El reconocido periodista y habitual colaborador de EL OTRO, presentará el próximo lunes su segunda novela Secuela del rastro esfumado. La cita se enmarca en la programación de la Feria del Libro en el Espacio Cultural Julio Le Parc. Café de por medio, el escritor nos confiesa las motivaciones, tensiones y desafíos que afrontó en su nuevo recorrido literario.

Fotos: Coco Yañez

¿Cómo surge Secuela del rastro esfumado?

Como consecuencia de mi retiro –buscado- en Radio Nihuil, podía dedicarme con más tiempo a escribir. Hacía poco había publicado Contranovela (NdR: su primera novela, en 1998). Al poco tiempo escribí dos más. El tema es que no tenía ganas de publicarlas y no me dediqué a corregirlas. Fue pasando el tiempo y ya no se produjo en Argentina un contexto político, social y económico similar al que había cuando arrancó esta novela: pleno neoliberalismo conservador. Hasta que hace poco retomé el texto, empecé a corregirlo y ponerme más exigente con lo que ya estaba escrito.

Lo que finalmente me decidió fueron mis nietos. Pensé en mis nietos, no para que la lean ahora –son chiquitos- sino más que nada para hacerlos sentir orgullosos de su abuelo, que es algo lindo. Considero que una de las actividades más hermosas que hay en la vida es publicar un libro.

Has tenido una vasta trayectoria en medios, tanto gráficos como radiales. ¿Cómo conciliaste internamente la dicotomía entre lo periodístico y lo literario?

No sé si hay algún tipo de conciliación, probablemente sí. Hay opiniones muy definidas con respecto al periodista y al escritor, que es como me defino. Pero profesionalmente soy un periodista. El oficio de escritor puedo tomarlo muy esporádicamente en mi vida, con mucha dedicación, pero cada tanto.

Se dice que es imposible conciliar al escritor con el periodista, de hecho el lenguaje periodístico no es demasiado saludable para ser un buen escritor. Hay otros que piensan todo lo contrario. Aunque para mí, una de las novelas más maravillosas, la que más me ha conmovido es A sangre fría, escrita por un periodista, Truman Capote, quien precisamente es más periodista que nunca en esa novela, inaugurando la novela de “no ficción”.

Por supuesto que en Argentina hablamos de Rodolfo Walsh, pero no compararía desde el punto de vista literario A sangre fría con Operación masacre, que inicialmente no tenía ni remotamente la calidad que finalmente tuvo, después de sucesivas publicaciones y correcciones de Walsh. Eran muy distintas las motivaciones.

Creo que hay periodistas que son excelentes escritores y hay escritores fabulosos -la mayoría- que jamás han tenido al periodismo como oficio.

¿Y cómo abstraerse de ciertos esquemas vinculados a la práctica periodística, en tu caso con una aguda capacidad de análisis de la realidad, para vincularse a la práctica literaria? Porque nos mencionabas anteriormente ciertas condiciones político-económicas como un hito de tu quehacer literario.

Eso en la novela rezuma como trasfondo porque ese fue mi desafío. Ahí sí tomo la dificultad de conciliar la tensión entre el periodista y el escritor: como un desafío. Porque lo que quise escribir era algo absolutamente despojado desde el punto de vista ideológico, lo cual es imposible. Pero con la intención de hablar de la gente –que para mí es la mayoría- que no está metida en esa especie de burbuja, en esa especie de microclima, o a veces macroclima, que habita el periodista. Nosotros creemos que toda la gente está en la misma, que los que no nos escuchan es porque son enemigos o adversarios y no, es la indiferencia de todos: nosotros los periodistas también somos indiferentes con ciertas cosas.

Entonces, me preguntaba cómo escribir una historia que no tuviera héroes ni antihéroes –sobre todo- sino que tuviera como protagonistas a personas muy comunes, pequeñas, que su vida fuera una anécdota insignificante, que es la anécdota insignificante de la gran mayoría de la humanidad, por no decir de casi toda la humanidad. Marcar cierta diferencia de lo que fue la épica de siempre de héroes trascendentes. Y me parece que lo logré, lo cual no quiere decir que guste.

Lo político, lo ideológico, el entorno, el contexto, aparecen como trasfondo, y la mayoría de los lectores probablemente no lo descubran. No porque sean poco advertidos o incapaces de verlo, sino porque en principio toman la literatura como hay que tomarla: un pasatiempo hermoso y no estar pensando como un crítico en todas las implicancias que tiene una trama.

La novela transcurre en una ciudad…

Es absolutamente urbana…

Y en un ámbito burocrático…

Sí, tiene que ver con el empleo público.

¿Por qué lo imaginaste así y cómo creaste los personajes en ese ámbito?

Lo imaginé así, y en eso tienen que ver los personajes por supuesto, porque yo algunas veces fui empleado público. Y probablemente los empleados públicos en el mundo, y particularmente en un país subdesarrollado como Argentina, son siempre tachados de ineficientes, de vagonetas, malhumorados, de personas insensibles para con el otro. Porque me refiero a los empleados que tienen trato directo con el público.

En ese marco se sitúan los personajes. Fui a lo más adverso. Pero encontré ahí a un tipo que daba ejemplo de lo contrario y que es uno de los tantísimos referentes que fracasan y nadie se entera de que existen fuera del ámbito de la oficina. Nadie se entera de cuál es su causa, su motivación para ser un excelente empleado público. No porque quiera ser empleado público, sino porque quiere ayudar, quiere transformar, quiere mejorar desde ese casi insignificante empleo que tiene.

Además, lo que le pasa al narrador de la novela, porque hay una novela dentro de la novela, que le da el título al libro.

Utilicé el concepto del rastro esfumado para no caer ni siquiera indirectamente en una banalización del desaparecido, que ya sabemos el significado que tienen en Argentina. Pero de alguna manera también hay desaparecidos, no vinculados al terrorismo de Estado, sino a lo que pasa todo el tiempo: hay gente que de pronto ya no aparece más, se esfuma, porque de algún modo fracasó, porque de algún modo nadie lo valoró. Es el caso de Jacinto. (NdR: personaje central de la narración)

¿Cuánto volviste a repasar y corregir? Porque sos bastante minucioso…

Obsesivo es la palabra. Mi proceso de escritura inicial fue rápido. Algo que cambió cuando empecé a corregirla, al retomarla, no hace mucho, a lo sumo un año atrás. Cada vez que la tomaba me obsesionaba con la corrección.

¿Y eran correcciones técnicas o del curso del contenido?

Tipo borgeanas. Borges no creía en los sinónimos, para él no había adjetivos sinónimos. Ahí aparece el periodista: en la búsqueda de la absoluta precisión de las palabras. El escritor, debido a que se ampara más en las licencias, poéticas o narrativas, no le da tanta importancia a esto. Pero yo no puedo dejar de hacer periodismo. Yo busco la absoluta precisión de la adjetivación, no puedo dejar de hacer eso.

Si me entusiasmo, cuando deje esto me pondré a trabajar con la novela que ya tengo lista y que se titula Impunidad malograda. Mi profesión es el periodismo, pero si me hubiese dedicado, tendría escritas tres o cuatro novelas más.