Una crónica de Marina Femenía
Fotos: Elena Visciglio

Difícil es iniciar una crónica del Encuentro Nacional de Mujeres, porque no sé bien por dónde comienza esta hermosa experiencia. Quizás desde que pensamos en la posibilidad de organizar un preencuentro en Mendoza o desde que tomamos la decisión de viajar y organizamos peñas, rifas, para recaudar dinero y abaratar los costos de las que no podían pagarlo. Tal vez desde que nos subimos al bondi, en el que viajamos 60 compañeras, o desde que llegamos a Trelew.

Pero comenzaré por el encuentro en la puerta del colectivo donde nos abrazamos con las compañeras, muchas no nos conocíamos, solo por el grupo de whasap en el que coordinamos. Ansiosas, “manijas” – como decían las pibas- , todos los días anteriores durante los cuales contábamos cuántos faltaban para viajar.

 

 

 

Y llegó el día. Ahí estábamos compañeras de todas las edades y lugares. Ana, de 71 años, una de las organizadoras del encuentro que se hizo en Mendoza en el año 1988, con su hermana Susana; Noe y Mai, dos hermanas que se acompañaban todo el tiempo, viajaron sin sentir como impedimento la silla de ruedas necesaria para que una de ellas se trasladara; Estre y Jaqui, dos amigas de Jocolí, Lavalle;  Beti y Juana;  Marisa y Guada, madres e hijas, juntas a la par; Carito y Cande, armadas de sus artesanías para vender en el encuentro. Barbara, Ximena, Javiera y Estefania, que cruzaron la Cordillera para conocer la experiencia argentina de la que tanto habían escuchado.  También unas cuantas compañeras de las universidades y de los barrios.  Mujeres jóvenes, adultas, tortas, madres, hijas, campesinas, trabajadoras, estudiantes, desocupadas, allá íbamos.

Salimos a las 16 del viernes, nos esperaban más de 20 horas de viaje.  Aprovechamos ese tiempo para conocernos, compartir experiencias en el feminismo, discutir, bailar y  cantar. Cuando llegamos al mediodía del sábado, “La Grupa” ya estaba consolidada y organizada para participar de los talleres. La ciudad nos esperaba semidesierta de lugareños y lugareñas que, atemorizades por los medios hegemónicos, decidieron cerrar las puertas de sus casas y negocios mientras durara el encuentro. Esto nos daba la sensación de habernos apropiado de las calles, ¡sentir que eran nuestras! Inundamos Trelew con nuestra marea verde.

 

 

 

Partimos a los talleres, cada una al que le interesaba. Algunas al de ESI, otras al de aborto legal, algunas a estudios de género, mujeres y salud, trata de personas, prostitución y lesbianas y activismo. En estas comisiones debatimos con compañeras de todo el país, de organizaciones políticas feministas, partidos o mujeres independientes. En todos los espacios, una compañera tomaba nota de lo que hablábamos, registraba todo para llevarlo a la lectura de las Conclusiones de un día intenso de discusión y reflexión.

A las 15, cuando terminó el taller, decidimos ir a comer algo en los puestos gastronómicos de “Al horno el patriarcado”. Más tarde, cayendo la noche, nos esperaba una reunión y choripaneada con compañeras de todo el país. Hacia allá fuimos, encontrándonos en la puerta del Club. Las que nos perdimos por las calles de Trelew llegamos más tarde. En ese lugar cantamos y escuchamos experiencias de todas las provincias, también allí oímos que había una fiesta: “La Festitorta”.  A ese lugar fuimos todas, aunque nos encontramos con el final cuando apenas llegamos. Sin embargo, lejos de  renunciar al festejo, empezamos a caminar todas juntas hasta encontrar un puesto de choripanes en el que habían conectado un equipo de música. Ahí nos quedamos, en y con la calle cortada, bailando y cantando hasta que cayó el cansancio por las horas de viaje.

 

 

 

Esa noche, las más de 200 compañeras de todo el interior del país dormimos en una cancha de fútbol techada, donde el pasto sintético colaboró para que el frío no atravesara nuestras bolsas de dormir.

El domingo por la mañana retomamos las discusiones en los talleres, para luego convocarnos todas en la “Plaza de Cristina”, un acto para apoyar a nuestra compañera ante la persecución y hostigamiento, castigo patriarcal por luchar por la justicia social. Remeras peronistas, feministas, pines, gorras choris y bombos teñían la jornada de mística. Tomamos mate, nos llenamos de brillos y empezamos a encolumnar para el recorrido de la marcha final.

 

 

 

Miles de mujeres marchando, cantado, brillos, tetas al aire. Se palpitaba en cada una, y en todas, un profundo sentimiento de libertad. Resultaba muy difícil avanzar, las calles estaban colapsadas de mujeres. Hasta que arrancamos. Nos cuidábamos entre todas, con un potente cordón de seguridad que construimos sin miedo a que algo nos pase, porque estar juntas nos hace sentir empoderadas, enamoradas y felices. Así sentimos todo el recorrido.

Teníamos que volver al Club, el micro nos esperaba. En 10 minutos nos encontramos todas. Las 60 en una marcha de 60.000. Porque estábamos organizadas y porque sabíamos que podía haber represión. Por eso previmos todo, nadie podía faltar ni fallar.

 

 

 

Cargamos las bolsas y bolsos en el bondi, era hora de pegar la vuelta. Estábamos felices, dejábamos el paraíso en el que queremos vivir, así, libres, organizadas, sin miedo y sin patriarcado. Ese es el propósito de nuestra lucha: vivir y sentir, todo el tiempo, siempre, como vivimos y sentimos cada año, cuando nos juntamos en cada encuentro de mujeres. Hacia donde debamos viajar, hasta allí donde la libertad se hace carne en cada una de nosotras.

 

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