Por Oscar Alberto López – Foto: Fabián Sepúlveda

Escribía y cuando algo no le gustaba lo tiraba al canasto de la basura.
La madre recuperaba sus escritos y los editó.
Tuvo éxito con su libro: “Poemas tirados”

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Vio a la liebre.
Detuvo sus pasos, levantó el gatillo, apuntó.
La esposa empezó a calentar agua, la hija a pelar las papas, el hijo afilaba el cuchillo.
Un ladrido lejano espantó al bicho.
Comieron sopa de papas…

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Chitó una lechuza, la víbora se enroscó y atacó al hombre que insultaba a la lechuza por augurarle mala suerte.
La lechuza vio primero a la víbora.

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Lo asombró el mar. Venía de la montaña.
Creyó necesitar ayuda para mirar tanto horizonte.
Fue a una óptica y se compró varios pares de anteojos.

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Despertó en la playa. Vio el mar.
Lo miró tanto que se ahogó.

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Atrapó un avestruz, le sacó las plumas para hacerse una almohada.
No puede dormir, su conciencia, corre, corre, corre…

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Soñó que era viento y rugía.
Su esposa lo despertó.
Roncaba fuerte.

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En el fondo de un pocillo de café, vio su futuro.
No le gustó, pidió otro y le agregó más azúcar.

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No desearas la mujer de tu prójimo… y el prójimo se alejó con la suya.

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En la soledad de una taza de café, encontré la compañía de recuerdos.
Se habían enfriados.
El café también.

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En el humo de un cigarro, se extendía su vida.
Cuando el verdugo terminó de fumar supo que sería ejecutado.

 


Este texto forma parte del libro “No más silencio, somos los otros”, editado en septiembre de 2016 por SADOP y Bruma Grupo Editorial.