La muerte del músico, escritor y docente golpeó duro en estos días y resonará fuerte en los que vendrán, su marca indestructible en el pensamiento vivirá para siempre.

Por Richard Quevedo

Foto: Alejandra López

Alguna vez de niño oí un cuento sobre las puertas que daban a un jardín de gente, ese cuento se volvió recurrente y brillante en mis sueños y en la imaginación a través de los años. Me hicieron encontrar con palabras que hablaban de la lucha, se escuchaban canciones que sonaban en medio del fuego del mundo. Esa significación -indudablemente- y los empujones del destino me hicieron encontrar con el arte de Gabo y en ese caudal infinito, con las luchas que llevó desde los 90, cuando vociferaba canciones punks y hardcores para reflejar el desastre del planeta, la aniquilación del amor y la plasticidad del neoliberalismo.   

Desde ese entonces, en esta tierra  que rodea de horror a los seres mágicos, fuimos siendo testigos de cómo aquella canción poderosa y deslumbrante fue mutando en la poesía del tiempo y combatiendo el ardor de las injusticias. Las banderas de los que acompañan el amor a la resistencia fueron tornándose de ese color milagroso del arcoíris de la igualdad. El juglar de voz eterna fue plantando las flores en los pantanos de mentes añejas, en la exacerbación del oscurantismo y la dureza de los dogmas que se van disipando entre los puentes poéticos y maravillosos.

Todo lo sólido se desvanece en el aire

En un santiamén, en unos instantes, en un soplo de tiempo cuando la figura de la esperanza en la primavera de este 2020 empieza a aclararse, los medios -en esa lucha atroz por la primicia- casi al unísono confirmaron que el cuerpo de Gabo se había ido. Ellos por mandato de parafernalia colectiva tramitan el título con un  “Falleció”, “Murió” e, inmediatamente, el corazón de la gente que lo sintió cerca se congela, las piernas se trizan un poco más, las piedras de las montañas se hacen agua y las hojas de los libros -que supimos imaginar- forman cenizas en el fuego. El mercado representado en grandes monstruos de cemento y pulcritud caerá o se evaporará en las manos de la justicia, cuando la venganza sea comer y que las personas se mimeticen en sus varios colores de libertad. Esto último quizás puede haber quedado intacto antes de despedirse.

Hoy se encarna tu ausencia

Foto tomada de Facebook

Hoy todo lo que nos ronda es lo que no está, como una mueca horrible y etérea, lo que nos persigue son esas canciones de despedida, de “irse/volviendo” permanentemente, contemplando la luz que de a poco nos agota y enmudece. No es fácil describir todo ese reino de reclamar los espacios del cuerpo, reír cantando hasta el final viendo esa muchedumbre exigiendo un lugar para soñar, sonante y presente. No es simple recorrer una obra que iluminará por siempre, ni siquiera se logra disfrutar en su totalidad, porque lo vasto e inconmensurable no termina de interpelarnos nunca, no importa si lloramos al oír ese canto inmortal, lo que importa es tu ausencia y que tu noble alma haya elegido este paradojal momento de silencio para irse.

Hay riqueza, hay pobreza y hambre

¿Qué es aquello que nos divide y violenta? ¿Dónde está la magia que perdimos o nunca tuvimos? ¿Dónde está el fin del sufrimiento de los desprotegidxs? ¿Dónde estará el fin del lobo del hombre encarnizado y sediento? Esas preguntas subyacen en las canciones que supo sembrar en este cosmos tan insondable, las gotas que somos, el mar de gente con derechos que queremos ser alguna vez, que los niños costureras y las niñas carpinteros puedan bailar, moverse y ser felices. Nos queda llorar mucho para que esas lágrimas ahoguen la realidad que nos molesta y nubla. La memoria que nos deja en este viaje surca nuestro sentir y pensar.

Todas las cosas sin nombre

Foto: Alejandra López

Expirar ni siquiera a veces tiene significados, eso llega puntual, invisible, quizás artero o liberador, en cualquier momento que esté viviendo el mundo. En este caso llegó por senderos llenos de distopía e incendios, pegó sin borrar la sonrisa del rostro de magia de GABO, al contrario, él quizás sintió estallar su boca, se fue como el humo, como el aire, gritándonos rabiosamente que eso que muchxs llaman muerte no existe, acá TODO ESTA VIVO, PRESENTE, en el jardín que supo construir, implacablemente, el más bello de todos.