En la madrugada del sábado 16 de octubre en el barrio Pellicier de Las Heras asesinaron a Luciano González, de 21 años, en las puertas del salón donde celebraban el cumpleaños 18 de su primo. El dolor de una familia y una comunidad que ve cómo sus jóvenes se quedan sin futuro en una sociedad que les da la espalda porque no están en el centro de la ciudad.

Fotos: Cristian Martínez | Texto: Luciano Viard

Una tarde sórdida y calurosa reúne a familiares, amigas y amigos de Luciano González. El dolor está presente pero no es lo único que transmiten los rostros de los y las dolientes.

Les han arrebatado a un pibe cariñoso, pujante, lleno de vida, pero, en un punto, detrás del esfuerzo por no dejar de luchar en un mundo en el que se lucha todos los días, se esconde el hastío, porque Luciano puede llegar a ser uno más.

“La violencia está naturalizada para resolver conflictos” desliza una de las profesoras que vio durante seis años cómo Luchi se especializaba en su oficio de carpintero al punto de soñar con su propio microemprendimiento.

Hay carteles que hablan de la ligazón indisoluble de Luciano con las murgas que integró y otros que aclaran que la búsqueda de justicia por su asesinato no claudicará.

Uno de los integrantes de la murga organiza sin pausa la parte que le toca de la caravana de dolor que honrará al joven al que se le terminó la vida a los veintiuno. El murguista sigue estoico de un lado para el otro y, sólo minutos después, ya sobre calle Independencia, su rostro dejará ver la tristeza en sus ojos.

Pitu, una de las personas que también organiza una de las murgas del barrio, no para de repetir que “esto es una mierda, boludo”. Vaya si lo es. Ella vio cómo Luciano alegró la murga durante seis años en los que el afecto y la pasión no faltó un segundo. Ella conoce el paño y, de nuevo -por momentos- la desesperanza nubla la tristeza o se mezclan o se potencian. Todo es dolor.

Pasa un avión del aeropuerto que está cerca y recuerda que este barrio no es muy importante porque aquí no hay carteles municipales que midan la radiación UV o BiciTran que contemplen a los y las miles de ciclistas a las que se les ocurrió nacer pobres.

Las profes de Luciano están presentes también. Una de ellas necesita usar anteojos oscuros. Las otras dos resisten el llanto contenido por la ira y ese amor que se les fue con el pibe al que querían ver progresar, del que van a extrañar sus abrazos y sus risas. Los medios hegemónicos ya dieron su veredicto de la mano de fiscales mediáticas, pero estas tres docentes saben que no es tan fácil este dolor que, desgraciadamente, explica una problemática social y política.

Un aplauso de las personas presentes corta la charla sobre el pibe y sobre la violencia y la ausencia del Estado. Denís, amiga de la familia, pide que la marcha sea pacífica y la pequeña multitud se apresta para la caminata que junta reclamo con homenaje, dolor y admiración, tristeza y empatía.

Lentamente las personas siguen a la familia de Luciano por las calles humildes del Pellicier. Acequias malolientes, asfalto en mal estado, viviendas hacinadas y en exceso humildes, parecen marcar que la distancia con el Estado es infranqueable. Contrastan con esa lejanía las caras de las personas que desde las veredas acompañan a esos familiares y amigos.

Ya en la calle Independencia el reclamo se publica y el tránsito se solidariza con el dolor como las y los comerciantes que desde sus portales comentan que la marcha se debe al “pibito ese que mataron acá a la vuelta, una pena, tan jovencito”.

Las palabras de la hermana de Luciano, Danisa, resuenan en las cabezas de les marchantes: “estar fuerte para que mi mamá y mi papá no decaigan porque están enfermos y nosotros les tenemos que dar fuerza”.

Finalmente, serán los dichos de las maestras los que cobren fuerza cuando la trompeta resuene en medio de la avenida: “te quieren vender la meritocracia porque así justifican que nuestros pibes no tengan posibilidades cuando terminan la escuela”.

Acorde a los dichos de Danisa González, desde la Fiscalía le aseguraron a la mamá de Luciano que están haciendo todo lo posible para encontrar a las personas que le quitaron los besos de su hijo. Los hechos dirán, en los próximos días, si la Justicia hace la finta de que al Estado le importa un bledo qué sucede en las barriadas de la Mendoza que no Cambia.

Luciano no está, el Estado tampoco.

No está más. Alguien lo mató. No vuelve más.

 

“Agradezco en el alma a quienes se unieron por la causa de Abigail”