OPINIÓN | Por Juan Carlos Aguiló, sociólogo.

Cornejo, Triaca y Stanley | Foto: Luciano Viard | 2017

Estamos acercándonos a los veinte años transcurridos desde que diferentes sectores pertenecientes a las clases dominantes argentinas conformaran Propuesta Republicana (PRO) como un nuevo partido político que, competitivo en sus primeros años en la Ciudad de Buenos Aires hasta llegar a gobernarla en 2007, lograra, en 2015, acceder al gobierno nacional liderando una coalición de partidos de centro derecha.

En perspectiva histórica y luego de experiencias frustradas de otros intentos de conformación de partidos de derecha que disputaran elecciones no fraudulentas y sin proscripciones en la segunda mitad del siglo XX, esta ha sido la primera vez que una maquinaria partidaria se constituye en una fuerza política competitiva y accede al poder nacional representando la diversidad de intereses de las distintas fracciones del bloque de poder nacional.

De Marchi, Cornejo y Peña | Foto: Seba Heras | 2017

El sociólogo Gabriel Vommaro (2017) ha explicado con precisión el proceso de conformación de esta maquinaria político-electoral nutrida de diversas y antiguas fuentes partidarias de la ciudad de Buenos Aires, pero, en especial, de una nueva dirigencia que “daba el salto a la política” proveniente de organizaciones de voluntariado social, fundaciones y centros de estudios (“think-thank”).

Vommaro ha logrado mostrar también como han sido los procedimientos para que esta estructura partidaria, basada en los ideales del voluntariado neofilantrópico como forma de abordar los problemas sociales y de los valores empresariales a la hora de resolver de manera “apolítica” los temas de la gestión estatal, lograra capturar el interés por la militancia política de sectores juveniles que por su pertenencia de clase tenían escasos antecedentes en ella.

Rodolfo Suarez | Foto: Cristian Martínez | 2019

Algunos otros elementos que ya hemos visto en funcionamiento caracterizan a este dispositivo político-electoral: una estrategia de marketing exitosa, la apelación a un emprendedorismo y “autogestión” personal que pretende ocultar la profunda individualización de las relaciones sociales de la ideología neoliberal y, en consonancia con esto, una “despolitización” de la actividad política en el sentido de remitirla a la dimensión de la moral, lo cual ha sido claramente explicado por Juan Dukuen (2018) en sus análisis de las/os jóvenes de clases altas de colegios privados de Buenos Aires.

Este mecanismo de moralización apela a un indefinido (y nunca discutido) “bien común” pretendiendo eludir y evadir la discusión por el conflicto distributivo que es el basamento central de la dimensión política en una sociedad. Para que esta “alquimia simbólica” (Bourdieu, 1997) produzca su objetivo que es el ocultamiento de las relaciones de dominación y el apego y sumisión de los sujetos dominados al orden dominante fue preciso el ejercicio de una violencia simbólica que significó la captura hegemónica del sentido común de nuestra sociedad mediante el auxilio indispensable de los medios de comunicación concentrados. Tal como también lo ha explicado certeramente Bourdieu, las sumisiones al orden dominante que genera la violencia simbólica no son percibidas por los agentes sociales debido al efecto de “reconocimiento-desconocimiento” que conforma los esquemas de percepción y valoración que constituyen el sentido común que éstos portan.

Foto: Seba Heras | 2017

De esta apretada síntesis de estas nociones clásicas de ciertas corrientes sociológicas puede observarse la centralidad de la disputa “cognitiva” entre las acciones de confrontación política con el modelo neoliberal. Se desprende de lo anterior también que, adicionalmente a encarar las formas alternativas de comunicación que permitan disputar el sentido común hegemónico, resulta de menor importancia el detenerse demasiado en los estilos personales de los personajes y personeros que ocupan la escena público-mediática en la cual se vehiculiza esta violencia simbólica.

Los estilos personales van a mostrarnos particulares combinaciones de desprecio y preocupación moralizante por los problemas de los sectores populares conformando especificas posturas de sensibilidad cínica y arrogante frente a las complejas y acuciantes realidades nacionales. Reiteramos, si bien resulta importante desenmascarar estos estilos, nos parece central comprenderlos formando parte de una lógica estructural de dominación simbólica que ha desplegado el campo de poder con sorprendente eficacia en la última década en nuestro país.

Suarez, Cornejo, Triaca y Stanley | Foto: Luciano Viard | 2017

En esta línea, y sin desconocer que el análisis y comprensión de estos mecanismos de dominación globales en su versión argentina reclama profundas discusiones que rápidamente se viabilicen en acciones políticas, queremos llamar la atención respecto a si existiera alguna particularidad de esta forma de dominación para el caso específico de la sociedad mendocina. Dejando para otras reflexiones los intentos de respuesta a la caracterización como conservadora de la cultura dominante por estas tierras, queremos, siguiendo el eje de las reflexiones precedentes, aportar una mirada sobre la particular conformación de la escena política y mediática en nuestra provincia.

Por un lado, resulta evidente que el discurso aconflictivo y moralizante (“apolítico”) que le ha dado tantos frutos electorales al PRO a nivel nacional ha logrado interpelar a amplios sectores de la sociedad mendocina. Nuevamente, más allá de los estilos personales de los/as representantes partidarios de la UCR local en los que podemos encontrar posturas más provocadoras e irritantes con otras supuestamente más conciliadoras, lo importante a destacar es que todas/os ellas/os ejercen una violencia simbólica porque proponen un “consenso” o “bien común” en el que ya estaría dado por supuesto, y por lo tanto no sería discutible, las calificaciones negativas sobre el rol regulador del Estado y su imprescindible presencia en la provisión de los servicios públicos, la demonización del accionar de los sindicatos y los partidos políticos, la criminalización de la protesta social y el intento de un disciplinamiento moralizante como respuesta a las demandas de los sectores populares entre otros principios de su mirada sobre la sociedad.

Foto: Cristian Martínez | 2019

Resulta evidente que este pretendido “consenso” no es tal y que obtura las imperiosas discusiones sobre el conflicto distributivo (de riqueza, de poder, de la palabra) en el ámbito local. El desafío que tenemos es repolitizar estas discusiones debido a que los discursos del vaciamiento de la política han logrado producir el efecto de “reconocimiento-desconocimiento” que hemos mencionado en buena parte de nuestra sociedad. Para esto no es menor llamar la atención respecto a la alevosa captura de la palabra pública por parte del empresariado mediático local que, funcional a la alianza gobernante, despliega con mayor crudeza e intensidad los mecanismos descriptos.

A diferencia de la escena política nacional donde es posible encontrar alternativas mediáticas para llevar adelante la “disputa cognitiva”, en el caso mendocino esto resulta muy dificultoso debido al entramado empresarial de medios que se ha constituido. Por esto resulta imperioso desplegar acciones políticas y estrategias legislativas que denuncien e intenten revertir esta concentración de la palabra para que sea posible pensar en la viabilidad frente a futuras competencias electorales de alternativas políticas diferentes a la gobernante.

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