“Hay historias que merecen ser contadas. Necesariamente deben ser contadas. Diría que con urgencia. Porque desde ellas reconocemos y sostenemos la Memoria”, afirma Claudia Domínguez Castro, nieta 117 restituida, en el prólogo de Escondida. Se trata de un libro que recorre en el presente la vida de mujeres a las que la dictadura cívico-militar-eclesiástica les dejó huellas indelebles como la desaparición, el arrebato, la tortura, la violación sistemática de derechos como, por ejemplo, su identidad, su origen, su verdad. En diálogo con EL OTRO, la escritora Mónica Robert relata los primeros pasos que transitó para encarar el proyecto, lo clave que fue para ella conocer a la nieta de María Assof de Domínguez, referenta de Abuelas de Plaza de Mayo en Mendoza, y lo sanador que ha sido acompañar en este recorrido a personas que dudan de su identidad. Entrevista con Mónica Robert, Claudia Domínguez y Alicia Boggia; acerca del camino abierto por Escondida

Por Milagritos Contreras | Fotos: Seba Heras

Foto: Seba Heras

Tal y como lo señala Mónica Robert, Escondida es una novela de muchos años de gestación que recién pudo llegar a la tinta y al papel tras bordear una y otra vez las heridas que dejó el Terrorismo de Estado. Esta obra que es ficción, juego, historia, busca transmitir a las y los lectores el deseo de búsqueda, de Verdad, de Memoria y de Justicia. Junto a Mónica, Claudia Domínguez y Alicia Boggia presentaron oficialmente el libro en septiembre del año pasado.

“Escondida nace cuando aparece Claudia Domínguez”

Claudia Domínguez Castro Foto: Seba Heras

La autora de este proyecto literario es además docente y psicóloga practicante del Psicoanálisis. Trabaja en los ámbitos público y privado de la provincia, y ha acompañado a algunas personas en la búsqueda de la identidad. En diálogo con EL OTRO, Mónica, quien también es mamá de tres niñes, repasa punto por punto el comienzo de este desafío que surge a raíz de testimonios de diferentes personas que vivenciaron y/o sufrieron las consecuencias de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica.

“Siempre escribí porque es una manera de sanar. Escondida nace cuando aparece Claudia, porque el día que apareció yo trabajaba en Godoy Cruz con un equipo muy hermoso con el que la esperábamos. Fue tan grande el sentimiento que transitamos cuando ella fue restituida, que llorábamos como si se trataba de un familiar. En eso supimos que había una compañera de trabajo que vivía una historia muy parecida, entonces fue darnos cuenta que a la vuelta de la esquina encontrábamos historias muy similares a la de Claudia. Esta compañera de trabajo nos fue contando que tenía ciertos recuerdos de su infancia, yo también tenía muchos recuerdos de mi vida que hacían que cuando aparecía un nieto me emocionara como si fuera mi hermano, y cuando se moría una abuela me angustiara como si fuese la mía”, recuerda Mónica.

Mónica Robert Foto: Seba Heras

La escritura de este libro empezó en el año 2018 y aunque la autora reconoce que en cierta manera habla de ella resalta que, gracias a sus pacientes, se animó a salir del ámbito clínico, del consultorio para militar la lucha por la búsqueda de la verdad, el derecho a la identidad en las calles. “Fue así como fui armando este proyecto, porque yo lo que quería era captar el afecto, quería saber si lo que a mí me pasaba con la dictadura les pasaba a otros, si yo la vivía desde afuera o desde adentro. Entonces fue cuando empecé a conocer gente y fue así como que reescribí el libro, porque personas gente como el Keno París que me decía, por ejemplo, ‘tenés que decir en tu libro que hay cosas que tienen palabras’, ‘tenés que decir en tu libro que hay violencias que no se pueden explicar’, y no era que me lo imponía sino que era una forma de decirme que si yo tenía la posibilidad de escribir, no debía dejar de decir que hubo tortura, que hubo violaciones. No era la temática nodal del libro pero pude ir articulando, por medio de unos sueños de una de las protagonistas, las historias que me fueron contando después”, subrayó la docente.

“Un pacto de silencio inquebrantable”

Foto de archivo: Coco Yañez

Como símbolo de lucha, las Madres de Plaza de Mayo usaron en la cabeza los pañales de tela de sus hijos e hijas, emblema que más tarde se convertiría en lo que hoy conocemos como los pañuelos blancos de las Madres y Abuelas que enfrentaron al monstruo de la dictadura cívico-militar argentina. Fue el 30 de abril de 1977 cuando estas mujeres se armaron de valor y salieron a las calles para exigir la aparición con vida de las y los desaparecidos.

Para rememorar aquellos años oscuros, reproducimos por escrito un pequeño fragmento de una entrevista realizada por TV holandesa a varias madres en Plaza de Mayo:

  • Periodista: ¿Qué pasó señora?
  • Madre: Queremos saber de nuestros hijos, que nos digan dónde están por lo menos.
  • Madre: ¿Dónde están los bebés? ¿Por qué no nos dicen si están vivos o muertos?
  • Madre: Mi hija estaba embarazada de cinco meses cuando se la llevaron, mi nieto tiene que haber nacido en agosto del año pasado, hasta ahora no he podido saber nada de él. Lo único que sabemos es que los chicos nacen pero los dejan en casas cuna como NN, y no podemos encontrarnos nunca con nuestros nietos.
  • Madre: ¿No ve que dicen que tenemos un mundial en paz?
  • Periodista: El gobierno dice que ustedes son mentirosas
  • Madre: ¿Nosotras somos mentirosas?
  • Madre: ¿Acaso mentimos de que nuestros hijos desaparecieron?
Foto: Seba Heras

Cuando este diario entrevistaba a la autora del libro, ella recordó el escrito que su hija le dedicó para que integre las páginas de esta sensibilizadora obra: “Mi hija escribe un cuento en el que dice ‘que en el tesoro escondido siempre alguien sabe dónde está el tesoro’, y a mí eso me atravesó porque es realmente así, porque habla de la complicidad de las fuerzas o de todos los actores tanto policiales, eclesiásticos, civiles, medios de comunicación, que intervinieron para llevar a cabo tal genocidio. Se trata de un pacto de silencio inquebrantable”.

“Lo que quiero lograr con el libro –sigue la escritora- es que personas de 40 a 45 años y que vienen con ese chip de que ‘el genocidio ocurrió porque se trataba de personas subversivas’, de que ‘algo hicieron’, que ‘por algo los persiguieron’, porque lamentablemente han sido criados en parte con esa ideología, es que se acerquen, que les de curiosidad la tapa, el nombre, la contratapa, un capítulo que vieron al abrir el libro. La idea es llegar a ese público”.

Alicia Boggia Foto: Seba Heras

Pero cuando nuestro diario le consultó por qué no destinar, a su vez, este comprometido proyecto a una generación más reciente, como adolescentes, respondió: “Alicia Boggia me hizo ver -y ella lo menciona en la presentación cuando dice ‘este libro es para la pibada. Este libro es fácil y amable de leer’- que hoy son los pibes y las pibas, las y los jóvenes, quienes incluso se animan más a empaparse del libro, de este tipo de historias”.

Restitución e identidad

Foto de archivo: Coco Yañez

“Como Alba, como tantas Albas, merecemos saber de dónde venimos para saber hacia dónde vamos. Poder construir esa Identidad, un derecho fundamental, ese derecho que finalmente nos permite abrazarnos, reconocernos en cada pieza de nuestro inmenso rompecabezas”, evoca en el prólogo del libro Claudia Domínguez Castro, nieta 117 restituida en agosto de 2015.

Gladys Cristina Castro, embarazada de seis meses, y Walter Hernán Domínguez, fueron secuestrados el 9 de diciembre de 1977 en su casa de Godoy Cruz. Ambos militaban en el Partido Comunista Marxista Leninista.

Foto de archivo: Seba Heras

A partir de esta desaparición forzada, las familias Domínguez y Castro emprendieron la búsqueda. Tras enterarse de otros casos como el suyo, la abuela María Assof viajó por primera vez a Buenos Aires y se puso en contacto con las Abuelas de Plaza de Mayo, donde radicó la denuncia sobre la desaparición del matrimonio y se emprendió la búsqueda colectiva del niño o niña.

En 1994 el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) de Mendoza envió a las Abuelas una denuncia anónima sobre una joven nacida en marzo de 1978 que apareció en el hogar de una pareja mayor de un día para otro. Sin embargo la dificultad para reconstruir las huellas que el Terrorismo de Estado borró impiadosamente, hicieron que el hallazgo de la hija de Gladys y Walter se demorara 21 años más.

Claudia Domínguez Castro Foto de archivo: Coco Yañez

A mediados del 2009, la denuncia fue derivada a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) para que pudiera investigar. El equipo que se ocupa de realizar las aproximaciones a posibles hijos e hijas de desaparecidos y desaparecidas inmediatamente se puso a trabajar, y fue así que tiempo después llamaron a la joven para informarle que se contaba con información que permitía suponer que ella podía ser hija de desaparecidos. La invitaron a realizarse el estudio de ADN y ella accedió.

El 27 de agosto de 2015 el Banco Nacional de Datos Genéticos informó a la CONADI que Claudia es hija de Walter y Gladys.

María Domínguez, Claudia Domínguez Castro y Sebastián Moro Foto de archivo: Coco Yañez

En diálogo con este diario, Claudia profundizó sobre el significado de la identidad a nivel personal y cómo se va multiplicando o asemejando en lo colectivo: “Al principio consideré que sólo mis viejos eran los únicos protagonistas de esta historia, luego evolucioné y me di cuenta que yo era la protagonista, e incluso trataba de no involucrar a mis hijos en esto o pensé que ellos solos lograrían ubicarse dentro de este rompecabezas, pero hoy ellos mismos cuentan esta historia como propia. Por eso creo que les pibes tienen otra posibilidad de canalizar la historia, no sólo porque se trata de la historia de su colectivo, de su gente o de su comunidad, sino porque pueden ser víctimas también. Les pibes son quienes ven en estas luchas ejemplos de luchas”.

Continuando con el cuento que escribió la hija de Mónica, nos preguntamos qué tan importante puede llegar a ser este tesoro de la identidad para cada nieta o nieto restituido, ¿cómo sobrellevar un proceso interno con una verdad innegable que se revela ante nuestros ojos?, con una parte de la historia que completa por fin las piezas que le faltan a ese engranaje.

Estela de Carlotto Foto: Facebook Escondida

Y en este sentido, Claudia remarca el proceso que tuvo ir descifrando hasta dar con su origen. “Creo que todos los nietos evolucionamos en lo mismo; en que no nacimos el día en que nos restituyeron sino que tenemos una historia, tal vez para uno más pesada que para otros. Pero esa restitución, esa verdad era necesaria para cerrar tantas otras en las que quedaban cabos sueltos. Entonces, creo que gran parte de esa construcción empieza a cerrarse, pero al mismo tiempo se comienza a transitar un camino con una información que era vital pero que no borra lo anterior. Uno no es solamente lo que te contaron en un momento, es lo que no fue verdad, es lo que una pudo hacer, el camino que una eligió y todo eso se va sumando. Cuando tenés la verdad decís ‘bueno, esto era lo que sentía’, ‘por esto ahora elijo tal camino, cambio de carril'”.

En la misma línea, Mónica Robert sostiene que “hay una idea hasta psicológica de que la identidad se construye durante los primeros años de la vida y en la adolescencia y allí se termina, y la verdad que no es así, sino que se construye toda la vida. Es algo que también me atraviesa, porque en mi trabajo de consultorio se da un punto en común con todas las problemáticas diversas que puedan traer al análisis: siempre está presente la identidad; ya sea la identidad de género, la identidad en relación a su cultura, el sentirse dentro de la familia o fuera de ella, del grupo de pares, pero siempre se está construyendo identidad”.

Foto de archivo: Seba Heras

Por su parte, Claudia recuerda a quienes la buscaron desde el primer momento: “Cuando restituyo mi identidad, mi admiración más grande fue ver la gente que durante años me buscó y que acompañaron a mi abuela, a mis otros abuelos, a mis tíos, a demás familiares y a todo el colectivo social. Yo no podía creer que toda esa gente había sostenido a la familia que nos buscaba. Y parte de esa familia eran Alicia, Mónica desde su lugar, Coco Yañez, por solo nombrar a algunas personas, pero en realidad son muchísimas más. Y hoy, luego de tomarme el café y encontrarme con Mónica, pude conectar toda esa cronología desde los primeros tiempos en que empecé a pensar con consciencia sobre lo que realmente estaba sucediendo”.

“Los nietos son de todos”

Foto de archivo: Coco Yañez

Aunque el daño que causó el genocidio fue irreparable, con la lucha, el amor, la esperanza de las Madres y Abuelas fue que, al día de hoy, se ha logrado restituir a 130 nietos/as. Y es que en el camino se fueron sumando quienes no olvidaron, los que quizá buscaron también conocer su propia verdad, o quienes simplemente sintieron el compromiso de militar y acompañar.

Alicia Boggia, licenciada en Ciencias Políticas, es una de esas personas que desde su ámbito laboral y en las calles supieron trascender para ser parte de esta memoria colectiva: “Este libro a mí me parece muy fuerte, porque además de narrar la búsqueda de la identidad, a esas distintas personas y el sostén que se va creando en ese sentido, muestra redes de laburo en la docencia, en las búsquedas. Y eso que pasó en el libro fue un proceso que se consolidó desde la primera presentación”.

Mónica Robert, Claudia Domínguez Castro y Alicia Boggia. Foto: Seba Heras

“Otro punto –afirma Alicia- que tiene la obra, que para mí es muy maravillosa, es el valor pedagógico, porque es un libro que permitiría trabajar en las escuelas perspectiva de género, redes de mujeres, además de la búsqueda de la identidad, lo que implica esa búsqueda y la lucha de Abuelas, porque brinda datos certeros. Cualquiera que tenga dudas y lea ese libro tiene dónde buscar: un correo, un teléfono, lugares, recorridos de organismos, y eso está buenísimo”.

Alicia también enfatiza sobre el valor social, simbólico e histórico que tiene la restitución de cada nieto o nieta: “Siempre me acuerdo que cuando apareció Claudia, en mi casa descorchamos un vino, porque nosotras entendemos que la verdad siempre está buena, que es un proceso durísimo de reconstrucción de identidad y que cada nieto ha hecho un proceso distinto respecto a eso, pero que no hay nada como la verdad, y no hay nada como el acceso de la verdad a la identidad”.

Foto: Seba Heras

“Para todas las personas que militamos y que tenemos activismo y militancia histórica en los organismos de Derechos Humanos, los nietos son de todos y los estamos buscando a todos, y a los desaparecidos también. Por eso siempre es una fiesta cuando alguien aparece. La alegría es colectiva, como también los dolores que muchas veces han sido colectivos”.


 

Sobre Mónica Robert

Foto: Seba Heras

Mónica nació en 1980 durante el Terrorismo de Estado en Argentina. Hija de Susana, concertista de piano y de Edgardo, artista plástico, ambos perseguidos por la dictadura cívico-militar; vivió sus primeros años en Buenos Aires para retornar en 1983 a Mendoza, su provincia natal. Para ese entonces, su padre aún pertenecía a listas negras y no volvió a trabajar como antes, quedó sumido en una depresión profunda y murió años más tarde. Su madre trabajaba como profesora muchas horas del día, quedando las hijas al cuidado de las abuelas y de la hermana (apenas) mayor.

Su infancia y adolescencia están teñidas por el fantasma de la dictadura. No sólo por la historia familiar sino porque convive con la idea de que algunos amigos y amigas puedan ser hijos de personas detenidas-desaparecidas en aquellos años negros donde el robo de bebés y la apropiación de la identidad fueron algunos de los más terribles crímenes de lesa humanidad.

Su primera novela, Con este sol: de letras, mujeres y un diván, fue publicada en 2018 y reimpresa dos veces en 2019.

Foto de archivo: Seba Heras

 

¿Cómo adquirir el libro?

Podés comprarlo a través de la página: www.milibreria.net o contactando al Facebook de Payana librería.

 

 

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