Por Julio Semmoloni

Acatar la demorada y vacilante decisión de la central sindical podría generar un transitorio encolumnamiento político, de proyecciones por ahora confusas y contradictorias. Empoderar esta CGT -alejada del populismo, más bien anti K-, ubicaría la correlación de fuerzas en otra instancia de tensiones, con vista al inminente armado de frentes para disputar los comicios de octubre.

Si la convocatoria es masiva y el consecuente llamado a paro general recibe un alto respaldo, se modificará el actual rol transigente de la CGT con el gobierno negociador del control de los fondos de las obras sociales. Este manso triunvirato sería empujado por la multitud disconforme, exigiéndole encabezar los reclamos cada vez más fervorosos, y distanciando a la cúpula gremial de los confortables despachos oficiales.

Macri ya primerió el calendario electoral ante la Asamblea Legislativa con el cinismo discursivo de siempre. Confronta a ultranza, macanea con referencias incomprobables y regurgita venenosos ataques contra el gobierno anterior, volviendo a utilizar como ariete persecutorio la perentoria definición judicial del caso Nisman, que él necesita.

Oteando el horizonte de protesta contra un gobierno al que le ha sido dócil, el Consejo Directivo de la CGT sesionó el miércoles pasado con la presencia de casi todos los gerontes (estuvieron Moyano y Barrionuevo, pero faltó Caló). Pareció que el único motivo fue producir un hecho político que dé ratificación y certidumbre a la marcha convocada para mañana.

Cuando debió explicar el encuentro, el secretario adjunto Andrés Rodríguez desnudó sin querer la falta de liderazgo en la entidad y el indisimulado temor a entorpecer su relación con el oficialismo. “Fue un almuerzo para estrechar vínculos entre los dirigentes, porque siempre es bueno intercambiar ideas para actuar en el marco de coincidencias absolutas en el diagnóstico que tenemos sobre la realidad socio-económica de los trabajadores”.

Tras la reunión en la tradicional sede de Azopardo, que irónicamente finalizó de manera abrupta por un corte de luz, fue el triunviro Juan Carlos Schmid quien reveló el ambiguo ánimo imperante en el Consejo. “En el marco de la movilización del 7 de marzo vamos a anunciar alguna medida de fuerza, y yo estoy seguro que va a ser un paro de 24 horas, que obviamente estará (sic) en el transcurso del mes de marzo”. Al preguntársele sobre las perspectivas del discurso de Macri, señaló: “Hay expectativas que no se han cumplido”, y citó “al empleo y el poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores” como ejemplos de la insatisfacción.

La detección del creciente malestar en las bases y el constante endurecimiento de la política patronal que impulsa el macrismo, han sido las dos vertientes exógenas que alertó a estos veteranos de maniobras oportunistas para seguir aferrados a la poltrona de la privilegiada representatividad gremial.  

En las declaraciones de ambos dirigentes, como viene ocurriendo desde el inicio de la actual gestión, no se advierte aún ánimos demasiado crispados ni el tono áspero de dura confrontación que empleaba Moyano en tiempos de populismo. No es sorpresa, apenas es la constatación de reiterados procesos históricos. Desde las jornadas combativas de Agustín Tosco y Raimundo Ongaro, el sindicalismo argentino casi siempre estuvo a la derecha (y como reacción) de las expresiones políticas más progresistas.

El sector gremial organizado adolece de liderazgos convocantes, aunque de rudimentaria formación, como lo fueran Saúl Ubaldini y Hugo Moyano. Esta situación debilita el necesario vigor de unanimidad de origen que requiere la protesta social. El macrismo -pese a su inexperiencia y torpeza de clase para negociar- se favoreció desde un principio debido al antecedente de enojosos sinsabores que provocó en Moyano los desaires de la expresidenta.

Si bien el kirchnerismo nunca pudo tener a la rama sindical completamente de su lado, al menos Kirchner supo lidiar con Moyano en la pugna de intereses dentro del Frente para la Victoria. Lejos, muy lejos de la conducción que ejercía Perón sobre la “columna vertebral” del Movimiento, aquél reconoció en Moyano un tozudo referente capaz de tomar represalias para frenar la actividad productiva del país. Cristina, en cambio, cometió el peor de sus errores tácticos, al ningunear la posibilidad de acordar con el camionero.

Se consumó entonces un dato de trascendencia paradójica e inconcebible. El populismo que puso en vigencia miles de convenciones colectivas de trabajo, generó millones de nuevos empleos, redujo de la mitad a un tercio la informalidad laboral, aumentó sustancialmente el poder adquisitivo de los salarios y amplió los derechos de los trabajadores, acabó su mandato con el sindicalismo en contra (dado el liderazgo cerril de Moyano), y que además apoyó directa o indirectamente las candidaturas más antagónicas en cuantía de votos que debió enfrentar el candidato de aquel oficialismo en retirada.

De manera inaudita, una gran fracción gremial separada del FPV, conspiró contra un gobierno de origen peronista, y después, llevada por esa inquina si se quiere personal, cometió la traición política de tolerar en silencio cómplice el profuso revanchismo macrista, plasmado con medidas atentatorias de la seguridad laboral, que implica de hecho miles de suspensiones, despidos y cierres de fuentes de trabajo, además de la pavura de perder el empleo que gana en el ánimo de los encuestados.

A la comilona del miércoles asistieron integrantes no kirchneristas de la Comisión Directiva y allegados como Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, furiosos anti K. La central sindical por ahora demuestra estar en manos de una dirigencia asequible a las maniobras del poder formal que viene conculcando las conquistas laborales recuperadas durante el populismo. No es un detalle que después de quince meses de prepotencia y latrocinio, recién ahora esa dirigencia advierta que nunca hubo un diálogo respetuoso.

En el afán de darle carnadura al incipiente “frente ciudadano” que propusiera tiempo atrás, Cristina exhortó a sumarse a la manifestación impulsada por una CGT apremiada ante el destrato macrista. Parece alentar un acercamiento a la ortodoxa dirigencia gremial, desde una posición de debilidad coyuntural del kirchnerismo. Tal vez calcula que la agudización del conflicto entre Gobierno y CGT, que fomenta con este acompañamiento a la protesta, podría servirle de oportuna jugada política para acentuar su liderazgo. Asume un riesgo cuya secuela podrá interpretarse mejor en poco tiempo más.