Texto y foto: Luciano Viard

En términos generales nunca le gustaron las despedidas. Manuel era un hombre considerado, sin vicios y con una vida ordenada. Su oficio le permitió conocer las informaciones necesarias para entender cómo es que una sociedad compleja deja en el margen a cantidades importantes de personas, familias, pibitos y pibitas.

La jubilación lo tomó desprevenido con un salario básico que desmejoró su calidad de vida, teniendo que recortar sus pequeños y delicados gustitos. La obra de teatro o de ballet semanal pasó a ser mensual al igual que la cena de restaurant que tuvo que periodizar en ciclos bimensuales. Aún así, con zapatos más gastados, lograba disfrutar de su jubileo leyendo en la plaza, siempre extrañando bastante a Herminia, su compañera de siempre.

Si bien su vida se parecía bastante a la del resto de los jubilados del barrio, tenía algunas particularidades que lo hacían parecer algo excéntrico. Que si quería a sus hijos, por supuesto. Había puesto lo mejor de sí para que fueran personas de bien con un mínimo de felicidad.

Pero sus nietos… No podía congeniar con los tres. La impertinencia con la que tenía que convivir a su lado lo ponía de mal humor, aunque no lo demostraba fehacientemente por temor a ofender a sus hijos.

Quizá por eso, algo o todo, le encomendó al menor de sus nietos que se encargara de comunicarle la fecha de su partida.

Era un miércoles cualquiera de primavera, algo nublado y fresco, sin muchas particularidades como suele suceder con los miércoles, cuando el pequeño Francisco (10) le entregó un dibujo de un perro bastante particular.

Dada su distancia con el niño no examinó la pieza hasta que estuvo fuera de la casa de su hijo menor, a salvo de los tironeos y los gritos de sus nietos.

En el pie de la representación de un canino similar a una hiena estilizada, figuraba un garabato que parecía decir xolotl te acompañará. En medio de la intriga, el septuagenario recabó la información necesaria sobre el perro mitológico que podría acompañar a los muertos. Maldijo haber aceptado el regalo macabro de su nieto en el momento que descubrió la fecha en el anverso del dibujo.

17 de octubre a la noche. Leyó en la letra cursiva desprolija de Pancho.

Ese sería el momento en el que dejaría de respirar y se uniría al conjunto de los que aparecen fugazmente en los obituarios del diario y en recuerdo de quienes les amaron.

Faltaban 15 días para la fecha que él conmemoraba año a año y que en ese 2009 sería bastante especial.

 

El patio de los relatos: Manifieste(se)