El presidente estuvo de vuelta en Mendoza y visitó, junto a Cornejo y otras autoridades provinciales, el Polo TIC de Godoy Cruz. EL OTRO estuvo allí, en un día demasiado FMI.

Fotos: EL OTRO

Es raro, y seguirá siendo para quiénes escribimos estas páginas, poder entender ciertas causalidades o casualidades que no producen ni la más mínima sensación, así son: las nadas mismas.

Encontrarse desalmado por el vaivén diario cala por dentro, por el devenir de un monstruo y por las enfermedades cíclicas que afectan a este país. Sin embargo casi imperceptiblemente se escucha en el aire que el presidente vuelve a la tierra en la que vivimos, trabajamos y soñamos.

“Esta tarde aterrizará en la provincia de Mendoza el presidente Macri”, vocean los medios hegemónicos en una especie de copy/paste digitalizado, en esta mañana ferozmente nublada, abismal, que no asoma y preanuncia un día demasiado FMI.

Después de un par de kilómetros en colectivo, mirando la lluvia como se estrella en los vidrios y la marea humana que sale a trabajar, vemos cómo se va decorando el paisaje con paraguas y abrigos ya invernales, inertes ante los diarios de papel que afirman entre confundidos y cómplices el tremendo deja vu delarruesco que fue el corto anuncio del corto Macri, en este mayo que empieza a colapsar las mentes y los bolsillos.

Seguimos el rastro del presidente, por las orillas, y logramos vulnerar el blindaje que lo separa de cualquier expresión popular, de amenazantes preguntas incómodas. Llegamos a un lugar donde los chicos se enfrentan a los desafíos que pone la desigualdad, al clamor intenso que es la educación primaria. Un barrio de Godoy Cruz, donde la magia -si es que existe- hay que mandarla para que alcance la comida, para seguir la jornada unas horas más, para poder aprender, pues con hambre no se puede pensar, menos soñar.

Hay excursión de la escuela y nos iremos con ella. El lugar de destino es el Polo Tecnológico TIC. Los chicos felices, esa es su función en la infancia, quizás la nuestra sea amparar que esa felicidad sea más duradera, más equitativa. Una ínfima, casi microscópica, parte de esa niñez sabe lo que es una crisis económica, sabe lo que es un dólar, menos conoce a los que llevan adelante nuestras economías, pero están ahí en un hermoso y grandilocuente edificio, con nuevas tecnologías, rodeados por guardias, gendarmes, policías, funcionarios y maestras.

Las primeras palabras de la tarde son del mediático y violento director general de Escuelas. El Jaime Correas, sonriendo ancho, en una mini clase de nuevas tecnologías y libros, afirma su leitmotiv: “Ahora las obras se terminan”. Los chicos juegan alrededor con tablets, compus e ilusiones.

Luego de unos minutos de acto protocolar, se acerca un bramido, ¡sí!, de helicóptero. Algunas chicas y chicos se asoman a la ventana y, como si emularan a las películas de superhéroes que vuelan, ven la llegada de Macri. Pero este otoño tiene aire de villanos, de vengadores -de los malos-, sin virtualidades ni posverdades, con realidad real: tarifazos, despidos, dólar a 23, hiperinflación, pobreza, vuelta al Fondo, economía resbaladiza, trampa atroz para clases medias y bajas.

Nos asomamos para ver qué pasa afuera y Tadeo, que es García Salazar e intendente, posa con la camiseta de Godoy Cruz y el presidente. Casi a las 15.30, con un sol tímido sin ganas de salir, entra Macri al salón tecnológico. Las niñas y niños lo miran, sonríen, se asombran con eso transparente y poderoso que llamamos inocencia. Afuera todo amenaza derrumbarse, deja de resplandecer, todo se consume en tarifas, hambre y crecientes arrepentimientos. Copiamos a estos niños asomándose por las aberturas, vemos de vuelta, quizás, cómo el FMI viene a nuestro “rescate”, cual si fuera el señor del helicóptero que pronto se irá.

El presidente camina como por un pasillo y recurre al calculado gesto duranbarbesco: saluda a las y los alumnos -les toca la cabeza- y se saca la foto. “Aguante Boca” le grita uno, “aguante” responde sin una pizca de carisma, ni empatía por nadie de la sala. Recorre el lugar y casi a las 15.40 sube a la aeronave y parte. Nos quedamos mirando, en la entrada al Polo, hacia el cielo cielo y una bandera antifracking con la sensación inestable de desaire e impotencia.

Al menos existe este papel virtual para vomitar la nada.

 


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