Por Julio Semmoloni

En el mundo mediático las estadísticas que reflejan la realidad prevalecen sobre la realidad misma, palpable. El sentido común ha sido construido para no dudar demasiado de esa información virtual, aunque, salvo los técnicos, casi nadie sabe cómo se obtiene ni está en condiciones de valorar la fuente.

Tiende a tomarse como veraz el dato compulsado en un estudio de apariencia seria. Se han publicado infinidad de teorías basadas en trabajos de campo, que después fueron refutadas categóricamente. Mientras tanto, quien no se enteró de la reprobación seguirá creyendo lo que leyó o escuchó hace años, pese a que la evidencia no se lo confirme. Para la persona mediatizada está primero la información y después el objeto real sobre el que se informa, por lo tanto el orden de esos factores sí altera el producto: la realidad queda desvirtuada.

Tras el fenomenal auge de los medios de comunicación, hoy resulta obvio que informarse sobre una medición de la realidad termina siendo más creíble que verificar lo que la propia realidad parece transmitir. El kirchnerismo no pudo reponerse tras sufrir esta dualidad conceptual de la gente idiotizada por los medios. Como consecuencia del exacerbado temor político que los Kirchner le tenían a la propalación de datos no compatibles con los hechos, convalidaron retoques técnicos ad hoc en la anacrónica y precaria metodología utilizada.

Durante los primeros años de gestión (2003 a 2006), el Indec aportó cifras comparativamente muy favorables respecto de la calamitosa situación social y económica recibida. El poco fiable método precedente para medir la pobreza, por ejemplo, parecía ajustarse en un principio a la estupenda evolución que mostraba en la calle la acción del Estado populista. Pero dicha estimación fue “descalibrándose” a medida que la inflación se incrementó.

Aunque la realidad social de 2007 era perceptiblemente mejor que la de 2006, el escándalo desatado por la presunta corrección de las mediciones del Indec desde enero de 2007, provocó de ahí en más la generalizada sospecha del soliviantado público a los informes oficiales sobre evidencias incontrastables de que había más trabajo, mejores salarios y mucho menos miseria.

El orden de los factores alteró el producto, dado que se antepuso una vez más la desconfianza en los hechos tangibles, porque prevalecieron las estadísticas precarias de las usinas anti K. La ostensible realidad quedó relegada por una insuficiente data virtual de la realidad. Y el producto notablemente mejorado de la gestión progresista se fue alterando en la percepción de la gente, porque ésta ya no confiaba en el comprobante ofrecido por la referencia oficial extraída de esa misma realidad.

¿Qué pasó? Mientras la inflación entre 2003 y 2006 se mantuvo en un rango bajo, el cálculo progresivo de las canastas básicas alimentaria y total, cuyos costos miden las líneas clasificatorias de indigencia y pobreza, arrojó registros que ponderaron la notoria bonanza.

Cuando el Índice de Precios al Consumidor (IPC) empezó a escalar en otro rango, el cálculo lineal midió menos favorablemente la pronunciada tendencia decreciente. Ya no era tan marcado el contraste con la pauperización causada por el colapso de las políticas neoconservadoras hasta 2001 y comienzo de 2002. Al todavía incipiente proceso inflacionario, de 2007 a 2008 se sumó la dificultad extra del combate contra la pobreza estructural. Si bien el populismo había logrado en pocos años regresar a los niveles inferiores de dos décadas antes, el proyecto kirchnerista aspiraba a reducir la indigencia a una ínfima expresión y bajar la pobreza a menos del 15/20 por ciento histórico de las mejores épocas (1974, por ejemplo).

Entonces la limitación del subdesarrollo impuso la necesidad de una verdadera transformación económica, que requería afianzar la hegemonía del relato. El gobierno debía profundizar la praxis derrocada en 1955, mediante el discurso pedagógico de superar la estructura productiva desequilibrada, que siempre ha desechado la industrialización del país, porque enriquece a los productores de materias primas sin valor agregado. El lock out patronal agropecuario y su considerable influencia frenó el ímpetu oficial, consumado con el insólito revés legislativo que propició la traición institucional de Cobos.

El sostenimiento del impulso kirchnerista en la dirección correcta pudo evitar el retroceso a tiempos nefastos, como en cambio ya están dando cuenta la realidad y los números actuales. El resultado final del populismo no logró que la pobreza y el trabajo informal descendieran hasta los niveles mínimos exigidos por el proyecto viable más ambicioso que podía esperarse aquí en ese sentido. Tras la vertiginosa disminución inicial, ambos flagelos se asentaron en un nivel mucho menos penoso, y no volvieron a agravarse, hasta el brusco cambio de rumbo vigente que impone el macrismo.

Para ocultar o minimizar el registro abultado de pobres e indigentes que desde el primer mes deriva de la aplicación de recetas neoconservadoras, Todesca decidió el apagón estadístico con el que debutó al frente del Indec. La paradoja del organismo oficial que dirige el furioso consultor anti K, es que las cifras de pobreza del segundo semestre de 2016 no pueden compararse con publicaciones anteriores, pues continúa sin difundir la serie con los datos de pobreza de los últimos tres años, cuando dejó de publicarse por la modificación de cálculo del IPC federal.

El Indec colonizado por el macrismo informó hace muy poco que no publicará datos anteriores al 2016. Quedó de manifiesto que los cacareados “cambios metodológicos” de Todesca durante el apagón estadístico, tienen por objeto impedir el empalme hacia atrás con las series de pobreza e indigencia, evitando las estimaciones oficiales sobre el agravamiento de la vulnerabilidad social en apenas un año.

Mientras Todesca pretende enmascarar la realidad desordenando los factores y anteponiendo una estadística abstracta, despegada de todo contexto, se percibe en la calle, con la nitidez emanada de las multitudes, una seguidilla impar de manifestaciones de reclamo y protesta desde el 6-7-8 M hasta el primer paro general del 6 de abril, que dispuso la CGT persuadida por ese clamor popular.