Fotos: Seba Heras

Jueves. 18:15. “Se llama Giovanna pero buscala en Facebook como Amapola Cid”, fue el rastro telefónico que nos dio una cantante de tangos, para dar con la mujer a quien escuchamos leer sus poemas hace un buen tiempo, en el café Liverpool.

Un chat breve facilitó el encuentro. El plan: juntarnos en una librería del centro, hurgar las estanterías, charlar de textos imprescindibles, de los suyos, de las influencias.

Viernes. 20:04. Puntual en la vereda de García Santos. Esperamos a la mujer del pelo siempre suelto. Allí mismo, sin pudores, se parte el pecho, toma un cigarro, lo pita, y saca de entre las costillas una víscera tan roja como la pintura de sus labios o el marco oval de los lentes. Casi hora y media nos hablará sin pausa, con el corazón alternando entre una mano y la otra.

“Llevo un año acá en Mendoza -dice con tonada chilena-. Me vine a estudiar teatro a la UNCuyo. Se llama Giovanna Carrasco Espinoza, “nacida y criada en el puerto”, Valparaíso, “esa ciudad cosmopolita, parte del realismo mágico, tan caótica y maravillosa que indefectiblemente termina por colapsarte”.

Un giro de Amapola

Giovanna habla en la vereda, con hambre de hablar, mientras sopla el humo y mira cómo se disuelve. Queremos llevarla a nuestro terreno, a ese lugar preformateado de entrevista que trajimos en la sesera.

“Sí Giovanna, hablá, pero de poesía -pensamos con la vista en ella-. Queremos que entrés a García Santos, que nos despertés tu mundo literario entre los volúmenes apilados, mientras te sacamos fotos y grabamos tu voz”. Pero la entrevistada toma arisca otras ramas. Nos concede que estudió Letras en la Universidad de Playa Ancha, pero que nunca ejerció porque no serviría para dar clases. Prefiere hablar de lo escénico: “Yo además de escribir hago teatro, hago performance, audiovisuales, también fotografía”.

“En fotografía mi nombre es Amapola Cid. Yo interpreto fotografías de corte teatral. Trato de hacer diferentes alter egos. Mi primer personaje fue Eva Ensalzada, un personaje que tiene que ver con la fotografía del desnudo, una exploración sobre una temática erótica, pero no un erotismo vano, sino desde la construcción escénica”.

¿Por dónde pasa ese personaje, qué búsquedas tiene, qué cosas representa?

Al principio creo que fue algo netamente de gusto, como que desde chica yo siempre fui súper desinhibida con mi cuerpo. Siempre he tenido la facilidad de habitar este cuerpo, creo que también por eso el tema de la poesía tiene que ver con eso, como que viene desde ese lugar, desde ese arraigamiento.

Posar para Giovanna fue desde el principio una cuestión orgánica, natural, que fue creciendo con el desarrollo de sus conocimientos y su interés por las experiencias interpretativas. También se abrió paso entre el alboroto que genera una mujer libremente desnuda, a través de fotos que expande en diferentes sitios y redes sociales.

“La Eva Ensalzada es la Eva que se destapa –teoriza-, es la Eva que se desinhibe, la que se jacta de su desobediencia, que recupera su lugar, habita de nuevo su cuerpo. La temática de mis fotos no tiene que ver tanto con mostrarse para un público masculino, una hegemonía heterosexual, no, sino que tiene que ver con la complacencia de su cuerpo, mostrarse tal como es y ahondar en diferentes personalidades”.

Camino a la poesía

Veintitrés minutos pasaron desde el saludo. Seguimos varados en la puerta. La entrevistada enciende el tercer pucho. Ya nos habló con pasión sobre su Amapola Cid, la escuchamos fascinados. Reímos a cara ancha cuando expresivamente narró Giovanna aquel día en que una profesora de teatro de la Universidad Nacional de Cuyo, donde cursa el segundo año, le habló maternalmente sobre su preocupación ante los rumores de que “estaba metida en la pornografía”.

Al fin entramos. Giovanna pide con desdén un libro de Helmunt Newton, el vendedor lo busca en la PC, encuentra el código, dice seco que hay que encargarlo… Y la artista chilena nos vomita gentilmente su hastío: “Esto es como el cliché de la entrevista, del escritor, pero te tengo que decir que yo ya no leo, me aburre leer, así te lo digo, así súper simple. Leí diez años de mi vida, era súper disciplinada, y llegó un momento en que me di cuenta que todo lo que sabía era de libros, que la vida cotidiana también funciona con otros moderadores personales, vivenciales. Cerré los libros, los metí en una caja y me dije ´me voy a dedicar a vivir´”.

“Ajá, has llegado a este punto”, contestamos y nos reímos a carcajadas. “Qué hacemos acá entonces, prendamos fuego todos estos libros” (Carcajada, distensión, mucha carcajada). Volvemos a la calle buscando cerca el Liverpool, el mismo café donde la escuchamos leer aquellas poesías que despertaron el deseo de conocerla.

Liverpool. 20:41. Pedimos a la moza una mesita en la vereda para “después entrar en un ratito y nos tomamos unas birras”. Giovanna enciende otro rubio, monologa, no hacen falta preguntas, discurre laxa. Ahora sí, sin plan periodístico clichoso, escuchamos el rigor con que selecciona las palabras de su relato:

Yo siempre he escrito, desde muy chica, ponte tú que yo empecé a escribir desde los catorce o quince años, estas cosas que son como vómitos existenciales, que la vida contra mí y todo eso. Después, a los diecinueve quiero como empezar a higienizar esto, verlo de una manera profesional, no en el sentido del oficio de la escritora, sino empezar como cosa mía a hacerlo bien. Que no fuera simplemente el sentimiento que me invadió en tal momento de mi vida, más bien empezar con articularlo bien.

Iba a algunos talleres, estaba dos clases y me iba, no me gustaba. Encontraba que era muy la élite de los escritores, mucho ego, mucha parafernalia, mucha lisonja. Eso no era lo mío (pita largo el cigarro), por ahí empiezo a escribir, a escribir, a escribir…

Me empecé a dar toda una autoconsciencia de sentir que no iba a escribir ni mejor ni peor porque iba a un taller, porque iba acá o porque iba a allá, sino como que el mambo era mío. Y como yo soy llevada a mi idea, tampoco me gustaban las normas escriturales que me ponían.

¿Decidiste quemar los libros?

Mi proceso escritural (se corrige), mi hecho escritural tiene que ver justamente con exponer de una manera literaria mi mundo interior. Digamos que la base de la escritura que yo tengo parte desde el lugar del cuerpo femenino, de las emociones femeninas y particularmente de cómo yo las siento.

Todo lo que ha sido netamente poesía siempre ha partido desde el lugar del desahogo, desde el lugar donde tú sientes que emocionalmente, y desprendida de una situación en específico, hay un torbellino de emociones dentro de ti que obviamente te hacen una destrucción, te hacen un caos, y esta es como mi manera de purgarlo. Cuando yo lo veo escrito, lo veo ya confeccionado como un objeto estético, más allá de lo que yo sentí, como que le doy valor a la destrucción que pasa, por así decirlo, y lo agradezco. Es como que digo “gracias fulanito por haberme destruido”, porque de eso surgió el poema.

Las palabras que usás o las formas con que encarás tu poesía, ¿son esquirlas de esa misma destrucción, son escombros, o es un lenguaje que sana?

Son dos cosas. La construcción lingüística son los escombros, la destrucción que quedó, y uso esos escombros para darle sentido. Es el sentido de estar vivo.

Primero que todo los agarro de una manera purgativa, orgánica, y me desahogo con eso. Al escribir, de algún modo me sano, le doy una significación a lo que viví. No es simplemente pisarlo, no mirarlo y no hacerse cargo. Lo agradezco de algún modo. Y una vez que ya está como en un objeto, en un material lingüístico, me aparto.

Es como muy extraño lo que sucede, porque hay como un proceso, no sé si será cognitivo o emocional, no sé qué, pero después viene un proceso donde yo tengo distancia con lo que hay allí. Y sí, es verdad, tiene que ver con algo vivido, con la experiencia, pero cuando lo logro, ya lo veo terminado, lo imprimo, y tomo distancia. Es netamente un objeto estético y eso es lo que me gusta. Por eso cuando, por ejemplo, me toca leerlo no rememoro la situación, ya no me pasa por el cuerpo, es algo que ya está sanado.

Ya lleva escrito tres poemarios, ninguno publicado. Durante y después del Sol, Hagiografía profana y Thanatos son los títulos de las compilaciones. “Los tres tienen como común denominador la herida del desamor”, nos dice. Se saca por primera vez sus lentes rojos y lee, con pronunciación armónica, sentido literal del cuerpo y la métrica de quien ha vivido:

Siempre linda / siempre libre / siempre loca / me dijiste / cuando me retorcía bajo el universo yermo. / Hoy a través del espejo / yo / te digo / que es este / sol de invierno / tal vez / el mismo sol de invierno / dibujado por ti / en mi universo / el que me fecunda / más libre / más linda / y más loca. / Y quiero bailarle desnuda / desgreñada / pero equilibrada / a las energías masculinas / que significantes en infinitas estrellas / me vuelven más hembra luminosa / en su cortejo desde el firmamento.

“Yo siempre escribo de las cosas que me pasan por el cuerpo. Por lo menos eso me pasa con la poesía. A mí los poemas cuando me llegan, me llegan así (traza en el aire con la dos manos una columna descendente como un rayo), y ahí sale completo (golpea la mesa), y sale entero. Si yo no tengo una pulsión personal que me desborde, no voy a escribir poesía. La poesía tiene que ver en mi caso con procesos dolorosos. Siempre escribo poesía desde el lugar que habito, desde este cuerpo que habito, no como la gran utopía ideológica”.

Inspira largo, se guarda el corazón entre las costillas y acomoda sus lentes.

Viernes. 21:23. Giovanna Carrasco Espinoza vuelve a la calle.

 


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