EL OTRO dialogó con Liliana Furió, integrante de “Historias desobedientes”, un colectivo conformado recientemente por hijas e hijos de represores que repudian el genocidio y se encontraron para aportar sus experiencias al proceso de Memoria, Verdad y Justicia. Liliana es hija de un actor clave del terrorismo de Estado en Mendoza: el ex teniente coronel Paulino Furió, quien se desempeñó como jefe de inteligencia II (G2) del Ejército y está condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad.

Fotos: Cristian Martínez

El fallo 2×1 de la Corte concentró un tajante rechazo de la sociedad argentina, que evidenció la madurez y el consenso social que adquirió la política de Memoria, Verdad y Justicia. El repudio al gesto supremo tomó la calle, involucrando a sectores inesperados o invisibles hasta aquí. En ese mar de pueblo que marchó conjugado contra la nueva intentona de impunidad, apareció el “trapo” de un grupo, casi forastero, que anunciaba crudamente: “Historias desobedientes. 30 mil motivos. Hijas e hijos de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia”.

De paso por nuestra provincia, Liliana Furió  -documentalista e integrante del flamante colectivo-, accedió a relatar sus vivencias así como las causas que movilizan estas “Historias desobedientes”. Su tránsito por Mendoza buscaba explorar una relación con integrantes de los organismos de Derechos Humanos, algo que logró y agradece honestamente tras comprobar la “ausencia de estigmas”.

Desobedientes

Aquel debut callejero que desnudó la desobediencia contó con el antecedente de “Hijos de los 70” –de Carolina Arenes y Astrid Pikielny-, un intercambio hecho libro surgido por el encuentro generacional entre hijos de víctimas y victimarios de la dictadura cívico militar. “Si bien había una intención o un objetivo de pacificar, había mucho respeto. Las periodistas no abonan la teoría de los dos demonios y repudian la dictadura, pero quedó un relato confuso, sobre todo en este momento”, recuerda Liliana.

“Esas reuniones nos parecían raras, aunque nosotras también somos una rareza. Con Analía (NdR: Analía Kalinek, integrante de Historias desobedientes, quien brindó la plataforma en Facebook que desembocó en el nombre del colectivo) pensábamos que tenía que haber más personas en nuestra condición, pero no imaginábamos que serían tantas”, admite Liliana, quien asegura que tras la reunión embrionaria del colectivo en la que decidieron identificarse en la marcha del 2×1 y con la publicación de la entrevista a la hija de Etchecolatz en la revista Anfibia, Erika Lederer (otra desobediente) decidió publicar en su cuenta de Facebook que “las hijas e hijos de genocidas que no avalamos los crímenes de nuestros padres deberíamos juntarnos para poder sanar y luchar por Memoria, Verdad y Justicia”.

En esa coyuntura, los mensajes se multiplicaron en la red social y suscitaron una reunión más amplia que las obligó a organizarse. “Ya fuimos seis. Nos juntamos a la tarde y no podíamos parar de hablar. Al final sentimos que nos conocíamos de toda la vida”, cuenta Liliana.

El impacto público no tardó en llegar y los medios de comunicación asediaban la novedad. Ya eran más de 25. Furió reconoce que “fue una sorpresa gratísima. Porque somos personas que estamos devastadas por lo que está pasando con este gobierno. El 2×1 nos devolvió la moral y todo esto de ‘Historias desobedientes’ fue muy fuerte, aunque no nos imaginábamos causar semejante quilombo. A la vez, paradójicamente, tiene un costo muy alto. Porque si bien en mi familia casi todos condenan el accionar de la dictadura, esta exposición me coloca en un lugar complicado. Porque no falta quien pregunta cuál es mi necesidad. Evidentemente tengo una gran necesidad, que más que personal es colectiva”.

El impulso de esta hija fue madurando poco a poco, hasta encontrar su cauce. “Me mortificaba mucho pensar en la exposición. Y no quedo expuesta yo sola, queda expuesta una familia, en donde el amarillismo con eso hace un horror, y el enemigo ni hablar. Pero cuando la cuestión tiene una coyuntura que te motiva a un nivel social, de otra proyección, de una lucha política, habrá que jugársela por mucho costo que tenga. Es más fuerte la motivación”.

Silencios

Liliana libró una dura batalla en el reconocimiento de la verdad. Recuerda que “hubo una declaración, apenas iniciada la democracia, cuando empezamos a cuestionar que se habían equivocado. Mi viejo era un tipo muy autoritario, muy machista y bastante violento, al que le teníamos bastante miedo. Yo lo enfrentaba porque soy medio kamikaze y enfrento lo que me da temor, pero la verdad es que el tipo daba miedo. Y en una oportunidad, él golpea la mesa y dice ‘a mí no me va a cuestionar nadie, porque si estos hijos de puta vuelven yo me calzo de nuevo la capucha y salgo a hacerlos mierda’. Yo borré por años eso y hubo muchos años que me quise creer lo que me dijeron en algún momento: ‘que en Mendoza no había sido para tanto’, negando absolutamente el plan sistemático y atenuando lo que había pasado aquí”.

Con cierta resignación admite que “yo me quise quedar con eso. Yo no podía leer el Nunca Más, no podía pasar la primera página”. “La realidad es que yo puedo empezar a leer cuando empiezan los juicios, muchos años después. Particularmente me empapo de Mendoza cuando lo traen (a su padre) para enjuiciarlo. Hasta donde pude, porque me empezó a pasar factura el cuerpo.  Así fue que me llevó muchos años enfrentarme con el monstruo del pasado”.

Una etapa de su vida estuvo atravesada por la pertenencia social de su familia: “estuve 11 años casada. Me casé con un pibe de mi edad, un hijo de militar, porque en esos años frecuentábamos ese ambiente de camaradería. De hecho, mis hijas se criaron los primeros años en el círculo militar de Olivos”. Sin embargo, su proceso interior desembocó en un profundo cambio: “cuando salgo del clóset, al enamorarme de una mujer (con quien estoy casada), emprendí un camino complejo. La coyuntura no ayudaba: era la época de ‘Méndez’, la banalización de todo. Pero a la vez y paradójicamente fue el momento en que los colectivos LGTB laburaban muchísimo proyectando las leyes que se consiguieron luego en el kirchnerismo”. Ese recorrido ajeno al perfil prefijado la llevó a entrometerse “en la militancia lesbofeminista, y la cabeza comienza a cambiarme completamente. Yo que tenía una postura tibiamente crítica hacia la Iglesia, me convenzo de que es el huevo de la serpiente”.

Progresivamente, el destino la condujo a estas “Historias desobedientes”. “Fue todo muy paulatino, pero el desencadenante para asumir esa verdad tan dolorosa se da gracias a los juicios. Porque incluso yo siempre fui crítica de la dictadura. Pero una cosa es ser crítica con ese horror y otra es poder hacerte cargo de qué hiciste, dónde estuviste, qué pasó, de qué acusan a tu viejo, qué declaran los compañeros. Eso me llevó mucho tiempo”, asevera Liliana, quien sincera arrastrar “esta cosa culposa que tenemos, las múltiples culpas. ¿Por qué yo no pude ver esto antes? No solo por la reivindicación a los compañeros y a los organismos, sino por la culpa que me generaba enfrentarlo, condenarlo y confrontar a mi padre siendo viejo y hecho mierda, y no haberlo podido hacer cuando todavía estaba en mayores condiciones. Pero bueno, por otro lado hay gente que no lo puede hacer nunca, ¿no?”.

La hora de interpelar

El padre de Liliana, Paulino Furió, fue parte de la cadena jerárquica en el esquema del plan sistemático del terrorismo de Estado en Mendoza. En 2012 fue condenado a prisión perpetua en el segundo juicio por delitos de lesa humanidad en la provincia, tras comprobarse su responsabilidad en la privación ilegal de la libertad agravada y el homicidio doblemente calificado del militante del Partido Comunista Jorge del Carmen Fonseca. En el cuarto juicio por estos crímenes que tendrá sentencia el próximo 26 de julio, a Furió se lo acusa por algo más de 50 delitos, entre ellos la sustracción de una menor.

Una vez que Liliana pudo asimilar el rol de su padre, imaginó una instancia en la que reconociera su accionar y aportara alguna información. En ese momento “ya estaba con perpetua, con prisión domiciliaria. Eso también es un tema jodido, porque la verdad es que para las familias es una mierda. La cárcel de alguna manera resuelve la cuestión de manera taxativa, máxime sabiendo que son presos VIP, no son presos pobres. Y hay una madre, un universo de hijos, sobrinos, nietos que cada cual tiene en un proceso muy diferente. Para mí siempre fue muy penoso, saber que no los iba a abandonar, viejos, a su suerte, pero también sabiendo que para mí era muy complicado enfrentarme a mi viejo, con quien me he enfrentado incluso a piñas por violencias de él que paré. Por eso sabía que interpelarlo sería una situación de alto riesgo”.

La “desobediente” asume que “intentó que sea un diálogo lo más amoroso posible, porque yo venía con el objetivo de que se quiebre. Pero lo que sucedió fue todo lo contrario, fue un horror, me dijo que no estaba arrepentido de nada, que dios lo había perdonado. Claro, dios es Von Wernich y compañía. Estuve un tiempo sin verlos, mi vieja no paraba de llorar y había una crítica hacia mí, es decir, maten al mensajero”.

Esta inquietud que relata Liliana es común al pleno del colectivo que integra. “Casi todas hemos intentado que nuestros padres hablen. Pero lo que estamos diciendo también, muy categóricamente, es que a nosotras nos ilusiona aportar datos, pero no queremos generar falsas expectativas a ningún familiar. Hemos podido reconstruir alguna cosita que ayude. Esto recién empieza, por lo cual estamos generando una construcción de memoria colectiva que es muy interesante para el relato histórico”.

Cuerpo de mujer 

La conformación de “Historias desobedientes” tiene una importante preponderancia de mujeres. Militante lesbofeminista, Liliana vincula esto a que “si hay guardianes y carceleros de las mujeres para que siga existiendo la misoginia y el machismo horroroso que hay, son la Iglesia y el Ejército. Son instituciones concebidas desde esa lógica. Y si han habido cuerpos que han sido objeto de los peores vejámenes, de la apropiación de los frutos de esos cuerpos, han sido mujeres. Entonces claramente que tiene que ver con un proceso colectivo de la mujer en un despertar de la conciencia. Por eso no es casual”.

“Como dice María Galindo: ‘no hay nada más parecido a un machista de derecha que un machista de izquierda’. Hay una connivencia de macho. Aunque mis hermanos condenen a ese padre genocida, hay algo que se juega culturalmente en la complicidad de machos que han mamado. Y no pueden salir del estigma de la traición, que nosotras nos lo terminamos pasando por el culo, porque nos damos cuenta de que es una trampa. Pero el varón no puede”, asevera la documentalista.

Sin marcha atrás

“Nos sentimos impelidas a salir en gran medida por el bastardeo y banalización que el gobierno quiere hacer de años y años de lucha. Pensamos que íbamos a ser una vocecita pero parece que fue un vozarrón. Pero esa es la gran motivación en realidad, que dejen de engañar, que dejen de mentir, que dejen de pregonar un olvido y un perdón que es imposible. ¿A quién vas a perdonar si no están arrepentidos de nada?”