Es noche de lunes. Estamos en Mendoza, en el Aula Teatro de la Facultad de Artes y Diseño de la UNCuyo. El homenaje a Leonardo Favio propuesto por la FAD está por concluir. Ya escuchamos la charla que dio el periodista Carlos Polimeni y seguimos el relato de un hombre que se sospecha actor, aunque él y todos ya sabemos que es una invención del gran Leonardo.

Foto: Cristian Martínez

 

Foto: Cristian Martínez

 

A continuación se enciende un film que conmueve las cuatro líneas del auditorio. Un documental “aborda a Leonardo Favio, su formación como director y su mirada sobre el cine”, leemos en una gacetilla de la FAD. “El largometraje –dice el texto- incluye fragmentos de su filmografía e invita a sumergirse en el mundo del realizador más influyente del cine argentino, recreando episodios de su vida y mostrando archivos inéditos que refuerzan su importancia como figura emblemática de una época”.

Tras casi dos horas, en la sala se construye una imagen surreal, como si se tratase de un reflejo cinematográfico. En la apariencia, el Mono Gatica mira desde la última grada una escena de una película de nuestro Favio. En la realidad, ese mismo tipo que pretendía engañarnos recién bajo el alias de Edgardo Nieva, sigue con toda su gestualidad emocionada la proyección del documental, hasta que pronuncia su fin, la gente lo rodea para saludarlo, sacarse selfies y pedirle una frase célebre del “Monito” que él por supuesto rehúsa.

Nosotros también nos acercamos, lo rodeamos afectuosamente con nuestros brazos, y le contamos que somos EL OTRO, que queremos entrevistarlo. Gatica accede, pero insiste que es Nieva, que es actor, que cumplió el sueño de ser el protagonista de la película de Favio.

Bajamos hasta la puerta de la Facultad. Hace frío pero nos abrigamos en los diez minutos de charla humilde con nuestro entrevistado. “Leonardo era muy creyente, tenía una enorme espiritualidad, vos ibas a la oficina de Favio –tenía un departamento de dos ambientes en la calle Pasteur- y había siempre un rinconcito con la Virgen y dos o tres velitas encendidas”, recuerda Gatica sobre su creador, y habla susurrante al definir al amigo: “Era un tipo profundamente creyente, eso también lo diferencia de todos los que son profundamente materialistas”.

Foto: Cristian Martínez

 

Uno podría decir que Favio era obsesivo, pero eso nos suena a una categoría de la psiquiatría o la psicología. ¿Cómo lo definirías vos?

Era un ser muy profundo, era un gran observador de la vida. Él vivía en un edificio de cuarta y se había hecho amigo del portero. Lo más lindo que le podía pasar era que el portero lo invitara a comer polenta cuando cocinaba la mujer. Yo le decía: “¿Te paso a buscar Leonardo, vamos a comer?” Y él me respondía: “Bueno, dale, Nene, dale, pero no me llevés a un lugar donde haya gente, llevame a un bodegoncito”. Y entonces íbamos al bodegón más humilde de San Telmo o de El Abasto y ahí comía tranquilo, porque no quería que lo miraran.

Siempre nos han conmovido los detalles, hasta los más mínimos, en los que se detiene Favio en sus películas. Vos lo conociste desde muy cerca, ¿cómo influyó esa mirada en la construcción de Gatica como personaje?

Mirá (piensa). Hubo una comunión muy grande, porque él generalmente sabía lo que quería del personaje y no te dejaba salir de ahí. Pero, a la segunda semana de rodaje, estábamos filmando las peleas, y él me marca la escena –dónde yo grito “¡Viva Perón carajo!”- de una manera, pero yo la hago de otra, sobrepaso la marcación. Y a él le encantó. Me dice: “Quedate ahí porque voy a hacer un primer plano”. Tuve que quedarme sobre las cuerdas del ring parado, manteniéndome con el llanto, porque él quería filmar eso.

Termina de filmar esa escena y me llevan envuelto en frazadas al camarín porque hacía mucho frío. Yo estaba sentado, con los guantes puestos, con la sangre artificial, esperando para que venga el maquillador, mientras Favio llorando de rodillas pone la cabeza entre mis piernas y dice: “¡Hijo de puta, qué actor, qué actor!”

A partir de ahí él tomó mucho en cuenta mis opiniones sobre las escenas. Como que ahí lo compré. Cuando no estábamos de acuerdo en algo, yo se lo tiraba y él me decía que era un irreverente. “Yo soy Leonardo Favio”, me decía, pero se daba vuelta y tiraba: “Pero hacés bien, Nene”.

Yo estuve cuatro años con él, todos los días, todos los días.

Foto: Cristian Martínez

 

Filosóficamente podríamos discutir si “el ser” nace o se hace. ¿Vos sentís que Favio te hizo para el resto de tu vida?

Sí, sí, me completó como hombre. Me hizo tomar la distancia necesaria con los acontecimientos y con la gente (se detiene, piensa, elige las palabras). A ver, ¿cómo te lo explico? Él me enseñó los tiempos para conocer a una persona, a mirar a los ojos que es muy importante. Hay gente que te da la mano y mira para otro lado. Yo me fijo mucho en esos detalles.

Como actor aprendí a fijarme mucho en la conducta corporal de los otros. Si te miro tres días seguidos, te imito perfecto, ¿por qué?, porque te observo, me dedico a escucharte, y esto también es muy importante.

Favio es alguien que nos enseñó a mirar

Claro. Esa es una muy buena definición: alguien que nos enseñó a mirar, a entender la vida de los otros, a que no podemos juzgar desde nuestra realidad.

Portada de "Favio. Crónica de un Director"

 

Es de noche, hace mucho más frío. Estamos en Mendoza. Es 29 de mayo, el día siguiente del cumpleaños 79 del gran Leonardo. El entrevistado nos mira profundo, tratamos de retribuir el gesto con similar sensibilidad, y recién entonces, poco antes de volver a abrazarlo, vemos nítido al actorazo Edgardo Nieva, entre el juego de máscaras del Mono Gatica, esa invención eterna de nuestro Favio.