La nutrida marcha anticuarentena “por la libertad y el federalismo” dejó, entre otras evidencias, una clara ratificación de la base electoral del gobernador mendocino, el uso político de la pandemia como pretexto para socavar la legitimidad del presidente y -sobre todo- de la vicepresidenta, y la absoluta discrecionalidad del monopolio de la fuerza pública en manos de Ulpiano y Rodolfo Suarez quienes, a diferencia de otras protestas populares, garantizaron la libre circulación y concentración de personas, y también del coronavirus que dicen combatir. Un traje de la derecha local a la medida de las ambiciones presidenciales de Alfredo Cornejo, que una vez más rompe lanzas con el peronismo.

Texto: Negro Nasif | Fotos: Cristian Martínez

La derecha mendocina, otrora detractora de las manifestaciones que interrumpen el tránsito, confirmó su vocación de disputar la calle como espacio de definiciones políticas. A priori, una buena noticia para la democracia y un reconocimiento impensado hacia las organizaciones sindicales, sociales y del campo popular que desde hace más de un siglo luchan por los derechos colectivos, y no cejaron frente a las más cruentas dictaduras, duras de verdad. Como testimonia, por ejemplo, la escultura del obrero minero José Benedito Ortiz en Mitre y Pedro Molina de Capital, uno de los tantos y tantas militantes asesinados por gobiernos genocidas, en sus razias por las mismas arterias urbanas que la clases media y alta hoy disfrutan conquistar a bordo de sus autos y camionetas.

La calle empodera pero también desnuda, no solo las patentes alta gama de los morosos impúdicos se exhiben, también las máscaras caen más allá de los tapabocas y emergen consideraciones a esta altura inocultables. Para un análisis somero de la caracterización socioeconómica de los manifestantes abundan las fotografías. Lo que ya no es sutil es la desembozada discriminación. A diferencia de las protestas de las organizaciones de base peronista y de izquierda, de los colectivos defensores de los derechos humanos, las colectivas feministas y disidentes y de las orgas de niñas, niños y adolescentes antifascistas y contrahegemónicos, las y los miles que este lunes coparon el microcentro a pie o conduciendo sus vehículos contaron con el privilegio de la libertad de circulación y el ejercicio pleno del derecho de protesta, amparado por las propias fuerzas de seguridad provinciales y de la Capital y el sano garantismo del Ministerio Público Fiscal. Doble vara pornográfica que en este punto de la historia avergüenza hasta los cronistas de la prensa oficialista.

A juzgar por los antecedentes del radicalismo en el gobierno, no albergamos demasiadas esperanzas de que la libertad y la ausencia de represión, que se respiró justamente el Día del Respeto de la Diversidad Cultural, sean un piso democrático básico para todas, todos y todes, en todo momento. En ese contexto, hay que señalar que las circunstancias actuales de la grave pandemia en Mendoza carecen de condiciones para el pleno ejercicio de las libertades públicas, en favor de la salud y vida de las y los ciudadanos, consideración totalmente ignorada por gran parte de los que se manifestaron ayer y, sobre todo, por los funcionarios responsables de hacer cumplir la ley sin apelar a la violencia.

Entre los prejuicios de la derecha se encuentra la reivindicación de la espontaneidad de los procesos sociales, para contrastar a los que -según ellos- “van a las marchas por el chori y la Coca”. Cuando en realidad, la experiencia histórica, aquí y en gran parte del mundo, demuestra que la organización es la que perdura y que las indignaciones suelen bajar como la espuma. A las claras, los sectores económicos medios y altos vienen experimentando una gimnasia política en el terreno público cada vez más aceitada y eficiente, que no resiste el análisis ingenuo de “convocatoria espontánea” que el propio gobernador de Mendoza atribuyó a las difusas “redes sociales” y que comparó con “las marchas que todos los días” (sic) van a Casa de Gobierno.

Tal como dio cuenta EL OTRO este lunes por la tarde, diferentes actores políticos –con Marcelino Iglesias en un papel destituyente protagónico-, junto a referentes empresariales, comunicacionales y militancia de base, sobre todo radical, que responde a Alfredo Cornejo, cumplieron roles muy precisos en la organización de la exitosa manifestación, que tuvo un tosco escenario épico de lucha a muerte contra la Fase 1 de Alberto Fernández como telón de fondo.

Escenografía que quedó al descubierto por el propio Rodolfo Suarez en una conferencia de prensa donde interpretó jurídicamente el Decreto de Necesidad y Urgencia del presidente y develó las falacias de su propio relato, al admitir que la ficción de la maldita fase de confinamiento no existía en la letra de la norma y que, en definitiva, casi todo podía volver a la realidad del martes pasado, excepto las contraindicadas salidas masivas y los encuentros familiares estrechos que se vivieron el pasado fin de semana y que, obviamente, dispararán aún más la curva de contagios y fallecimientos. Otra realidad admitida por el mandatario provincial, aunque recreada mediante una curiosa hipótesis de acuerdo con la cual la gente habría salido en tromba libertaria, advertida de que los malos del kirchnerismo ya venían dispuestos a encerrarlos. Habituales riesgos de los choques contra la realidad que suelen tener los enamorados de sus propios discursos y que peligrosamente terminan consumiendo lo que venden.  

Con la bandera de lucha contra la Fase 1 vaciada de contenido, algún inadvertido especuló que tal vez ya no era necesario movilizarse contra el gobierno nacional, o que bastaba con una expresión no tan enfática atendiendo al “estrés del sistema sanitario”, cuya personas de carne y hueso denuncian en soledad el colapso total de los hospitales, más allá del 90% oficial de camas ocupadas de terapias intensivas en el Gran Mendoza.

Para que no quedaran dudas de que la avanzada no debía menguar, Alfredo Cornejo en persona, con la caja de resonancia de los medios hegemónicos siempre predispuestos a convocar a manifestarse en favor de la libertad y la República, declaró la “legitimidad” de la protesta frente al “fracaso” de las políticas sanitarias del gobierno nacional, casi al mismo tiempo que la ministra de Salud, Ana María Nadal, agradecía públicamente a la Nación –el enemigo de Mendoza- “por el nuevo envío en esta semana de 12 respiradores, 50 bombas de infusión, 15 monitores y 7 mil test de antígenos”. Apenas una contradicción.

Todo lo que sobrevino salió a pedir de boca de las ambiciones presidenciales de Cornejo, quien intenta mostrar a la isla mendocina como una suerte de Suecia cuyana con Producto Bruto argento desafiando al agresivo mar populista. Convocó y sus bases respondieron con creces moviéndose mucho más a gusto que cuando les tocó defender en las calles las breves Ley cianuro y el Borrador Thomas. Esta vez agitaron con algarabía sus consignas y pancartas en las que exhibieron una paleta de demandas monocromo que viraron desde la defensa de la libertad y la democracia hasta el deseo ferviente de un país donde “la Yegua asesina no exista” pero el gatillo fácil Chocobar sea un héroe.

Justamente la vicepresidenta fue objeto privilegiado de agravios, la misma a la que tantas veces la mataron, muy por encima de la figura de Alberto. Hasta algunos manifestantes todavía creen que él y ella no son lo mismo, o que el presidente dará finalmente un portazo abrazado a un “peronismo moderado” con guiño a la derecha. Esperanza tan inocente como la de aquellos que aún profesan su fe en que el gobernador mendocino tomará por sí solo las riendas del Ejecutivo para dejar de arriesgar su gestión en los ensayos electoralistas de su mentor y jefe político.

Cornejo y Suarez recibieron un espaldarazo y pudieron mostrar a sus aliados de Juntos por el Cambio, y a la atenta Embajada Norteamericana, que la entelequia del “ser mendocino” es anti K. Aunque puertas afuera de ese espacio la estrategia de pegar para negociar no sea el juego preferido del peronismo, más aun si gobierna la Nación, controla el Senado, negocia mayorías accesibles en Diputados, encabeza la gran mayoría de las provincias, y la propuesta cambiemita mendocina incluye ser emisor calificado de sopapos.

Más allá del delirio terraplanista, la tierra es esférica y gira sobre su eje. Después del lunes siempre viene el martes. Suarez preparará la libretita de pedidos para viajar a Buenos Aires y, pese a los relativistas y fanáticos de la inmunidad de rebaño, el virus seguirá circulando. Ya sabemos que él no quiere con-vivir con nosotros, tal su naturaleza busca enfermarnos y, si lo dejamos, asfixiarnos hasta que el corazón pare. En los camposantos de la tierra del sol y el buen vino ya fueron tendidos 410 cuerpos o las cenizas por las que pasaron los contagiosos y poco amigables SARS-CoV-2.

Tras rotas cadenas, en manos del oficialismo local está ahora sin excusas la salud y la vida de las y los mendocinos, quienes padecerán o se beneficiarán con el modelo sanitario y económico a contracorriente de Casa Rosada.

“Tendrán que abrir sus puertas y que sea lo que Dios quiera”, les dijo el expresidente Eduardo Duhalde en 2002 a los bancos que quedaron incendiados luego de la debacle que dejó la Alianza UCR-Frepaso. Por entonces, el ministro de Salud era Ginés González García, el mismo viejo lobo de mar que ayer, montado en cólera por el negacionismo mendocino, habrá invocado más una vez al Todopoderoso, que no será de nuestro #MendoExit pero sigue siendo argentino.

Oremos.