En el barrio La Favorita, el Bachillerato Popular “Violeta Parra” vivió una jornada renovada de sentido, a pesar de la amenazante ausencia estatal. El color vivo de la lucha sigue firme.

Texto y fotos: Richard Quevedo

En medio de la vorágine cotidiana, de los diversos ritmos cardíacos, del abarrotamiento de los autos en la ciudad, pasan cosas en un escenario casi desconocido, una especie de submundo donde la luz es más verdadera, donde los ojos miran más allá de los cuerpos y de eso que algunos llaman La realidad.

Nuestro amo el tiempo es un cuadro que miramos todos los días inevitablemente, como también es difícil desviarse de las coyunturas sociopolíticas, que por estos días se presenta con balas y cascos atemorizantes. De algún modo, frente a eso surgen espontáneamente desde hace mucho tiempo esas ganas de amor y solidaridad al otro, en este caso, el deseo de querer cambiar de raíz las estructuras de una educación tan castigada.

El 16 de diciembre de 2017 no va a ser algo común para los que egresaron del Bachillerato Popular “Violeta Parra” porque, más allá del acto en sí de culminar una etapa, lo que resplandece de aquí en más tiene que ver con las ideas irrompibles, el milagro de aclarar senderos, las lágrimas por los sacrificios, el siempre amenazante abandono del Estado, el prodigio que es luchar por los demás.

Esta historia de más de diez años de lucha se compone sólidamente en lo que es hoy este bachillerato y ese hoy ve también culminar los estudios secundarios a 16 alumnos y alumnas que, además de los esfuerzos escolares y de formación, tuvieron su fiesta, donde disfrutaron de la emoción que despierta el arte. No es menor el pensamiento que deviene de eso, de escuchar por ejemplo la música “Johana y Maxi”, la poética musical de Aristiarán-Kessel, quienes abrieron la tarde noche zondeada con ese bálsamo que son las canciones folclóricas y las letras que hablan de revoluciones conquistadas y las que están por venir. “Yo no soy ni Macri, ni Cristina, ni Lanata, soy Johana Chacón, el pibe Bordón… soy Carlos Fuentealba…” dicen los versos rabiosos de Kessel, casi en simultáneo Aristiarán rompe el cosmos de la memoria afirmando: “Hoy ando preso de una utopía…” para enmarcar perfectamente la continuación de una historia que contiene otras historias, la de una noche de despedidas y nuevos comienzos.

Por fuera de lo que proclaman los “dueños de la educación” y los cómplices mediáticos que nos obnubilan, en la periferia, donde existen como seres superiores los edificios pintados de burocracia y violencia institucional, se trazan otros caminos, se escriben crónicas que la prensa dominante olvida porque no venden, por ser la antítesis del mercado.

El punto cúlmine de la celebración se desata con el momento afro de la noche, a cargo de las profes Eleonora y Natalia, y el desborde de la murga Pisando Fuerte con ese mensaje tan explícito que se conjuga con una parte del corazón del barrio que late como un bombo.

Todo sigue su curso, en medio de la locura agrietada que tiene la sociedad, donde la vista se posa hoy en los noticieros. En medio y por debajo de los que deciden el futuro de las clases casi invisibles, hay lucecitas que se expanden silenciosamente. Son comunidades a las que el mundo debería irradiar un poco, donde debemos mirar un poco más.

Ahora, esta jornada de respiros de lucha llegará a otros ojos y lo colectivo extenderá más sus alas, para que la ignorancia del poder no nos termine por matar de hambre de ideas nuevas y lo viejo y retrógrado se esfume de a poco. Dentro de la crisis que nos traba el paso con bastones, con leyes arteras y camiones hidrantes, en un lugar -que quizás para muchos no es un lugar- se hacen cosas por ese tesoro llamado EducaciónArte.

En ese sitio lejano y luminoso se encuentra un Latir, el sueño cotidiano de resistencia, entre el estruendo de la injusticia.