Por Julio Semmoloni

Acaso lo preferible sea tomar el camino de la burla genuina y cautelosa. Como hacen algunos niños cuando temen una brusca represalia. La burla puede ser provechosa a veces para estimular la autoestima menoscabada. Los niños suelen ser eficaces cuando la emprenden en sorna contra el adulto negligente. Sería un jocoso bullying político: ridiculizar esa falsa imagen que ostentan e imponen podría resultar decisivo.

No es por un miedo infantil subjetivo que se evitaría irritarlos en exceso. La conciencia que fueron y son capaces de dañar a miles de víctimas indignadas remite a una reflexión prudente, ahora que vuelve el tiempo de rendir cuenta. Su peligrosidad temible de ordinario, aumenta considerablemente si presienten la reprobación de propios y extraños. Es una pandilla de impunes, asustada por la amenaza renovada de la consigna “para el pueblo lo que es del pueblo”.

No está mal divertirse tomando en broma la colección inconcebible de dislates con el fin de aleccionar al conjunto, siempre y cuando la diversión fluya desde la mofa al inequívoco victimario. Desairar por el absurdo su arrogancia de necios con título, implica inteligencia y sensibilidad superiores de parte del burlador. A estos tipos no se puede tomarlos en serio porque entonces sí parecen invencibles. El humor negro en política al estilo Larry Flynt, Michael Moore o, el más exquisito, Philip Roth, pone las cosas en su justa medida. Es también nuestro derecho de incautos maltratados.

Cómo tomar en serio a alguien como Macri, quien todo lo que hizo en la vida fue (y es) para demostrar ante el padre omnímodo que “sirve para algo”. No es el primer caso en la Argentina, pero Macri consiguió ser el más notable. Cómo atender, siquiera como bostero, al presidente de Boca que propuso reemplazar la Bombonera, y a quien el virrey Bianchi dejó plantado en una conferencia de prensa por indiscreto. Maradona y Riquelme, vistiendo la camiseta de Boca, se burlaron de Macri todo lo que pudieron: Diego tratándolo de “cartonero” y Román, desde el campo de juego, haciendo el Topo Gigio.

Foto: Coco Yañez

Ni él se toma en serio como político, si recordamos su exultante confidencia a Niembro cuando la prensa italiana (durante un viaje que hizo) lo ponderó como ex titular de Boca y no como jefe de gobierno porteño. Es el mismo Macri que humilló en campaña al inoperante Aníbal Ibarra (y a todos los intendentes anteriores) porque no pudieron extender los ramales del subte a razón de diez kilómetros por año, y tras su primer mandato apenas inauguró unos pocos cientos de metros de un emprendimiento iniciado antes de asumir.

Se sabe de célebres gobernantes, cuya obra trascendió al mundo, impregnados de la impronta de quienes los adiestraron. Por ejemplo, Alejandro Magno fue formado por Aristóteles. El caso de Macri patentiza el tributo pleno a quien le sopla al oído. Antes de iniciarse la campaña electoral de 2015, aun aceptando las dificultades de vencer al kirchnerismo, Durán Barba creía en la candidatura de Macri elogiando la fidelidad de este a sus instrucciones, habida cuenta de que la interioridad ideológica de Macri no perturbaría la prédica inculcada, pues Macri carecía de una concepción política arraigada.

Durán Barba no temía propalar a los cuatro vientos esa curiosa analogía con un bobo político en estado larval. Cuanto más fútil fuese la formación anterior del pupilo, menor resistencia opondría a la patraña marketinera inoculada hasta que la tomara por cierta. Sus desatinos no son errores: le hicieron creer que haciendo, diciendo o prometiendo cualquier cosa ya sopesada por otros, favorecería intereses para los que fue programado desde niño.

Una demostración de que Macri adolece de criterio propio para ejercer el cargo, quedó plasmada con la designación de Prat Gay y Malcorra en dos ministerios estratégicos del gobierno. Ambos lo forrearon de manera flagrante provocando sendas crisis de desconexión operativa. Los nombrados aceptaron el puesto para defender intereses paralelos a los del macrismo, haciendo la personal no por una diversidad ideológica sino respondiendo a compromisos preliminares.

Prat Gay favoreció con creces y de inmediato a colegas ya conocidos de los fondos buitre, arruinando en horas la imagen argentina de duro negociador construida por el gobierno anterior, que hubiese beneficiado al país en otro plano. Por su parte, Malcorra vino a darse lustre con el cargo mejorando su posición en la disputa por la secretaría general de la ONU, a raíz de un supuesto apoyo de Estados Unidos a su candidatura. La estupidez cipaya que caracteriza la genética macrista se encandiló con el posible ascenso de la canciller, que daría brillo internacional al gobierno. El fracaso personal de Malcorra culminó con su impresentable deserción por “problemas familiares”.

Foto: Coco Yañez

Esta pandilla de chapuceros que fogonea a Macri se hizo del poder formal cometiendo una estafa electoral sin precedentes. La impericia y el engaño para administrar la cosa pública a escala nacional produjeron hasta hoy el único caso de un gobierno que hizo todo al revés de lo que había comprometido ante su electorado. Sus desvaríos insólitos permiten que la oposición repudie todo, incluso no resolver situaciones que utilizaron para difamar al kirchnerismo.

Inflación galopante, déficit fiscal récord, creciente gasto público para amigos y favorecedores conforman el ajuste adiposo de un Estado de estructura ahora fofa y más vulnerable. Macri y “el mejor equipo en 50 años”, con verborragia de campaña y euforia de primeros días, aseguraban que bajar la inflación sería sencillo reduciendo el déficit y extirpando la “grasa militante” del Estado.

Cómo tomar en serio a esta pandilla de “ajustadores” que ni siquiera sabe hacer el ajuste tan temido por obvias razones. Aquí es donde se focaliza la torpeza mayor del macrismo: por derecha y por izquierda se lo puede reprobar con parecido fervor. El chiste sería que dan “comidilla” a todos por igual: ¡qué democráticos! Metieron mano cual principiantes, nada corrigieron de lo que antes apostrofaban y empeoraron todo. 

El ajuste atenta contra la redistribución del ingreso, ocasionando caída de salario, baja de consumo, desempleo y aumento de la pobreza. Pero el actual resultado no entusiasma a los neoliberales. Exigen salarios más bajos, menor consumo y mayor desempleo, pero sobre todo ahora los enfurece la inflación imparable, el déficit fiscal gigantesco y el gasto público desenfrenado.

La pandilla pierde confianza, arrebatada de paranoia. Quiere vigilar a todo el mundo, se espían entre ellos mismos. Por eso estalló la denunciadora serial contra la segunda de la AFI. Otros apuntan hacia más Arribas, aunque Macri parece decidido a inmolarse para retenerlo. La vice vitalicia del presidente, exégeta deslenguada del Pibe, esclareció el motivo institucional y técnico por tamaña devoción: “le tiene absoluta confianza porque lo conoce desde hace mucho tiempo y es su amigo”.

Puede que la mascarada del combate a la corrupción camufle un tiempo más la evidencia de lo que se les descompone día a día sin remedio. Protegidos por el inefable trío que forman Laura Alonso, Oscar Aguad y Patricia Bullrich dan la talla de su figurado recelo republicano. Y al frente, careteando ya sin freno inhibitorio, seguirá el irascible Marcos Peña Braun, hasta agotar el libreto de patrañas.