Textos y fotos: Lucas Debandi

Son las once de la mañana del sábado. El cielo está despejado y casi no hay viento, el clima contagia tranquilidad. Pero una chica está nerviosa detrás de un mostrador. Le pidió al dueño del negocio salir antes, tiene la mochila lista y mira la hora en el celular como empujando el minutero. Su novio le toca bocina y ella va al auto casi corriendo. Abre el baúl para dejar sus cosas, y la encandila el reflejo del sol en su armadura de acero. Se imagina cómo será recibir un golpe a través del metal del casco. Traga saliva y se sube al auto: esa tarde, por primera vez en su vida, va a pelear contra otra mujer, armadas con un escudo y una espada.

La Edad de los Castillos

Salomé

El sábado 14 y el domingo 15 de octubre, pasó por La Casa de Rick el Torneo Mendocino de Combate Medieval Histórico. Peleadores de Tucumán, Mendoza, Chile, Buenos Aires, Córdoba y San Juan vinieron a competir con sus armaduras, escudos, hachas y espadas. El predio es más que un campo deportivo: los visitantes acampan ahí durante todo el fin de semana, vienen feriantes medievales de otras provincias, hay puestos de cerveza artesanal y suenan bandas de rock celta. Todo fue organizado por Guardianes del Oeste, el club anfitrión y primero en Mendoza.

La lisa es un rectángulo formado con vallas de madera, el ring medieval donde se van a concentrar todas las miradas. Antes de entrar, con mucha ayuda, los luchadores se colocan un gambesón de acolchado que amortigua los golpes y arriba sus armaduras de hierro o acero. Por reglamento, cada armadura tiene que ser una réplica fiel de alguna que se haya usado realmente en una batalla durante la Edad Media. Las armas poseen peso y largo reglamentarios. Además deben tener el filo matado y la punta redondeada. Esta norma se incorporó después de que en Rusia murieran dos personas combatiendo.

 

 

 

Después de la preparación, y con el sonido de fondo de una flauta traversa y una guitarra, empieza el torneo. Los duelos son de uno contra uno y con reglas similares a las artes marciales mixtas. Un Marshall vestido de amarillo controla desde adentro y otro desde afuera lleva el puntaje. Espadas largas, espadas y rodelas, espadas y escudos, de dos en dos los hombres y mujeres van haciéndose sentir el rigor del metal sobre sus corazas y yelmos.

El sábado es el día de los combates grupales. Bohurt es el nombre de esta disciplina, donde pelean equipos de cinco o de veintiuno. El objetivo es derribar a los contrarios, prevaleciendo de pie. Los participantes muestran distintas tácticas de ataque y defensa entrenadas y bien estudiadas. Todo en ese lugar parece haber sido preconcebido y trabajado con esmero y dedicación artesanal de los que se embarcan en el viaje medieval. Un universo deportivo cargado de símbolos y lógicas muy elaboradas, depositario de pasiones, escondido tan cerca de los que caminamos la ciudad diariamente que pareciera imposible no haberlo visto antes.

 

 

Un evento de esta magnitud solo es posible en esta época. Y no es que hace treinta años atrás no hubiera personas con esta afición, dispuestas a despuntarla hasta las últimas consecuencias. Pero aquellas no tenían los recursos que hoy están al alcance de la mano, y sobre todo no contaban con la posibilidad de encontrarse tan fácilmente con otras personas con su misma pasión y construir un colectivo. Las redes sociales nos han permitido que la distancia geográfica no sea un límite, facilitando los encuentros necesarios para crear los mundos que antes únicamente podíamos imaginar.

Salomé

Salomé es artista visual. Trabaja en una librería técnica y tiene su propia marca de productos de diseño. Fue a una escuela artística y ahí empezó a hacer sus primeros grabados. Montó su propio taller y de a poco fue perfeccionando su producción, con un gusto particular por la estética del medioevo. Practicó hace unos años Kung Fu pero se desilusionó del ambiente competitivo y a veces machista en el que convivía. Se cruzó con Guardianes del Oeste en una feria donde exponía su producción y la invitaron a participar. Enamorada del deporte, construyó su propia armadura. El domingo pasado se subió por primera vez a la lisa y peleó con espada y escudo. Dice que en el combate medieval no encontró solamente compañeros y una actividad: encontró amigos.

 

Augusto

Augusto es técnico metalúrgico. Trabaja en un taller, también bucea y se está especializando para realizar soldaduras de alta presión. En una oportunidad le llegó un trabajo de soldadura para una espada. Le gustó la tarea y empezó a empaparse de la disciplina. Augusto, que hacía artes marciales desde los nueve años, se sumó a los Guardianes como luchador y también forjando gran parte de las piezas que usa todo el equipo. El sábado tuvo su chance de debutar en el torneo y terminó en el podio de Duelos con espada y escudo.

 

Grandes que juegan

El sol del domingo se está escondiendo. Un chico de unos nueve años se acerca a un combatiente que acaba de pelear. Le toca el acolchado del pecho, le pregunta si los golpes no le duelen. Le pide la espada, la sostiene, la mira. Le brillan los ojos al pibe. Al grande también. El chico siente admiración. Sabe perfectamente que no es un caballero de verdad, y justamente por eso lo admira. Porque a él le habían dicho que jugar es cosa de chicos, y se había resignado a que iba a tener que tirar los juguetes para poder crecer. Pero ahora sabe que se puede ser grande y seguir jugando, y jugar mejor, aprendiendo cada vez más del juego. Mira a ese luchador y entiende que se puede crecer sin dejar de divertirse. Quizás aprenda artes marciales, o a diseñar una espada, o algo de historia. Tal vez no. Pero lo que es seguro, es que volverá a su casa sabiendo que jugar es una cosa muy seria, y para toda la vida.