iglesia Católica que se oponen a la legalización del aborto: “Tenemos sectores hablando acerca del ‘instinto materno’ y comparándonos con animales al decir que ‘las perras no hacen eso’. En la naturaleza hay una gran diversidad de tareas y comportamientos, no hay cosas fijas. Lo fijo lo creamos nosotros a través de nuestros análisis y de ver lo que queremos ver”.

El aborto se empezó a penalizar en un momento histórico concreto. Por mucho tiempo, tanto el aborto como el parto, como todo lo reproductivo, no reproductivo, o lo sexual de las mujeres, eran cuestiones que se manejaban entre mujeres en general, con las sanadoras, las comadronas. Empieza a ser penalizado justamente cuando surge el capitalismo, porque los Estados necesitaban controlar la población, las tasas de natalidad. Precisaban mucha gente para integrar ejércitos y poder luchar contra otros Estados. También porque surgía la industria y demandaban mano de obra para económicamente progresar.

“Lo que surge en ese momento es una cantidad significativa de políticas que se dirigen a controlar mujeres. Por un lado, la caza de brujas que acabó con muchos de esos saberes que les permitían a las mujeres autónomamente manejar estos temas; poder abortar con yerbas que ellas conocían, tener sus partos en sus comunidades, sin intervención de la ciencia médica que hasta ese momento no les interesaba, le parecía hasta algo sucio ocuparse de esas cuestiones. Los médicos prácticamente no tenían conocimiento de anatomía femenina, y la obstetricia occidental surge junto con el capitalismo industrial. El cuerpo era visto como una máquina, el útero, como una máquina defectuosa, porque el cuerpo del varón era la máquina prototipo, pero en el caso de las mujeres era algo desregulado y había que controlarlo”, sintetiza la especialista.

La cacería de brujas no ha terminado. “El tipo de amenazas que médicos en contra de la legalización del aborto están haciendo sobre cómo van a realizar esos abortos en sus guardias es absolutamente coherente con cómo son los partos en sus guardias. Porque ese tipo de violencia, ese ensañamiento con los cuerpos, con las decisiones de las mujeres, tanto sobre si parir o no parir, o sobre cómo parir, está alineado”, cerró Yáñez, haciendo una analogía entre las amenazas de médicos autodenominados “provida” y la violencia obstétrica que muchas mujeres vivimos a diario en hospitales.

 

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