Por Lucas Debandi

Párese en el centro de su plaza departamental. Ahora camine seis cuadras en cualquier dirección. Preste atención a las fachadas de las casas. Cuente cuántas están abandonadas. Si contó más de las que pensaba, enójese: ese paisaje se repite en todo el Gran Mendoza.

Casas sin gente

Foto: Carlos Púrpura Pistarelli

Según el censo de 2010, el déficit habitacional de Mendoza es de 50 mil casas. Lo loco es que las casas vacías llegan a 78 mil. Estos datos empujan una idea que inquieta: si se ocuparan las casas que no se usan, no haría falta construir ni una sola más para saldar el déficit habitacional. En ciudad, la cosa se pone peor: casi una de cada tres casas está desocupada.

Todo esto sucede en una provincia donde existen 205 asentamientos precarios en los que viven miles de personas. Todas estas, desamparadas por el artículo 14 bis de su Constitución Nacional, que en el papel garantiza el derecho al acceso a una vivienda digna. Pero solamente en el papel.

Foto: Carlos Púrpura Pistarelli

“Compre tierras, no van a fabricar más” reza el dicho, y la especulación inmobiliaria lo conoce. Marina Femenía opina que el problema está en pensar a las viviendas como una mercancía, aunque esto implique pisotear uno que otro derecho social. Como diputada provincial, hace tres años presentó un proyecto para que el Estado intervenga sobre esta situación. Consistía en duplicar el impuesto inmobiliario a las casas desocupadas, para incentivar el uso de las propiedades y hacer contrapeso al negocio de tenerlas vacías mientras tanta gente las necesita.

Pero además de ser inescrupuloso, el sector inmobiliario tiene mucho poder. Tanto como para torcer las voluntades de la vieja clase política y manejar la agenda de las cámaras de diputados y senadores, de tal forma que nunca se pongan sobre la mesa esos temas que les comprometen el bolsillo. Por eso, el proyecto de Marina duerme en un cajón. Mientras tanto -y en la misma ciudad- cientos de personas duermen en la calle.

Gente sin casa

Foto: Coco Yañez

Silvina trabaja con personas en situación de calle desde hace ocho años. La fundación en la que participa, Puente Vincular, empezó saliendo los domingos a la noche a repartir café y tortitas. Hoy, además sostienen espacios de cine, recreación y radio. Con el paso del tiempo, cuenta Silvina, ha podido conocer la realidad diaria de las personas que habitan la calle.

Aprender el circuito de las organizaciones que reparten viandas cada día de la semana para poder cenar. Conseguir un lugar para volver a dormir y guardar las cosas, en alguna ranchada. Ganarse unos pesos cuidando autos. Pelearle al frío. Sobrellevar el dolor de los vínculos familiares rotos. Resistirse al alcoholismo. “Estrategias de calle”, les llama Silvina. Rebusques de supervivencia de la gente sin casa.

Foto: Coco Yañez

Jorge Eduardo Roca es sociólogo, y colabora con la fundación. Cuando tenía quince años vivía en Buenos Aires, y fue parte de la oscura Noche de los Lápices. Tuvo que venirse con 17 a Mendoza porque aparecía en las listas negras. Quizás ese desarraigo de vivir escapando lo haya llevado a sentir empatía por los excluidos del sistema. En algunas cosas, el Estado de hoy en día parece menos desquiciado que aquel de la dictadura, que perseguía adolescentes para matarlos. En otras cosas, parece que fuera el mismo.

Jorge explica que hace dos años se realizó un foro donde se presentó un proyecto de ley de indigencia urbana, que obligaba al Estado a hacerse cargo de la asistencia a las personas en situación de calle. Esa tarea hoy recae en organizaciones no gubernamentales, que funcionan por mera fuerza de voluntad. El Estado se limita a darle palmadas en la espalda. Ese proyecto está cajoneado, como el de Marina, en el fichero que tiene la etiqueta de “No abrir ni en caso de emergencia”.

Vivir en la bodega abandonada

Foto: Carlos Púrpura Pistarelli

Es imposible pasar por la exbodega Arizu y no quedarse mirando. Es una construcción gigante, en el centro de Godoy Cruz, antigua, completamente abandonada. Para envidia de muchos, Diego vivió ahí. Su abuelo era administrador de la bodega y su familia habitó la casa interna hasta que él tuvo seis años. Tiene algunos recuerdos vagos de las estructuras interminables, de los túneles que unían los edificios por debajo de las calles, del salón de fiestas. Sus padres se casaron ahí, su abuela murió en esa casa. Su primera infancia sucedió en ese lugar.

Foto: Carlos Púrpura Pistarelli

Cuando vino la quiebra, ellos siguieron cuidando la casona, haciendo mantenimiento. Hasta que Cencosud compró la propiedad. Entonces decidieron sacarlos y sin mantenimiento el edificio se empezó a venir abajo. Los echaron entre rumores de que se iba a instalar un supermercado, pero la multinacional nunca avanzó. En 1999, un año después de la venta, la exbodega Arizu se declaró patrimonio histórico nacional y se prohibió por ley demoler la fachada. O por lo menos demolerla por la vía rápida. Porque dejarla permanentemente sin mantenimiento es una demolición por otros medios. Hoy el derrumbe lento del abandono lleva operando casi veinte años. Los gobiernos han intentado tímidamente hacer acuerdos con Cencosud, ofreciéndoles cada vez más concesiones y favores legales. Pero parece que todavía no les alcanza.

Hace pocos días la casa donde vivió Benito Marianetti parecía empezar a caminar la misma peregrinación hacia el abandono. Las mismas paredes que aguantaron sin desplomarse seis bombas dedicadas al dirigente comunista, parecen no poder resistir la embestida de la especulación inmobiliaria.

Fantasmas

Foto: Carlos Púrpura Pistarelli

¿Qué pensaría Marianetti de todo esto? Lamentablemente los muertos no tienen derecho a réplica. Tampoco la tuvo un hombre que murió de frío y de indigencia en una plaza mendocina hace unos años. Un funcionario de turno salió en los medios diciendo que estas cosas pasaban porque las personas que duermen en la calle son testarudas y no piden ayuda. En respuesta a estas declaraciones, los miembros de Puente Vincular (muchos de ellos en situación de calle) decidieron armar un programa de radio donde puedan ser escuchados. Porque lo que faltan son orejas, no bocas.

Hoy ya son 220 los programas grabados desde su sede, y emitidos por distintas radios comunitarias y también por internet. Lo bautizaron “El Fantasma de la Máquina” en alusión a un concepto del filósofo Gilbert Ryle y a un disco de The Police.

– Es la idea de que somos espíritus en una materia- resume Rubén, uno de los conductores. Y a través de su programa le contestan a ese funcionario (y a todos) que sí tienen voz, y bien clara: que adentro de sus cuerpos hay un espíritu que siente y piensa.

Se sabe que las casas abandonadas están embrujadas. Y debe ser que es imposible concebir algo tan humano como una casa sin un alma que la habite. Es como una máquina sin su fantasma. Se dice que los espíritus de las casas abandonadas son de las personas que alguna vez vivieron ahí y ya no están. ¿Y si siempre estuvimos equivocados? ¿Si en realidad los espíritus son de los que nunca las habitaron, de los que necesitando un techo siguen deambulando sin destino por la calle? Para averiguarlo habrá que estar atentos a los rastros que siempre nos dejan los fantasmas, en los rincones oscuros y los portales antiguos.