Incomoda el ánimo, hiere la autoestima. La Argentina se identifica con y por su prestigio futbolístico planetario. La Selección no demuestra estar entre las mejores, como demostró muchas veces que pudo serlo, y los argentinos del país futbolero nos sentimos turbados por esta pesadilla que parece agravarse. A veces sobrecoge el mismo infortunio que atraviesa el país. La Argentina futbolera transparenta la Argentina política.

Por Julio Semmoloni
Foto: Gentileza M.A.F.I.A.

Suele haber una simbiosis enigmática, tal vez imposible de explicar por su antinomia cíclica, de lo contrario cómo asociar la consagración deportiva de 1978 con el terrorismo de Estado de ese momento. El fútbol como “dinámica de lo impensado” lo hizo posible: sentir la culpa infinita de haber festejado los goles de Kempes durante aquel terrible contexto. Arrebato perverso de emoción compartida entre torturadores y torturados, según testimonian sobrevivientes de centros clandestinos de la dictadura.

Todos esos goles mundialistas que ahora se le niegan en estas Eliminatorias a un equipo albiceleste que reúne en ataque al máximo goleador histórico del club Barcelona y de la Liga Española (a punto de convertirse en el mayor pichichi de Europa de todos los tiempos), al capocannoniere del Inter, a la figura exquisita del pentacampeón actual del fútbol italiano, etcétera.

Ineficacia que empeora una situación inédita en su pródigo historial: el fútbol argentino, junto al brasileño, suma el mayor número de trofeos internacionales de todo tipo. Pero la Selección mayor, su exponente más importante, hace 24 años que no puede lograr un nuevo trofeo. Desde 1993, cuando en Ecuador se impuso en la Copa América, perdió siete finales: Copa Confederaciones (1995 y 2005), Copa América (2004, 2007, 2015 y 2016) y Copa del Mundo (2014). Con Messi en cancha los 90 o 120 minutos, cayó en las últimas cuatro finales. En el medio del interminable lapso, obtuvo medallas de oro olímpicas en Atenas 2004 y Pekín 2008, al ganar todos los partidos en ambos torneos, pero se trató del combinado Sub 23.

Por haber resignado tres oportunidades consecutivas de vencer en la final, esta Selección fue vilipendiada por el periodismo calumnioso, incapaz de ponderar la excelente regularidad que premió el ranking FIFA otorgándole el primer lugar durante muchos meses. La Selección completó de manera invicta sus doce partidos en ambas Copa América, y además en la disputada en Estados Unidos venció 2 a 1 en fase de grupos a Chile, a la sazón el bicampeón de sendos torneos, que recién pudo superar a la Argentina por definiciones desde el punto del penal.

El agorero revés de 2016 como finalista acarreó una dura secuela: la renuncia y alejamiento del técnico Gerardo Martino, cuyo desempeño dejaba un saldo positivo en lo futbolístico, que en la actualidad resulta imposible de emular. La peor crisis de la AFA en su larga historia provocó la repentina deserción de Martino, a quien ni siquiera se le respetó el contrato pecuniario. El otrora ambicionado cargo acéfalo fue cubierto por descarte: el único que aceptó la desesperada oferta de la intervenida entidad fue Edgardo Bauza.

La sucesión de frustraciones en el más alto nivel internacional de los últimos años dañó severamente la confianza del plantel, que en líneas generales fue confirmado en cada convocatoria. Bajísimos rendimientos menguaron las posibilidades de clasificar al Mundial de Rusia, motivo central del despido de Bauza resuelto por la normalización dirigente de la AFA. Apremiada por el tiempo y urgida por recuperar eficacia, se otorgó la conducción técnica a Jorge Sampaoli, quien sorprendió tomando el arduo desafío de rescatar la Selección de una amenazante eliminación.

Cumplida la mitad del brevísimo y acuciante tramo de partidos, la actuación sigue decepcionando porque la posición en la tabla se ha complicado más. Los empates ante Uruguay y Venezuela determinaron perder cuatro puntos de seis en juego, y la imposibilidad de mejorar la exigua diferencia de gol. A sólo dos encuentros del final clasificatorio, el dato alentador es que aún la Selección depende de sus propios resultados para clasificar, en caso de sumar puntos.

Lamentablemente, el clima de época tiende a exaltar la disyuntiva banal y maniquea de exitismo-derrotismo. No es propicio para respaldar la enormidad del compromiso anímico y psicológico que deben asumir jugadores y cuerpo técnico. El mismo periodismo malicioso que preserva de toda crítica al gobierno ahora dispara el latiguillo de que esta Selección no merece ir al Mundial, con el único propósito de hacer leña del árbol aparentemente caído. En un medio abrumado por la prédica oficialista de subestimación y desprecio a lo popular, es muy difícil restablecer el vínculo desvirtuado con esa causa nacional de alegrar el corazón y henchir el pecho de lxs argentinxs.

Necedad y maledicencia entrecruzan disparos de dardos a una institución de la cultura popular argentina, la Selección Nacional de Fútbol, cuyo predicamento vernáculo e internacional es indiscutible. Recurren a la bajeza de hostigar al técnico de turno, en este caso Sampaoli, comparándolo con los antitéticos Menotti y Bilardo. Invocan con arrogancia ajena los títulos de 1978 y 1986, para reivindicarlos cual si fuesen referentes infalibles en la materia.

Menotti nunca participó en eliminatorias sudamericanas, porque para 1978 la Selección era anfitriona y en 1982 estaba clasificada por ser la campeona. Bilardo sólo afrontó las breves eliminatorias de 1985, como se disputaban antes. Fueron seis semanas sucesivas de mayo y junio, con todos los jugadores a su disposición, la mayoría de ellos militando en el fútbol local. Enfrentó a ocasionales rivales accesibles como Venezuela, Colombia y Perú. Y aun contando con Maradona en su plenitud, la clasificación resultó un parto y se produjo recién en el último cotejo mediante un empate angustioso frente a Perú.

Sampaoli tendrá que defenderse por su cuenta según los resultados, para saber si su designación resulta auspiciosa o nefasta. Pero Menotti y Bilardo tampoco son la medida de comparación para usarla en su detrimento. No son referentes específicos que puedan menoscabar con su ejemplo la capacidad de Sampaoli en estas circunstanciales eliminatorias Conmebol, sin duda más difíciles de sortear que las de cualquier otro continente.

El miedo de quedar afuera del Mundial y la presión por terminar airosos está siendo un combo psicológico demasiado perturbador para este conjunto de futbolistas, que demostró su jerarquía competitiva en tres torneos de fuste. Ya no importa que Perú y Ecuador sean sus próximos rivales. Lo que ciertamente intimida es que no puedan superar el adversario interior que tanto los agobia. Curiosamente, una alegoría del enemigo internalizado que siempre asecha las causas nacionales y populares, todavía irredentas.