Durante su última visita a nuestra provincia, EL OTRO provocó a Darío Sztajnszrajber con algunas fotografías del costado social más violento de Mendoza, en un intento de indagación sobre la construcción del discurso dominante y las condiciones de posibilidad de propuestas contrahegemónicas. Una clase magistral y popular del filósofo con más rock de la Argentina.

Fotos: Coco Yañez

“El otro es mi tema” nos dice Darío mientras recibe un ejemplar de #SiSePudre, el primer libro de lxs ilustradorxs de nuestro diario que le llevamos de obsequio. Es todavía muy temprano para el filósofo pop que anoche colmó la sala del Teatro Imperial de Maipú, con su extraordinario espectáculo Salir de la Caverna, y que llenará nuevamente durante la noche del sábado.

Firma uno tras otro los libros que sus lectores y lectoras le trajeron hasta este supermercado de textos de la Capital. Sistemáticamente a las 9.30 se activa el rito del beso seguido de la indicación del destinatario del autógrafo, la foto y/o selfie y el abrazo emocionado final. “Se pronuncia shtain-shraiber”, explica más de una vez el escritor a quienes le insisten con la pregunta acerca del multisilábico apellido, pero no lo hace con el hartazgo que sería fiel a la lógica elemental, sino que desentraña la fonética de sus ancestros en actos que sintetizan su forma de ser ante el otro: Darío enseña desde la cercanía, conectando a los ojos, acercando fronteras con sus manos, sin ombliguismos, como nos sugerirá en un rato.

Con los minutos parece desplegar su ánimo, poco a poco, al ritmo de los sorbos de un café con leche y agua mineral, se anima cada vez más, siempre cordial, siempre dispuesto, la risa triunfa sobre su mueca tibia y la pose fotogénica del comienzo, hasta que el ida y vuelta de palabras con sus seguidores articula toda la escena de las firmas de ¿Para qué sirve la filosofía?, Filosofía en 11 frases y Filosofía a martillazos.

Pasada una hora, tras el abrazo a la última fan y el sorbo final del café, el filósofo nos propone comenzar con la charla. Queremos preguntarle cómo se construye hegemonía utilizando como contexto una crónica fotográfica de nuestro diario que mostró el violento desalojo de 50 familias del asentamiento Néstor Kirchner de Maipú.

El conductor de Mentira la verdad nos sostendrá la mirada durante media hora, el tiempo exacto que utilizará para poner en crisis nuestros interrogantes, a partir de una construcción comunicacional tan compleja y rigurosa como comprensible y atractiva, un discurso que decidimos transcribir de forma íntegra, preservando la textualidad cruda de los martillazos del maestro.

Vamos a correr el riesgo de largarte una provocación con algo que ocurrió hace poco acá, en Mendoza. Las fotos que te mostramos (ver aquí) son parte de una nota de nuestro diario sobre un desalojo judicial en un asentamiento del departamento de Maipú. La publicación en nuestras redes sociales generó muchísimos comentarios muy fachos. A partir de este caso nos interesaba preguntarte: ¿cómo un discurso hegemónico que legitima la violencia del Estado trasunta en opiniones de personas comunes?

Primero, creo que la experiencia que pueden tener ustedes como diario en relación a una publicación que hacen, y la devolución que tienen de determinado público, es un microclima. Me parece que un primer error de parte de ustedes es creer que esto que les pasa es representativo de una generalidad. Uno tiene esa tendencia, en general, de hacer de su propia biografía una teoría, uno se cree el centro del mundo. Y la primera manera de abrirse al otro es descentrarse uno mismo.

Es un error hacer un análisis sociológico de nuestro tiempo presente porque en el diario particular de ustedes sucedió algo. Hay que descentrarse un poco para poder analizar desde un lugar más amplio qué es lo que sucede con la construcción de sentido común.

Las redes son muy parciales, uno cree que de repente se inunda un posteo de posturas antagónicas, y al final son cuatro o cinco personas que por ahí están con una intensidad inusitada hablando sobre algo y parece que te bombardean medio Mendoza. Uno no podría contar la cantidad de posteos para decir esto es igual a cantidad de personas, es la misma lógica chota de mucho medio hegemónico que históricamente ha planteado asociar y asimilar rating y democracia. Que tengás un alto rating en un programa de televisión no es equivalente a que la gente hubiera votado eso. Acabamos de pasar una elección con todos los medios hegemónicos en contra del Frente de Todos y, sin embargo, arrasó. Evidentemente, hay otras lógicas en juego que son las que hay que analizar desde un lugar más contingente.

¿Por qué hay una tolerancia tan fuerte hacia la pobreza extrema y no se la identifica como violencia? ¿Qué sucede para que determinado grupo de gente no considere violento que topadoras arrasen con 50 casas?

Según la lectura de ustedes, hay un sentido común que da por supuesta la desigualdad social como algo legal y legítimo y, por lo tanto, va a estar obviamente de acuerdo en que un desalojo de tierras ocupadas es algo que, a pesar de que no está resolviendo una situación de pobreza extrema, merece la violencia represiva. No solo está legalizado sino también legitimado el actuar de la policía.

Frente a eso una de las claves del sentido común es la naturalización e introspección de ciertas situaciones, que podrían ser de otro modo, como si fuesen únicas e incuestionables. El gran triunfo del capitalismo de los últimos siglos es haberse constituido cada vez más, no como un modo de organización productiva y social más, sino como el modo que mejor representa algo así como la naturaleza de los vínculos humanos.

Una vez que ese sistema capitalista está instalado y asociado a la naturaleza del humano, todas las consecuencias que se derivan de eso van a estar absolutamente legitimadas. Es muy probable que quienes estén a favor del desalojo de gente que está en la pobreza extrema, por ahí ponga el grito en el cielo en situaciones donde también se manifiesta la desigualdad social en el interior de la ley. Por ejemplo, se pueden quejar por la subas de las tarifas pero jamás van a visualizar que justamente el que queda fuera de la ley sea alguien que tenga derechos. Hay una especie de idolatría de la ley que, me parece, es el gran triunfo del sistema. La ley se ha vuelto algo detentatoria de lo que se supone que somos.

La clave siempre está en una deconstrucción de ese lugar, donde hay algo como natural, y me parece que eso excede incluso gobiernos de turno, tiene que ver con un sentido común estructural.

A partir de las elecciones PASO nacionales, percibimos que estamos viviendo un momento donde comienza a ponerse en cuestión cierto discurso dominante. Tal vez podamos comenzar también a discutir una conceptualización más amplia de la violencia. Muchos de los que cuestionaban a los ocupantes de los terrenos en Maipú expresaban algo que podríamos sintetizar en “ellos se están quedando con algo que es nuestro, que no les corresponde”.

La categoría de otredad funciona en la medida en que el que está adentro, y establece quién es el otro, da por sentado que la exclusión del otro es algo legítimo, entonces no lo visualiza como otro. El otro es otro porque no es visualizado como otro. Ahí es donde irrumpe la otredad, si no es un otro acomodado a las categorías que el sistema necesita que el otro sea.

Cuando hablamos de pobreza en realidad hablamos de dos tipos de pobreza, el pobre que está “aceptado” al interior del sistema, el “pobre bueno”, el “pobre blanco”. El “pobre negro” siempre se asocia a la figura del extranjero que, desde su exterioridad y ajenidad, está usufructuando lo propio. Por eso es un otro, porque te afecta lo que tu sentido común indica como algo tuyo.

Uno de los grandes éxitos del capitalismo es no visualizar la desigualdad social como una cuestión de otredad, al revés, el que está afuera está afuera porque se lo merece, porque no hizo los deberes, porque no se esforzó. Al naturalizar las leyes del mercado como leyes que atraviesan nuestra normalidad social, el que se queda fuera de esa ley realmente se coloca en el lugar de la “delincuencia”.

Usurpar una tierra es visualizado como un acto delictivo y es un acto delictivo en la medida que la ley vigente lo establece. Lo que pasa es que la ley vigente es una versión posible de un determinado tipo de justicia, no es “la justicia”. La clave es diferenciar ley de justicia, o derecho de justicia. El derecho nunca termina de realizar la justicia en su totalidad, por suerte te diría Derrida, sino el derecho se volvería totalitario.

En esa lógica, en ese extranjero, en el que queda afuera, está legitimado su lugar, su exclusión, y el que está adentro no lo visualiza como un acto de violencia, al revés, visualiza como acto de violencia la actitud de ese otro.

Si hablamos de delincuencia, etimológicamente el verbo delinquere se asocia con la idea de falta, del que comete una falta, pero también se asocia con la idea de carencia. Todo aquel al que nominamos delincuente en algún punto estamos como entendiendo que comete una falta pero en virtud de que se siente en falta, siente una falta de algún modo.

Hace muy poco el gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, dijo que se iban a terminar los “regalos” de los planes sociales. Pero si uno se atiene a la ley, nuestra Constitución Nacional en su artículo 14 bis utiliza el verbo “otorgar” para referirse a la obligación del Estado respecto a la vivienda de los ciudadanos. La ley señala que ocupar la propiedad privada es un delito, pero también la ley máxima establece que el Estado debe otorgar vivienda, reconociendo esa falta.

La Constitución es parte del derecho, pero después tenés cenáculos de hábiles y astutos doctos del derecho que van a encontrar la forma de interpretar el verbo “otorgar” del modo que mejor cuaje a los intereses del derecho dominante. El derecho es siempre el derecho de los poderosos, si no no se impone como tal. La Constitución en este caso es esa letra disparadora de versiones, habilita de algún modo que uno la termine leyendo como quiera. El artículo 14 bis mismo debería ser casi como un impulso ontológico a que el Estado se encargue directamente de garantizar la igualdad de oportunidades para todos.

Esto también es una muestra de otro tema, que para mí es más polémico, que tiene que ver con preguntarse si con las herramientas propias del sistema de derecho se puede reformar el derecho, o si todo el derecho en definitiva siempre será un problema porque necesita que siempre haya un otro. Esa es una polémica que viene de por lo menos el marxismo en adelante, en esa famosa disputa entre reforma y revolución.

En el desalojo todos coincidieron, expresaron una hegemonía: la ley, el poder judicial, la policía, los gobiernos provincial y departamental, y una parte importante de la sociedad. ¿Desde qué lugar podemos hacer contrahegemonía entonces? ¿De qué se trataría la deconstrucción en este caso? ¿Hay que hacerlo desde el Estado o dejarlo en manos de la dinámica de clases?

A veces creo que hay que apostar también a la fragmentación de lo que somos. Cuando a Nietzsche le preguntaban ¿quién soy yo?, él decía: un campo de batalla entre distintas facetas que me constituyen. Esa idea de una fragmentación interior o de una fragmentación al interior también del campo social hace que no haya una única línea. Del mismo modo que uno no puede pensar en un sistema democrático en el que los votantes voten por una única idea o causa, sino por una multiplicidad de causales, lo ideológico es una de ellas. Mucho se habló en las últimas elecciones que había un montón de gente que iba a votar al gobierno nacional, aunque económicamente estuviese en peores condiciones, porque evidentemente hay una parte del voto que remite a tu supervivencia económica doméstica diaria, pero hay otra donde se juegan otras cosas.

Está buenísimo por un lado pensar filosóficamente el lugar de la contrahegemonía para tener un poco en claro el horizonte, pero por otro lado hay que dejar la filosofía de lado, ponerla entre paréntesis, y tomar decisiones que sean bien prácticas, pragmáticas, de resolución inmediata de problemas concretos. Porque si con un cambio de gobierno tenés un departamento del Estado que te permita encontrar soluciones concretas e inmediatas para el problema acuciante de la pobreza extrema, y te quedás con el conflicto de la contrahegemonía gramsciana, y entonces no das un paso porque no querés recibir un subsidio del Estado, la gente se te muere de hambre igual. Ahí estás como en una situación más casuística, para mí, donde vas viendo de acuerdo al tiempo histórico qué hacer sin vivir la contradicción interior como algo negativo.

Somos dialécticos, somos contradictorios. A mí me pasa de repente entender que hago filosofía y logro con la filosofía una masividad, pero la popularización tiene que ver con que la gente compre un libro, y el libro es una mercancía de la industria editorial que es uno de los principales lugares donde la extracción de plusvalía no tiene parangón geométrico. Entrás en un círculo donde tenés que ir viendo cómo acomodarte, cuándo poner freno a ciertas cosas… Yo creo que lo ideológico te marca un horizonte pero después la práctica sí puede ser más contingente.

 

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